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La neutralidad y la pobreza del lenguaje

La neutralidad y  la pobreza del lenguaje
06 de enero de 2014 - 00:00

Si hay algo en lo que se insiste a los estudiantes de Comunicación y a los periodistas, y en general a todas las personas encargadas de generar textos que serán leídos o escuchados por un público masivo, es en escribir en un lenguaje neutro. El lenguaje neutro no es otro que aquel que pueda ser entendido por todos, es decir, un lenguaje sin demasiados tecnicismos, con palabras fáciles de comprender, y que no exija del lector conocimientos especializados ni profundos del idioma.

 

En pos de este lenguaje neutro (y democrático), se sugiere al escritor que redacte sus textos de manera que sea entendido hasta por alguien que se enfrenta por primera vez con un texto en español (en la universidad nos sugerían que escribiéramos pensando en que el texto debía ser asimilado hasta por nuestras abuelas, tomando en cuenta, sobre todo, la diferencia de edad y de uso de ciertas ‘tecnologías’).

 

Escribir en un lenguaje neutro y fácil de entender es labor de quienes producen textos masivos, porque se intenta ampliar la audiencia y generar nuevos lectores, pero ¿cuál es realmente el límite de este lenguaje neutro?, ¿debemos sacrificar matices propios de nuestra variante del español para que llegue a un público cada vez mayor?, ¿es necesario empobrecer el español en el que redactamos para ganar audiencias? Hago esta reflexión porque,principalmente en los medios de comunicación, se nota cierto empobrecimiento del lenguaje; nos encontramos con notas plagadas de frases hechas y con escasos matices de originalidad. Vemos cómo, en función de la neutralidad, todos los diarios y noticieros cuentan las noticias exactamente de la misma manera. Con el afán de escribir de manera neutra parece que se ha perdido la conciencia de que quien está al otro lado del diario, de la pantalla o de la radio es una persona que espera que no solo se le cuente la noticia sino que se le muestre lo que hay más allá. Y, claro, por eso nos olvidamos, como comunicadores, de que podemos jugar con el español, darle matices, hacerlo cercano a nuestros lectores. La originalidad y la creatividad no tienen por qué reñir con la neutralidad y con un lenguaje que sea de fácil comprensión.

 

Además, muchas veces sucede que por querer lograr un lenguaje neutro terminamos cayendo en todo lo contrario: en un lenguaje críptico, pobre, ajeno y manido que no enriquece culturalmente a nuestros lectores, sino que incluso hasta menosprecia sus capacidades. Como ven, queridos lectores, la columna de hoy no habla de errores lingüísticos sino de deberes y derechos. Los deberes de quienes escriben de ofrecer al lector buenos textos, limpios, directos, originales, sencillos (que no simples)... y los derechos de quienes ‘consumen’ estos productos de exigir textos mejor escritos, que ayuden a entender el mundo y a tomar conciencia, no solo de lo que pasa en él sino de cómo nos lo cuentan.

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