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La revolución de Claudia Piñeiro

La revolución de Claudia Piñeiro
20 de enero de 2014 - 00:00

En su libro Léxico familiar, la escritora italiana Natalia Ginzburg apunta: “Los libros que se basan en la realidad con frecuencia son solo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos”. La frase define muy bien al texto que la contiene y le da al lector la oportunidad de pensar en aquello que llamamos Realidad, de la cual, a veces, suele surgir una categoría literaria denominada Realismo. La R mayúscula, en ambos casos, sirve para acentuar el carácter total e inequívoco de estas palabras. Pero lo que ocurre alrededor nuestro sucede con tal rapidez y amplitud que las palabras apenas pueden acercarse a una pequeña parte en cualquier instante.

Claudia Piñeiro, reconocida autora argentina de literatura policial, publicó Un comunista en calzoncillos (Alfaguara, 2013) como una novela que surge de su propia experiencia de vida. Por eso decidió comenzar su libro con una larga cita en la que está incluida la mencionada frase de Ginzburg. Se trata de una reconstrucción de la memoria en la que la ficción cumple el rol de puente entre aquello que sucedió y aquello que la autora recuerda o prefiere recordar.

Una memoria que lo recuerde todo, hasta el más mínimo detalle, no puede ser más que una tragedia. Borges lo demostró con Funes, el desafortunado personaje de uno de sus cuentos. La memoria es selectiva, pero también puede ser caprichosa con el recuerdo del dolor y la tristeza. Siguiendo esta definición, Un comunista en calzoncillos acude a un corto lapso particularmente significativo para Piñeiro y para el resto de los argentinos, aunque no precisamente por los mismos motivos.

Teniendo en cuenta que una literatura realista es por definición imposible y que la memoria es un archivo falible, Piñeiro se desentiende del problema de representar la realidad mediante una operación que no responde a un interés funcional ni a uno meramente emocional. Piñeiro recuerda y escribe un momento de su pasado y termina comentando una época en general confusa y dolorosa.

Un comunista en calzoncillos relata los eventos cotidianos de una familia descendiente de inmigrantes españoles en Burzaco, una localidad al sur del Gran Buenos Aires, desde fines de 1975 hasta los primeros meses de 1976. Es decir, inmediatamente antes y durante el golpe de Estado que inició a la dictadura militar presidida por el general Jorge Rafael Videla.

La memoria, reflexiona Piñeiro, es un juego de cajas chinas. A través de ella uno se desliza como entre hipervínculos, por eso la forma de este libro se adecúa muy bien al relato que se cuenta. La narración de la primera parte tiene su continuación en la segunda, cuyos hechos y nuevas historias funcionan como desviaciones que pueden o no leerse.

Pero no se trata de una literatura de los hijos, como llaman en Chile a la obra de ciertos escritores jóvenes que, de una manera u otra, vuelven a la época de la dictadura de Pinochet, aquella en la que fueron niños, para, entre otros propósitos, aliviar esa carga emocional. Tampoco es una literatura del yo, ni una novela autobiográfica convencional.

Claudia Piñeiro regresa a su temprana adolescencia y narra en primera persona lo que recuerda de la relación con su padre en ese tiempo. Así, nos enteramos de que a él lo han despedido de su trabajo y ahora se dedica a vender ventiladores, de que le dedica un tiempo considerable de cada día a ejercitarse y de que se llama a sí mismo comunista.

“La altura del propio padre marca un límite, para bien o para mal, con la que se mide a todos los hombres, los que ya conocemos y los que aparecerán en la vida futura”, explica la narradora. Este libro no es solamente una rememoración de la infancia sino un tributo a un padre especial, riguroso e íntegro.

La relación de ella con su padre pasa por puntos altos y bajos. Desconfía de él y le da la razón, intermitentemente. Ella sabe que él se dice comunista más que nada para llevar la contraria, pero también para darse ánimos ante la desesperanza. Es un individualista incorregible, casi un anarquista deleuziano: “era mi padre contra el resto de la humanidad”, dice la narradora.

Aparte del talento para contarlas, un gran libro solo necesita 2 cosas: un acto y una idea. El núcleo del libro de Piñeiro consiste en el descubrimiento, como si se tratase de una novela de formación, de esa idea que se presenta como actitud ética y que será legada por el padre a su hija, aunque casi sin proponérselo. Esa semilla permite el surgimiento de la segunda característica, el acto que le otorga un desenlace revelador a la novela.

 Lo que moviliza todo esto, sin embargo, es el incidente por el Monumento a la Bandera. La ciudad de Burzaco le disputa a Rosario el privilegio de honrar el símbolo patrio. Se forma una comisión, de la que evita formar parte el padre de la narradora, y deciden organizar un desfile el Día de la Bandera en el que asistiría Videla. La joven narradora debe participar y, a última hora, le asignan el lugar de portaestandarte.

Él no quiere que lleve la bandera. La madre asegura que eso no la hace cómplice (de la dictadura, se entiende), pero él insiste que sí, porque la niña es capaz de entender lo que ocurre. Cerca del final, él se confiesa ante su hija: “La resistencia, a veces, no se compone más que de pequeños actos”.

En Un comunista en calzoncillos asistimos a la maduración de Piñeiro como escritora. Una vez que la idea se ha convertido en acto, el libro concluye con una dura pero lúcida reflexión de la narradora. En esa transformación ética está la esencia de una literatura de calidad.

 

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