Publicidad

Ecuador, 23 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

‘Los olvidos de Dios’ o los cuentos de la desmemoria

‘Los olvidos de Dios’ o los cuentos de la desmemoria
20 de enero de 2014 - 00:00

“¿Dios, por qué te has olvidado de mí? Voy a cerrar los ojos para no ver las últimas estrellas”, es el desgarrador interrogante que desde la obscuridad aciaga de la desesperanza formula uno de los personajes de Los olvidos de Dios (2013), de Piedad Romo-Leroux Girón, y en esa pregunta, que más es un reclamo a la displicente y frágil memoria divina, se centra el núcleo temático de este cuentario que tiene 2 objetivos: haber logrado acceder a una alta calidad literaria, y  cumplir con el compromiso ético de develar las inconsecuencias y las incongruencias históricas-sociales en las que tradicionalmente se han debatido yse debaten los seres más vulnerables y desprotegidos del planeta.

Este libro –conformado por 13 textos ensartados entre sí por un eje transversal empapado en conmiseración, rebeldía y ternura– presenta en su estructura una trinidad de elementos básicos: los olvidados, el Dios que olvida, y la voz que documenta los conflictos provocados por causa del apetito devastador de la desmemoria, tanto de la divina, cuanto de la humana.

El “dios” que incurre en el delito de olvidar los sufrimientos de las víctimas más “golpeadas” de esa aldea globalizada en que se ha convertido el mundo, no es un dios literal, sino un ente simbólico que en sí connota la impiedad, la impavidez y la impunidad humanas. Culpas que son atribuidas a un dios sordo, mudo y ciego, cuya inoperancia divina es reconocida y remarcada por el personaje central del cuento ‘Sucedió en Namia cerca de Sohueto’, un descendiente de africanos que con sobrada razón sostiene que “cuando nacieron los negros Dios se había ido de vacaciones”.

La voz narrativa impone su prioridad verbal en todos los protagonistas de Los olvidos de Dios: ellos sufren sus dramas personales, pero es la narradora la que habla a través de cada uno de ellos; por eso, la voz de la mujer, cuya pequeña hija muere ahogada en la piscina de la casa donde trabaja como doméstica, tiene el mismo registro tonal que el deslumbrante y demencial héroe de ese admirable cuento que es ‘Desde la oscuridad’.

Voz llena de matices por medio de la cual es expresada una gama amplia de sentimientos, es la de Romo-Leroux; voz, entonces, a la que bien podríamos calificar de “omnisciente”, por su capacidad para apoderarse de las gargantas de los “olvidados” con el fin de insuflar en cada una de ellas una verbalidad reconociblemente “musical”, cuanto por las cadencias que proveen de sustentáculo rítmico al lenguaje, cuanto por la calidad melódica de la que está saturado este mismo lenguaje.

Ritmo y melodía condicionan sus efectos a la naturaleza de cada asunto temático. En el cuento que apertura este libro –al que sin reparos yo llamo “consagratorio”–, sus protagonistas, Pedro Tigsi y Jesusa Yaulema, 2 indígenas, hijo y madre, respectivamente, están unidos no solo por lazos de sangre y afecto, sino, además, por compartir, el mismo rol de “víctimas” de un solo victimario: un padre y, a la vez, un esposo castigador. El tono de melancolía andina que baña a este texto que se erige en una magistral muestra de la relatística indigenista, puede ser comparable al de un “yaraví”, aire típico serrano cuyos sonidos duplican los lamentos de una raza históricamente sometida a sufrimientos y humillaciones ingentes.

Pero la voz discursiva, a más de asumir la función de narrador testigo, también funge, en no pocos textos, como narrador protagonista. El “yo actoral” se incluye en su propia ficción a través de la figura de una psiquiatra que ejerce su profesión en un manicomio, lo que la faculta a dar fe de los cuadros clínicos trágicos que en tal espacio se viven día a día.         

Notable es el soliloquio delirante del enfermo que se va hundiendo irremediablemente en “ese lúgubre túnel de la memoria”, como así membreta la autora al cuento en el que un culto y lúcido profesional, el Doctor Belmonte, se va reduciendo, a causa del Alzheimer, a un lastimero remedo del hombre brillante que fue en un productivo pasado. Notable también puede ser calificada la verbalización que la narradora otorga al personaje central de ‘El escándalo de su silencio’, texto en el que este protagonista alega que un nazi le ha extraído el alma a través de la herida que le infirió en la espalda.

Pero el alma no es lo único que el infortunio hurta en este cuentario; ya que dentro de él también hay otro robo escandaloso: la apropiación de la identidad ajena, delito que la autora grafica con dramatismo doloroso y, al así hacerlo, también ilustra paralelamente la infinidad de casos de robo de identidad que se dieron en épocas dictatoriales en algunos países de Sudamérica –Chile, Argentina y otros más– cuando niños recién nacidos eran arrebatados a sus madres, prisioneras políticas de crueles regímenes, condenadas a morir, con el objeto de derivarlos hacia matrimonios que por no tener hijos propios “adoptaban” a hijos ajenos.

En cuanto a la descripción de los entornos geográficos donde se desarrollan las narraciones, no puedo escatimar el calificativo de “excelente” que me merece la intensidad gráfica con la que han sido verbalizados tales escenarios.

La visión universalista de la autora que, merced a su sensibilidad aguda para captar las características de los entornos físicos, unidos a su cultura enciclopédica, le ha permitido enfocar con solvente verismo a ciudades diversas, así como a aldeas distantes, enclavadas en África, India, los Himalayas, etc; ambientaciones que se complementan con el acopio de signos ancestrales de diversas culturas, entre los que se cuentan prácticas bárbaras o rituales que estremecen por su ciego fundamentalismo religioso, como ese de la niña musulmana a la que le extirpan el clítoris para matar en ella la posibilidad futura de experimentar placer sexual, o el de la pequeña de 6 años a quien un sacerdote Brahma le marca la ingle con un hierro al rojo vivo para dejar en ella una huella que la identifique, para siempre, como una ramera o mujer pública.

Aletea en cada página de estos “olvidos” marcadamente existencialistas, ‘La mariposa negra del presagio’, esa que es advertida por una anciana, paciente del hospital psiquiátrico, poco antes de que esta asesine al guardián del hospital, para castigar, con mano propia, el abuso sexual del que este pervertido hacía objeto constante a una adolescente discapacitada.

Mariposa negra es también la que se posa en las alas oscuras y encrespadas de un mar en el que naufragará una embarcación que lleva a decenas de migrantes desde su lugar de origen hasta una tierra en la que supuestamente tendrán una mejor vida. Sueño que se ve sepultado por las masas líquidas de la oscura y oceánica muerte.

Mariposa negra es la que agita sus alas en el corazón lleno de miedo del joven que tardíamente descubre que el amable camionero que lo recogió en el camino, no es otro que un psicópata sexual.

Mariposa negra es la que podrá ser encontrada en cada una de las páginas de estos Olvidos de Dios, obra que por su contenido dulce, amargo, lacerante y hondo, está llamada a conmover hasta las lágrimas a quienes, como la autora, tienen la sublime virtud de poder estremecerse con los llantos ajenos.

 

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media