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Luis Antonio de Villena (parte 1)

Luis Antonio de Villena (parte 1)
24 de noviembre de 2014 - 00:00 - Cristóbal Zapata, Poeta ecuatoriano y curador de la exposición

Esta conversación se entabló en el LIT Festival 2014


Mezcla de dandy, erudito, apologista de la belleza y la juventud, disidente de las normas sexuales y políticas, heterodoxo a carta cabal, podemos decir que Luis Antonio de Villena, nacido en Madrid en el 51, entiende la vida como una herejía privada. Perteneciente a la ilustre generación de poetas españoles que irrumpe a fines de los 60, conocidos con el nombre de ‘Novísimos’, por su acusado esteticismo, Luis Antonio de Villena ha hecho de su inmenso expediente cultural la reserva privilegiada de su poesía. El paganismo greco-latino, la consagración de la belleza, las voces discordantes y marginales de la modernidad occidental son algunos de los territorios por los que ha paseado su mirada ávida y gozosa, como el núcleo seminal candente de su discurso lírico.

A las moradas infernales de la moral puritana, Villena opone una y otra vez un eros estival, austral, oriental, donde el Mediterráneo aparece como el tiempo y el lugar propicio para el esplendor, el estallido. Combinando su enciclopédica experiencia como lector con su particular experiencia vital ha creado una obra que es una permanente separación del deseo, del amor y la belleza. Desde su precoz debut a los 19 años, con su poemario Sublime Solarium, título que, bromeando, ha dicho que se lo quisieron comprar…

No, no bromeando. Años después, alguien, de una casa muy ilustre de productos para el verano como cremas y bronceadores, dijo que ellos querían hacer un bronceador que se pudiera titular Sublime Solarium. En aquel tiempo me daban muchísimo dinero si les cedía el título. Yo hubiera accedido, pues como todo el mundo me he vendido al capitalismo, pero en aquel tiempo yo era muy puro, me pareció que no podía ceder el título, magnificente. Sublime Solarium, en latín, significa ‘la terraza más alta’. Cuenta la historia de una crónica medieval que un emir árabe, para morir, subió a la terraza más alta de su palacio y allí murió. No podía poner a un emir, lleno de sedas y metales, que va a morir en la terraza más alta, bajo el esplendor de la luna, el nombre de un bronceador.

Luis Antonio Villena ha realizado una vasta obra como poeta, narrador, ensayista y traductor que supera los 30 títulos. Ha recibido varias distinciones como el Premio Nacional de la Crítica, el Premio Azorín de Novela, el Premio Internacional Ciudad de Melilla de Poesía, el Premio Sonrisa Vertical de Narrativa Erótica, el Premio Internacional de Poesía Generación del 27. En 1999, su amigo y colega Javier Marías, en su calidad de monarca del reino de Redonda, le otorgó el título de Duque del Mal Mundo, título más literario que nobiliario, algo así como príncipe de la mala vida.

Traductor de Byron, Mallarmé, Kavafis, Proust, Wilde…

Todos mala vida, por cierto. Es el común de todos ellos, la mala vida.

Villena ha publicado además sendos ensayos sobre personajes como Leonardo Da Vinci, Caravaggio, Oscar Wilde y Jaime Gil de Biedma. Adicionalmente, ha colaborado en programas televisivos y desde 1973 escribe artículos de opinión. Figura, en definitiva, eminente y singular de las letras españolas, es uno de los invitados estelares a la inauguración de este LIT Festival.

Antes de entrar en materia, quisiera preguntarte cómo te sientes en la Mitad del Mundo, si has podido hacerte una impresión de la ciudad. Luego, ¿qué sabías del Ecuador, de su cultura, de su literatura, antes de llegar?

Me pones en un compromiso difícil. Yo, como traductor y persona, me he interesado mucho por América Latina, pero Ecuador es el que conocía peor. Al primer ecuatoriano que conocí fue uno que escribía casi todo en francés, Alfredo Gangotena. Luego, casi todo mi conocimiento del Ecuador viene de nuestro amigo Javier Vásconez; no sé cómo conectó conmigo un día para que yo hiciera un prólogo a un magnífico relato suyo, y a partir de ese momento me llovió Ecuador. Y lo digo de verdad, porque aquí no cesa de llover. En Quito vivo en el estupor: primero el estupor por las horas enormes que tarda en ir del aeropuerto a la ciudad; después, me dijeron que por la mañana hacía primavera, al mediodía, verano, y por la noche, otoño e invierno. Me pongo el sombrero, me lo quito.

Estoy un poco estupefacto en Quito, lo que quizá es un milagro. Como decían los epicúreos, en la antigua Grecia, en contra de los escépticos —que tenían esa idea de que hay que ser cosmopolita, que todo lugar parezca tu casa—, yo he establecido que uno debe encontrarse extraño en todas partes, en tu casa también. En España me encuentro extrañísimo, me encuentran extrañísimo, lo que me parece muy bien, en Ecuador me encuentro extraño, en Estados Unidos me encuentro de ‘irme corriendo’, porque no lo soporto. En Francia, que ha sido mi país de educación, me encuentro mejor, pero también me encuentro un poco extraño.

Yo no sé dónde no me encontraría extraño. Creo que en la isla de Lesbos. Pero claro, es cuestión de gustos. Recuerdo a esa magnífica Safo. Yo era estudiante de clásicos y había un tema en alemán que tenía que explicar en español. De repente llegaba un fragmento de Safo, que hablaba de una chiquita Atis, tan hermosa, menuda y delgada… Entonces el profesor decía “este tema nos pone frente, de nuevo, ante el delicado asunto de la Safo fragen”. Yo le fui a preguntar a qué se refería y me respondió que aquello era ‘la cuestión de Safo’, el tema de Safo. Me dijo que yo lo iba a entender. Nunca hay que decir ‘lesbianas’, que es un galicismo, sino ‘lésbicas’. Amo mucho Mitilene, capital de Lesbos, no sé si yo sería bien recibido.

¿Cuál es el equivalente masculino de Lesbos? ¿Sodoma? El mundo católico y luterano es espantoso. A la pobre Sodoma, un sitio ideal, la quemaron, la llenaron de azufre. Ese dios brutal, a la mujer de Lot la convirtió en estatua sal. Yo soy lo menos católico que conozco. Incluso el papa Francisco me parece un horror. Yo soy creyente en Zeus, en Atenea, y sobre todo en Proserpina, la gran diosa infernal, hija de Démeter, la diosa de la tierra, y la cual fue raptada por Plutón, el dios del infierno. Proserpina protege mucho a las personas que somos un poco descabelladas; nos tiene un gran cariño. Además, ella aparece una vez en el año para visitar a su madre, esa época es el verano y la primavera, cuando florecen los árboles. Proserpina, diosa infernal, tremenda, que destruye a los enemigos de manera crudelísima, rodeada de escorpiones y lechuzas, aves y serpientes de ojos cristalinos, es la misma que hace florecer las cosas sempiternas.

Has contado que empezaste a escribir desde los 13 años. Perteneces a ese linaje de los poetas niños cuyo paradigma es Rimbaud, y lo hiciste desde la mitología greco-latina. ¿Consideras que el descubrimiento de los relatos míticos inauguró tu pasión literaria? Y si no es así, ¿cuál es libro o la circunstancia en la que localizarías el nacimiento de tu pasión?

Yo estudiaba en un colegio religioso muy famoso de Madrid, de donde han salido todos los presidentes de gobierno. Mi familia era muy de derechas y católicos de forma regular, por fortuna. Yo nunca he sido muy católico. Esa es una religión que me parece terrible, con un dios crucificado, sangriento, el otro del Sinaí echando rayos a la gente, quemando Sodoma. Para mí fue un alivio encontrar un día a los 14 años un manual de mitología greco-latina, quizá por eso estudié luego latín y griego, donde hablaba de la vida de los dioses. A mí me gustaba mucho eso de que Zeus engañaba a su señora, Hera, andaba con diosas, ella también se enfadaba, se ponían los cuernos unos a otros, a uno le gustaban las chicas, a otros le gustaban los chicos; el propio Zeus raptó a un jovencito en el monte Ida, Ganimedes, lo hizo copero de los dioses, y de ahí vino la constelación de Acuario. En ese momento yo decidí que yo tenía que escribir eso también, que a mí me gustaba aquello tanto que tenía que escribirlo. Como tenía 14 años, no sabía nada, pero me dediqué a leer ese mundo, a aprender esas lenguas, y eso es el origen. Yo soy un pagano. Me autodenomino ultimus romanorum, el último de los romanos.

Esto ya lo dijo Boecio al final de la Edad Antigua. A Boecio le tocó un bárbaro, el rey de los ostrogodos, un personaje brutal llamado Teodorico, quien no sabía qué hacer con Boecio. Como no entendía nada, metió a Boecio en la cárcel y le cortó la cabeza. En ese ínterin, Boecio escribió un tratadito, La consolación de la filosofía, donde hace que la filosofía, en forma de mujer, se le aparezca para consolarle de sus desdichas. Boecio es el último romano, el último representante de una cultura que parecía morir. Yo me considero también uno de los últimos representantes de esa misma cultura.

Eres hijo único. Tu infancia transcurre entre mujeres: la madre, las tías, la abuela. Esta circunstancia se repite en la vida de otros artistas. Pienso en Francis Bacon…

Pintor. Porque Proust, por ejemplo, tenía un hermano, pero como él tenía asma, la mamá lo cuidaba especialmente. Claro que el hermano nunca tuvo el encanto de Proust porque para eso hay que tener asma y ser el mimado de la mamá. Yo no tenía asma, pero era el niño mimado de la mamá, de la abuela y de la tía, porque era único en todo. Esto, lo cuento para mi mal, me convirtió en un muchacho casi inútil. Tenía muy buena educación, era muy buen alumno, porque leía mucho, pero no sabía nada. Fui a aprender a manejar y me aburrí. Ahora ya sé atarme los cordones, pero a los 14 años descubrí un día en que iba en una excursión del colegio que tuve que pedirle a alguien que me atara los cordones; cuando estaba en mi casa, siempre que iba a atarme un zapato, una mujer venía corriendo, fuera la criada, la abuela, la tía, o la mamá —ella menos, porque es dura—, alguien lo ataba.

Cuando algo me falla, creo que hay ponerse en un rinconcito a llorar porque vendrá la Cruz Roja. Por ejemplo, pensé, si llego a Quito y no hay nadie esperándome, entonces, llamaré a la Embajada de España, y diré que soy amigo del ministro de Asuntos Exteriores y que necesito un avión medicalizado para que me devuelva inmediatamente a Madrid con mascarilla de oxígeno. Es muy elegante usar mascarilla de oxígeno. Si yo tengo aquí una bombona y me siento un poco decaído, y me pongo la máscara, inmediatamente me siento reverdecer.

Esto solo surge del desastre de haber sido un niño mimado y rodeado de mujeres que me protegían. Mi madre, a los 91 años, aún intenta protegerme. Se me ha estropeado el celular. Mi mamá me ha contado por el teléfono qué tenía que hacer para que el celular volviera a funcionar. Ella ya me había buscado la solución.

Como yo no sé nada práctico, he escrito a mano toda mi vida y un día un lector me preguntó: “¿me quiere dar usted su correo electrónico?”. Y le dije, ah, no, no me interesa Internet, no tengo correo electrónico. El chico, muy amable, me ayudó y construyó una página web que ahora es enorme. Pasé de la edad de piedra a la edad atómica. Pasé de escribir a mano a escribir en el ordenador, pero a los 50 años. Creo que este es el sustento de mi vejez, porque yo tengo una enorme cantidad de manuscritos (tenía a una persona que escribía por mí en la máquina de escribir). Estoy seguro de que la universidad de Wyoming o Wisconsin, que aman los manuscritos, comprarán los míos, que están llenos de tachaduras, y quizá con eso viva en el palacio de invierno.

Históricamente, perteneces a la generación de poetas a los que José María Castellet bautizó con el término de ‘Novísimos’, también conocidos como ‘Venecianos’ por su culturalismo, esteticismo, decadentismo, entre otros Antonio Bastidas Carrión, Félix de Azúa, José María Álvarez, Leopoldo María Panero, ¿cómo miras, retrospectivamente, ese momento de la poesía española y cómo participaste en ese movimiento?

Bueno, en ese momento era la gran novedad. En España había un triunfo enorme de la poesía social, poesía contra del franquismo, a favor de las clases obreras. Pero tenía un problema. La poesía había llegado a límites muy bajos, comparables a una especie de panfleto que era mejor publicarlo en el periódico. Pero un poema, dirigido a los obreros, cuando los obreros no leen poesía, pues era un asunto… Yo llegué a la universidad en pleno octubre del 68, aún tenía 16 años, y me vi metido en todo ese mundo, por un lado estaban Antonio Machado, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, toda la poesía revolucionaria. Yo era un muchachito monárquico, que era una forma de ser antidictadura. Ahí me encontré con unos modernos. Había una gran diferencia: por un lado estaban los ‘progres’, donde había un progresismo político, en ese momento casi todos eran comunistas, estaban metidos en cambios sociales que tenían que ver con el socialismo comunista, con el maoísmo, con el castrismo.

Yo, al contrario, me encontré con unos jóvenes que creían en la otra máxima: sexo, droga y rock’n roll. Tenía una amiga que llevaba un abrigo de zorros blancos y otro que vestía como jockey, con botas de montar y una chaqueta de terciopelo; yo llevaba un abrigo con cuello de piel y unos guantes de cabritilla. Nos paseábamos por la universidad fumando marihuana. La jefa del partido comunista nos dijo que éramos unos depravados, pero eso nos encantó, maravilló. En un momento dado, ella nos quiso atacar más y lanzó el infundio de que nosotros tres hacíamos un trío; éramos vírgenes, éramos unos mocitos miserables, pero ella lanzó que no solo fumábamos droga y nos vestíamos como decadentes, sino que además nos entendíamos los tres. No hacíamos nada y dejamos que eso circulara. A partir de ello, me metí en el mundo de la contracultura, a conocer ese mundo de California, Berkley, una literatura diferente y todo aquello me gustó mucho, de forma que yo, con la política comunista o socialista nunca he tenido que ver.

Me han pasado cosas curiosas. En un famoso encuentro de escritores en español en las islas Canarias, en el año 79, conocí a Juan Rulfo, a Juan Carlos Onetti. En ese momento pasaba yo como un aristócrata. Había tres cubanos que habían oído hablar de mí y querían conocer a Luis Antonio de Villena, y les dijeron “quizá él no los quiere conocer pues ustedes son comunistas”. Ellos dijeron que cómo iban a ser comunistas, vivían en Cuba, pero nada más. Conozco a muchos comunistas y el comunismo me parece ideal, lejano, pero ideal.

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