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La muerte de la novela

La muerte de la novela
30 de diciembre de 2013 - 00:00

Los motivos por los que un escritor logra la fama pueden ser muy diferentes. David Markson, por ejemplo, se volvió famoso por ser un desconocido. Es decir, obtuvo el reconocimiento de los lectores y de otros escritores, ediciones continuas, traducciones, estudios desde la academia, etcétera, pero no de una forma gratuita ni como producto del azar.

Markson se inició como periodista y sus primeros libros fueron realizados por encargo: novelas policíacas de contenido quizás demasiado erudito. Curiosamente, a partir de los años setenta comenzaría a elaborar un proyecto de carácter fragmentario, basado en la desmembración de la erudición.

Diez años antes de que se inventara Twitter, David Markson demostró que allí estaría el futuro de la literatura. Entre 1996 y 2007 aparecieron 4 novelas (y aquí uno se pregunta: ¿novelas?) que son al mismo tiempo abstractas, filosóficas y extrañamente conmovedoras. La Bestia Equilátera, una editorial argentina dedicada a libros poco conocidos y de gran valía literaria, publicó este año Esto no es una novela, la segunda novela de Markson en su catálogo luego de La soledad del lector. Estas 2, junto a Vanishing Point y The Last Novel, conforman una singular tetralogía dedicada al tema de lo infraordinario —aquellos sucesos cotidianos y en apariencia nimios que bien supo tratar el francés Georges Perec— y que exige ser leída como el obituario de la novela. 

El epígrafe que abre Esto no es una novela es de Jonathan Swift y reza así: “Ahora me aboco a un Experimento muy frecuente entre los Autores Modernos; consiste en escribir acerca de Nada”. Las mayúsculas son de fábrica y exponen, como queda claro, la clave de la lectura: experimento, autores modernos, nada. Markson se hunde en la ironía de Swift, la asume como receta de su época y la revierte usando el veneno para crear el antídoto.

Entre anécdotas y citas de innumerables artistas se cuela la intención de un narrador invisible que quiere desaparecer. Refiriéndose a sí mismo como Escritor, este narrador le confiesa al lector que quiere dejar de escribir, que está aburrido de inventar historias y que pretende crear una novela sin argumento ni personajes. “Lo suficientemente autoevidente como para casi no necesitar que el Escritor lo diga”, agrega más adelante. Estamos ante una obra dramática, pero no narrativa.

Aunque no lo parezca, es muy difícil no seguir pasando las páginas cuando nos enteramos de que Pablo Neruda se refirió a Stalin como “un amable hombre de principios”, o de que Ezra Pound dijo de Hitler que era “un santo y un mártir”. Tampoco cuando leemos que Kierkegaard y W.B. Yeats eran golpeados con regularidad en la escuela; ni cuando sabemos que la primera traducción inglesa de Madame Bovary la hizo una hija de Karl Marx que luego terminaría suicidándose.

Preguntarse de qué va este libro de Markson puede parecer oportuno y pertinente, pero no deja de ser insuficiente para entender el propósito del autor. Esto puesto que no hay un propósito evidente ni comunicativo (en un sentido realista) y tampoco hay un autor (en un sentido prebartheano).

 Cualquier periodista poco avezado —así como cualquier escritor mediocre— hablaría del fin de la novela como si se tratase de una ineludible catástrofe cultural provocada por la televisión y por Internet. Lo de Markson con la novela se trata en realidad de algo similar a lo que Joe Brainard y Édouard Levé lograron con la autobiografía: dinamitar el género, romperlo todo y volver a pegar los pedazos en un texto fragmentado, con todas las costuras a la vista. Este Armagedón dentro del sistema literario era el objetivo, tal como lo lamentó David Foster Wallace, de la metaficción y la literatura de vanguardia.

El título del libro alude directamente a la famosa pintura de René Magritte llamada “Esto no es una pipa”. El pintor francés se vale de la paradoja para rebelarse contra la dictadura arbitraria del lenguaje. Markson, en cambio, lo hace para sortear el problema de la ficción convencional cuando se vuelve una experiencia mediatizada y para evitar el riesgo de vacío y solipsismo acarreados por la autoconsciencia en la metaficción.

El escritor paraguayo Cristino Bogado, en un artículo de opinión publicado en el diario ABC Color, dejó esbozada una propuesta de teoría literaria contemporánea: el autor trabaja sobre la literatura como parásito, para hacer belleza de ese legado en descomposición; de la misma forma en que ciertos microorganismos ayudan a la producción del pan, el vino o la cerveza. Esta idea sirve como respuesta al Armagedón diagnosticado por Wallace y, más importante para propósito de este texto, como descripción y sustento del libro de Markson.

Los postulados de la vanguardia, explica Bogado, deben retocarse: “Sí, el pasado está superado, pero no lo quemamos ni lo trituramos en el sentido literal de la iconoclastia, sino que lo metabolizamos como parásitos, como artistas de la entropía, que hacen de ella entropía negativa, es decir vida, sin gastar nada”.

Markson trabaja directamente sobre la materia en descomposición —la novela, los escritores y sus enfermedades reales— y refina la basura, en lugar de simplemente amontonarla, aun cuando a primera vista parezca la operación contraria.

En Esto no es una novela, el Escritor menciona que el libro puede ser una novela, un poema épico, una especie de fuga verbal o un tratado sobre la naturaleza del hombre. Pero termina preguntándose si no es nada más ni menos que una lectura no convencional, melancólica y juguetona. Lo que parece decir Markson es que al final solo existe la operación de la lectura, cuya importancia radica en cómo nos servimos de ella para atravesar la realidad.

 

Referencia: Entropía negativa o parasitismo (positivo) serresiano en la literatura. Por Cristino Bogado. http://t.co/gFVROsmKDb

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