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El Telégrafo
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La entrevista ausente

La entrevista ausente
23 de diciembre de 2013 - 00:00

Bolaño se burlaba e ironizaba con sus entrevistadores. Hay un tono burlesco en sus declaraciones periodísticas. A veces encanta y en otras adopta una falsa modestia, de la que es consciente porque se retracta y a veces da las vueltas. No fue un entrevistado fácil, sobre todo cuando ya tenía muchos premios encima y podía decir cualquier cosa con tal de provocar un título o una refriega. Supo, sospecho, que con las entrevistas no solo se vendían más sus libros sino que se agigantaba su propio mito.

Confieso que me habría gustado entrevistar a Roberto Bolaño. He revisado todo lo que hay en la web y percibo que faltaron muchas cosas por preguntar, obviamente. Lo fundamental: por qué escribía. Le preguntaron de todo: poesía, autores chilenos, sus libros favoritos, sus opiniones políticas, pero no tenemos a la mano una reflexión amplia y sesuda de por qué escribía. Me parece que es una pregunta honda, compleja y cargada de todas las posibilidades de expresión.

Y también en esas entrevistas dejó entrever una mirada sobre la novela y la poesía que quizá faltó tiempo para profundizar. Bolaño era un escritor riguroso, no sé si con su propia escritura, sino con el oficio y la literatura. Pero ante todo era un gran lector, lo contrario de sus entrevistadores.

(Me duele mucho cómo ha decaído la entrevista literaria. Es un género en extinción, no por falta de autores sino por carencia de periodistas con la suficiente mochila de preguntas, lecturas y hasta sensibilidades. No hay esa densidad y complejidad para abordar el pensamiento y el oficio que implica hacer literatura. Posiblemente también ocurre porque la farándula invade al periodismo, incluido el cultural, en el que más importa lo que viste, fuma o come el autor que lo que en realidad piensa. Y también la farándula invade a ciertos escritores que no hablan mucho de su obra o del pensamiento sino que están más preocupados por lo fashion de su existir).

Bolaño daba clases de pensamiento, de historia de la literatura y de filosofía en las pocas entrevistas de televisión que concedió, a pesar de que algún entrevistador quería irse por el trillo de la farándula y lo banal, siempre volvía a colocar los temas de fondo. Y hasta se sentía incómodo, creaba unos silencios tenebrosos, cuando no sabía qué responder ante preguntas tan banales, sosas o llenas de lugares comunes.

Claro, tras su muerte quedan sus libros y con base en ellos hay preguntas para un largo cuestionario, pero también diría que las mismas entrevistas (muchas de ellas muy flojas porque quizá no medían en ese momento la trascendencia de su literatura, no del personaje) dejan muchas dudas para abrir otras entrevistas, como ocurre con seres geniales o únicos.

Me parece que en la obra de Bolaño hay un gran vacío: la gran entrevista. Y con muy poca vanidad diría que ahora, solo ahora, tras su muerte, y haber leído varias entrevistas, todos sus libros, algunos de los ensayos sobre su obra, estoy preparado para hacer esa gran entrevista, pero ya no tengo al autor y eso duele. Quizá porque somos ese género humano que se atrasa a todo, incluso a las entrevistas que valen la pena y no a la de gente insensata, poco útil y hasta llena de vanidades.

Bolaño es material gigantesco para una entrevista. Como lo fue Borges, quien dio muchas entrevistas en la radio. Como lo fue Eliseo Diego, a quien pude entrevistar no en una sentada y con una grabadora: con él, como pudo ocurrir con Bolaño, tuve meses de entrevistas, largas conversaciones, decenas de tazas de café, muchos cigarrillos de su parte, pero que todo termina en una entrevista que apenas ocupa 16 páginas de una revista.

Bolaño es material potente para una entrevista por dos razones: sus libros tienen huecos y lagunas para aventurar todo un cuestionario, no con el afán de fastidiarlo o hacer aparecer al entrevistado como un crítico o un editor, sino para imaginar qué pudo haber ahí que no fue llenado o por qué ese silencio abría otros relatos o cuentos. Y la segunda razón, quizá muy vanidosa, pero válida: cuánto se aprende oyendo a Bolaño. Si hay algo que él dice y vale la pena recordar es que todos los grandes escritores son gente buena. Él era y es un hombre bueno, con los hombres buenos vale la pena conversar y aprender. En ese diálogo privilegiado que tenemos los periodistas con los autores quien más aprender es el periodista modesto y humilde que oye con atención y que no juzga al autor.

Reitero: Bolaño sabía mucho de literatura y los entrevistadores dejaron tanto vacío en las preguntas cuando tenían al frente a un sabio, había leído de todo, conocía mucho a Borges, lo citaba siempre, no tenía una buena opinión política de Octavio Paz, pero había leído toda su poesía y creía que era un ensayista muy profundo, con una prosa perfecta.

A Mónica Maristain, le dijo: “La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi “obra”, pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás”.

Pero en la siguiente pregunta se cayó la poderosa reflexión que hacía Bolaño, en la que solo cabía dejarlo hablar o reforzar con una pregunta curiosa.

No olvidemos algo: cuando Bolaño habla o es entrevistado revela un conocimiento enorme de la literatura, vuelve pequeños a los entrevistadores porque no saben a veces de qué o de quién está hablando. Y por lo mismo, en esa dimensión, su conocimiento y habitar literario son vastos y profundos. Bolaño tenía una memoria literaria para asumir una responsabilidad con la palabra que solo tiene como divisa esos libros que leemos de vez en cuando, de nuevo, para saber que no era cualquier autor sino uno de los pilares de este continente plagado de relatos.

A Sebastián Noejovich le comentó: “A mí lo que me gusta es observar la relación que se establece entre los hombres y sus trabajos, que aparentemente carece de misterios, pero que resulta determinante a la hora de juzgar un destino, entre otras cosas porque uno casi siempre se equivoca al elegir un trabajo o al reconocer una vocación. En este sentido a veces escojo la literatura como fondo laboral de algunos de mis personajes por una razón muy simple: porque la conozco. Pero si fuera carnicero, por ejemplo, el decorado de fondo sería el de las carnicerías, los mataderos, los camiones frigoríficos. Tal vez debería hacerlo. No estaría mal una novela de matarifes, destazadores, desolladores”.

Tenerlo al frente era la gran ocasión para entender cómo llegó a la literatura, por qué tenía ese fetichismo con los libros, cómo trasladaba en los personajes muchas de sus grandes obsesiones con el ser humano y colocaba frases para ajustar cuentas con el género humano sin ningún otro afán de entenderse a sí mismo.

A María Teresa Cárdenas y a Erwin Díaz les confesó algo que tiene un misterio para provocar todas las reflexiones y hasta las mejores discusiones, como debe ser una entrevista literaria con un personaje de esa talla: “El momento en que uno decide ser escritor es un instante de locura total y de voluntad, entendida en el sentido nietzscheano de la palabra, que es un sentido bastante delirante. Escribir no es normal, lo normal es leer y lo placentero es leer, incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de masoquismo; leer a veces puede ser un ejercicio de sadismo, pero generalmente es una ocupación interesantísima. Yo decidí ponerme a escribir a los 16 años, en México, y además en un instante de ruptura total, con la familia, con todo, como se hacen estas cosas”.

Han pasado 10 años de su muerte y ahora tratamos de entenderlo. ¿Cuánto tendrá que pasar para entender a autores nuestros, cercanos, vivos, latentes? Yo diría que la vida activa de los verdaderos escritores es injusta: solo cuando mueren adquieren ese lugar que merecieron en vida. ¿No fue ese el caso de nuestro Jorge Carrera Andrade?

Aunque Bolaño dijera que “la literatura es un oficio miserable practicado por gente que está convencida de que es un oficio magnífico”, los escritores merecen un lugar especial, mucho más ahora que la banalidad y la farándula ocupan las secciones de Cultura de los diarios que se precian de independencia y libertad.

Pero Bolaño ni era un dios ni un divo, era un humilde ser humano que pensaba incluso en escribir para salir de las angustias económicas. Bolaño era consciente de que sus libros estaban “llenos de errores”, como lo dijo varias veces. Esa no era toda su culpa. Hubo editores que no los señalaron.

Y ahora me pregunto: ¿toda la obra de Bolaño es buena, es intachable y constituye un corpus sustancial para considerarlo un autor imprescindible? Estrella distante y Nocturno de Chile son para mi imprescindibles, poderosas obras de una autenticidad impresionante. ¿Las demás? De todas las demás (incluidas Los detectives salvajes y 2666) ya se ha dicho de todo.

¿Ya tenemos bolañismos y bolañistas en nuestras letras así como hubo realistas mágicos y maravillosos? ¿No hay por ahí algunos tapiñados y aupados por ciertas editoriales para repetir el fenómeno y vender más libros de los que sus cuentas de ahora proyectan? ¿No hay algunos que hasta imaginan morir para que los deudos paguen sus deudas con su obra póstuma al estilo Bolaño?

Bolaño, por suerte, es un escritor a plenitud, por siempre…

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