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Los fetiches de Jan Svankmajer

Los fetiches de Jan Svankmajer
23 de diciembre de 2013 - 00:00

Uno de los mayores deseos de Jan Svankmajer fue siempre la construcción de un gabinete de curiosidades (okunstkammer) poblado de objetos extraños y únicos. La primera colección del titiritero y cineasta fue una serie de navajas que fue juntando cuando era niño. El coleccionismo es para este artista checo una forma de necrofilia: los coleccionistas atesoran objetos inertes que les permiten resguardarse del mundo; así crean una realidad alternativa que son capaces de controlar y manipular lejos del miedo a lo real y a las otras personas. No sorprende, por lo tanto, que el héroe de Svankmajer no sea ningún director de cine o artista visual, sino el emperador Rodolfo II de Habsburgo. Una figura excéntrica que pobló la corte de Praga del siglo XVI con magos, astrónomos y alquimistas. El retrato del emperador es muy famoso pues el pintor de la corte, Giuseppe Arcimboldo, recreó su rostro formándolo con vegetales y frutas. Construir seres con objetos. Hacer que los objetos se vuelvan seres vivos. Reemplazar el signo por la cosa. Rodolfo, de hecho, creó una de las kunstkammers más célebres de todos los tiempos con todo tipo de rarezas. Naturalmente, Svankmajer atesora esa época en su hiperactiva imaginación; es quizá la pieza favorita dentro de su colección personal de momentos históricos. Y como buen coleccionista, seguramente maneja esos recuerdos-imaginaciones a su antojo.

Creación obsesiva de mundos paralelos. Realidades irreales pero verdaderas. Fascinación y repulsión a veces en el curso de una misma escena. O subversión mágica: insurrección de las cosas contra la tiranía de lo funcional. Así puede resumirse la surreal hoja de vida del gran Jan, a quien incluso han comparado con su compatriota Franz Kafka, animador de escarabajos.

Los hermanos Quay (gemelos idénticos nacidos en Pennsylvania en 1947) parecen una de las bizarras creaciones de Jan Svankmajer. El director checo reconoce la paternidad pues, como él, estos hermanos de aspecto criaturesco –por decir lo menos– han dedicado su vida al stop-motion(1). Al igual que el visionario cineasta, quien aún lleva el carné de miembro del Grupo Surrealista de Praga, los Quay agarran marionetas, juguetes tétricos, figuras de arcilla o lo que se encuentre a la mano (pedazos de carne, calcetines, animales muertos, esqueletos, sacapuntas…) para insuflarles vida animada y filmar historias extrañas. Svankmajer ha traducido clásicos de la literatura como Alicia en el país de las maravillas, Fausto o La caída de la Casa Usher a un lenguaje de muñecas de porcelana, tijeras, lechugas y todo objeto que se pueda filmar cuadro por cuadro. Cualquier historia tocada por el animador, aunque sea súper conocida o aparentemente intocable por su dimensión canónica, se vuelve una historia de Jan Svankmajer. Es decir, una historia de objetos y fetiches mágicos.

Pero los gemelos Quay, cuyo toque neo-gótico le añadió minuciosidad sombría al humor extravagante del checo (2), no son sus únicos descendientes. Otro par de realizadores –mucho más mainstream– abrazó su claroscuro influjo y puso manos animadoras a la obra. Primero fue Terry Gilliam, el excéntrico animador de los Monty Python y director de 12 Monos, Fear and Loathing in Las Vegas y de la última aparición del difunto Heath Ledger en pantalla: El imaginario del Doctor Parnassus. Y, después, Tim Burton; ese cineasta alguna vez brillante pero cada vez más malo –y obsesionado con Johnny Depp– que, sin embargo, todas las chicas adoran. Gilliam, de hecho, ubica al cortometraje Dimensiones del diálogo (1982) dentro de su “top diez” de los mejores trabajos animados de la historia del cine (la primera parte del corto es un homenaje deslumbrante a Arcimboldo). Pero este mago de la animación –nacido en 1934– recién fue conocido por Europa occidental cuando ya llevaba 20 años trabajando. Sus piezas de los años sesenta se exhibieron en 1983 como parte de un festival de animación en Francia. Así, nació la admiración del resto del mundo por el alquimista del cine. Europa, por un momento vivido en stop-motion, ya no estuvo dividida en 2.

Hay que imaginar a los franceses (el mismo año que se estrenó El retorno del Jedi, ese cuento de hadas con vaqueros espaciales) asombrarse por primera vez frente a la mezcla de humor negro, imaginación mágica y también -aunque no a lo George Lucas– ese aire de cuento de hadas de las películas de Svankmajer. Seguramente, los ojos franceses –tan críticos y clasificadores– se fijaron en aquellos motivos que se repiten en sus películas: (a) los sonidos exagerados y su efecto desconcertante en las escenas que involucran comida –una de sus obsesiones–, (b) la cámara rápida cuando las personas caminan o interactúan –el extrañamiento que produce verlas moverse como títeres de carne y hueso–, y (c) los objetos cotidianos –o no tan cotidianos– que cobran una vida muchas veces macabra gracias a un stop-motion volcado a contar historias y no a probar virtuosismos técnicos.

De esta manera, Europa empezaba a ver los filmes de un tipo que se había estrenado como narrador visual desde niño. Una Navidad le regalaron al pequeño Jan un teatro de títeres, y ese diciembre, en plena Segunda Guerra Mundial, marcó toda su vida. Nunca se desviaría de su camino pues, más tarde, estudió en el departamento de títeres de la Academia de Artes Escénicas de su ciudad. Trabajó con el famoso Teatro Negro de Praga, en el teatro no-verbal de Laterna Magika y fundó el Teatro de Máscaras. Su primera colaboración en el cine fue en Doktor Faust (1958) junto al director Emil Radok, quien luego trabajó para los parques Disney, específicamente, en el futurista EPCOT Center. Por el contrario, el futuro parecía no interesarle a Svankmajer pues continuó refinando su arte de rodar en la ya antigua técnica del cuadro por cuadro. Tenía un tono muy personal y manejaba una cosmología visual privada. Las nuevas tecnologías de la computación no podían competir con la alquimia.

¿Existe una fórmula para filmar como Jan Svankmajer? El propio director elaboró un decálogo, seguro de que ni sus herederos de apellido Quay, Gilliam o Burton podrían hacer películas como las suyas. Al leer sus mandamientos fílmicos, se hace evidente que estamos ante la sensibilidad de un poeta de vanguardia. Y ese fue justamente el problema que llevó a los censores de la Checoslovaquia comunista a prohibirle trabajar durante 8 años. El diario de Leonardo, una cinta en la cual animó dibujos de da Vinci yuxtaponiéndolos con armas modernas de guerra, hizo que un crítico denuncie en la prensa comunista al trabajo de Svankmajer como pura fantasía carente de edificante contenido socialista. Asimismo, censuraron su documental paródico,El castillo de Otranto –sobre el texto que inauguró el terror gótico–, acusándolo de que no debía mezclar hechos reales con ficción. Si leemos partes de su decálogo –escrito en 1999–, se hace muy claro que su estética desenfadada no iba de la mano de ideologías utópicas.

“La antítesis de la poesía es la especialización profesional (…) Abandónate enteramente a tu obsesión. Las obsesiones son las reliquias de la infancia (…) Animar no significa mover un objeto inanimado, sino otorgarle vida. O mejor aún, despertarlo a la vida (…) Los objetos, especialmente aquellos viejos, son testimonios estáticos de acciones y de destinos diversos que están impresos en ellos (…) debes ser primero un coleccionista y sólo más tarde podrás devenir en cineasta (…) Debes partir del objeto mismo y nunca de tu voluntad. No cuentes tu historia a través de él, sino la del objeto mismo (…) Se debe decir qué cosa es más importante, si la experiencia del ojo o la del cuerpo, da siempre preferencia a la del cuerpo… en nuestra actual civilización audiovisual, el ojo o está cansado o ha sido corrompido (…) La imaginación es subversiva porque se opone a lo que es posible y a lo que es real. Por este motivo, usa siempre tu imaginación más desenfrenada. Y es la imaginación la que hace al hombre un ser humano, no el trabajo (…) Por principio, escoge temas de los que tienes un sentimiento ambivalente… Solo así evitarás el mayor de los pecados: una película de tesis (…) Ninguna película (pintura o poesía) puede liberar a un espectador si primero no se ha liberado de su propio autor (…) La idea es solo uno de los componentes del proceso creativo, no cierto impulso para de repente ser creativo. Nunca trabajes, improvisa siempre (…) Estas reglas, de alguna manera, han aparecido en mis trabajos, pero no los preceden. De todas maneras, las reglas están ahí para ser rotas (no para ser evitadas)”.

El animador checo, conocido como el alquimista del cine, hace que los objetos cotidianos cobren vida en filmes bizarros. El maestro del stop-motion (cuya estética es una extraña suma de Buñuel, Eisenstein, Fellini y la imaginación mágico popular checa) asegura que no se siente diferente de cuando tenía siete años.Una de las virtudes de estos filmes es que resultan accesibles al letrado como a quien simplemente disfruta de imágenes desconcertantes. Los símbolos que utiliza pueden decodificarse para hallar incontables significados. La insistente aparición de lenguas, por ejemplo, se refiere a la ambigüedad de un elemento –interior y, a la vez, exterior– que oscila entre el gusto y el asco, lo seductor y lo grotesco, lo gestual y lo verbal… De hecho, un tema recurrente es la imposibilidad de la comunicación. En Conspiradores del placer (1996), interpone entre 6 personajes y el mundo tanto los pequeños placeres corporales como las grandes fantasías y fetiches sexuales. Un personaje se mete bolitas de pan en la nariz, otro hace que unos peces le chupen los pies. Jan Svankmajer –quien además pinta y esculpe– sabe mejor que nadie cómo hacer que sus obsesiones se vuelvan parte de nuestra colección de rarezas cinematográficas preferidas.

Notas:

1. Esta técnica de animación consiste en generar una ilusión de movimiento de objetos estáticos por medio de la filmación o la captura fotográfica de varias imágenes fijas editadas en orden sucesivo. Se la utiliza desde los inicios del cine y fue muy usada en Europa del este. Un ejemplo más hollywoodense y, por ende, sospechosamente universal: la animación del célebre King Kong de 1933.

2. El homenaje explícito de los hermanos Quay a su mentor se titula: El gabinete de Jan Svankmajer (1984). En este filme, un profesor, de cuyo cráneo abierto emerge un libro (sí, todo parece un sueño), le enseña a un niño una serie de lecciones que sugieren el aprendizaje de la animación en stop-motion.

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