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Juegos forenses

Juegos forenses
14 de octubre de 2013 - 00:00

El espejo es enorme y en él cabemos reflejados todos. La escritora se desnuda para verse con mayor claridad y para mejor vernos. Primero la ropa y luego la piel, hasta quedar en esqueleto. Después empieza un ejercicio de recomposición de ese cuerpo expuesto, intentando ponerle partes que posean significados trascendentales. Hay en esa acción algo de monstruoso y de encantador. ¿Por qué, si nos causa incomodidad, no apartamos la vista o pasamos las páginas? Porque el libro Las vergüenzas de María Auxiliadora Balladares (1980) es aquella herida leve que insistimos en tocar con la punta del dedo para asegurarnos que nos duele y nos reconforta. Esta es una selección de 10 cuentos publicados el pasado mes de septiembre por La Caracola Editores, que perturban y fascinan por su desparpajo y frontalidad al momento de exhibir lo siniestra y luminosa que puede ser la naturaleza humana. Balladares exhuma cuerpos y juega con ellos como una forense, como una niña con muñecos articulados o como lo que es: una escritora deliciosamente perversa.

De entre las posibles vergüenzas de María Balladares, —o los despojos, como los llamó en el discurso de presentación del libro la teórica Valeria Coronel—  ella tiene varios  cadáveres reposando entre los textos, pero en lugar de intentar ocultarlos, los exhibe sin ninguna culpa. Muchos son cuerpos silenciosos que no relatan su historia por sí mismos hasta que el narrador los rescata de su condición anónima, como la mujer descubierta luego de tres años de su fallecimiento en el relato Krysten. En esta  historia, la cuentista fabrica un juego de puertas entre dos personajes sin aparente relación: Los restos femeninos que son hallados por accidente en un piso ubicado en Pittsburgh  – la voz narrativa mitad detective, mitad voyeur lanza hipótesis y supone el recorrido de la noche final de la protagonista– y a diva Eleonora Duse, el fantasma que pena en de William Pitt Student Union. Estas dos presencias se juntan en la vida de John Goodman II, quien es el pasadizo entre una mujer muerta y la otra.

Otro cuerpo malogrado que aparece en este libro se encuentra en Parricidio, en esta historia, la propia escritora confiesa que hay un guiño a la obra del lojano Pablo Palacio. En ella, una artista elabora propuestas a partir de objetos recogidos en la calle para elaborar una construcción llamada “Neurocollage o cerebro laminado”, armada de basura y desechos. Mientras lo hace, presencia un accidente donde una embarazada es atropellada. Después de la impresión inicial, su necesidad de sentido se traslada a este hecho para intentar reconstruir el crimen a partir del cadáver. Al igual que sucede en Krysten, ambos relatos tienen una voz preocupada por juntar las partes de un absurdo, por tramar desde la ficción una lógica narrativa de la que usualmente carece el mundo real.

Pero quizá el cuerpo más desvergonzado de este libro es el que aparece en “Jamón Serrano”, relato en el que la protagonista no puede dominar sus ansias por robar un objeto que ha pertenecido a Juan, un amigo recientemente fallecido. Valeria Coronel, el día del lanzamiento de Las vergüenzas, hacía énfasis en esta anécdota para recalcar el carácter provocador en el cuentario de María Auxiliadora Balladares: “¿Pero quién sería capaz de robarse el pedazo de un muerto?”, preguntaba a los asistentes. La narradora, entre cínica y humana, tiene problemas para el control de sus impulsos y disfraza la acción que cometerá, con sarcasmo: “Llamé a mi sobrino antes de salir, como para sentirme persona. Después de todo, necesitaba cometer el delito para pagar algunas deudas contraídas por ser persona”, pero luego es consciente de lo frívolo de su acción, de que los objetos no son otra cosa más que mendrugos que carecen de sentido y que el cuerpo de Juan, aunque bello, ya estaba muerto. 

Un cuerpo más es el cadáver del  tío Federico, en el relato En el sótano, quien es mirado con curiosidad por sus sobrinos Antonio y Esther: “Estaba tan tieso, le habían puesto tanto maquillaje que sus finas facciones parecían más que nunca las de una mujer”. Este texto, el más joven de todo el cuentario porque data de 1999, tiene una anécdota sencilla en la que se expone, desde las voces infantiles, toda la incertidumbre y la extrañeza con la que pueden verse las relaciones humanas entre los adultos. Tan inexplicables y complicadas a esa edad.

Dentro de este libro, contraponiéndose a lo descarnado de ciertas descripciones, hay una gran delicadeza y un tratamiento tierno muy cuidado en cuanto se abordan las miradas de los niños. Los del relato En el sótano han quedado ya intranquilos y desde la revelación que se da al final de la historia, empiezan el camino inexorable del crecimiento. Algo similar también puede verse en La diestra y la siniestra donde es la narradora quien se pregunta acerca de la muerte mientras visita a sus sobrinas y conoce sus juegos secretos, los que la llevan a cuestionarse por los temores de su pasado y por cómo fue su vida infantil.

Ya he explicado cómo el proceso de construcción de las historias y los personajes—más que la anécdota en sí—, es de interés en  esta primera publicación de María Balladares. Pero existen casos en los que el esqueleto del entramado es exhibido aún sin la carne del relato. Ejemplo de esto es la historia Las invasiones del doctor Pasavento donde una narradora llamada también María, describe el proceso de creación de uno de los cuentos del libro que estamos leyendo: Tres, una historia de amantazgo con ciertas dosis de violencia.  Dos los lectores críticos cuestionan su trabajo como escritora y ella intenta complacerlos haciendo cambios al texto. A medida que los hace,  se da cuenta que va perdiendo progresivamente el control de su vida. Por lo que concluye: “No, no me decido aún a correr el riesgo…”, así que ante la presión, decide escucharse mejor a sí misma y buscar un espacio de fuga como también lo haría el personaje de Pasavento de Vila-Matas.

Otro de los casos de meta-invención se encuentra en La entrevista, cuento de misteriosas intenciones que aborda el tema de un personaje, quien se inventa a sí mismo solo por el placer de incomodar. El escritor Gill es alguien que se monta y se desmonta ha voluntad porque los escritores son también las historias que se han creado en su torno. Balladares dedica este cuento secretamente a Julio Cortázar, en un homenaje personal a quien le parece uno de los autores más cuestionados por la academia contemporánea, pero que ella rescata desde el gusto y el afecto.

Y aún más cuerpos: cuerpos golpeados por el solo placer de ver sangre como en Yo   BSC, o cuerpos sujetos a la sexualidad apasionada de un encuentro como en Tres o sometidos al capricho de un demiurgo como en Acapulco… Cuerpos y más cuerpos desprotegidos, vulnerados o frágiles. Luego de este tipo de argucias que puede concluirse que María Balladares no tiene vergüenza o al menos cierto pudor narrativo, lo que la vuelve una autora provocadora e impiadosa con los lectores, a quienes obliga con ingenio a presenciar estos actos de exhibición en los que un escritor de manera poco convencional viste y desviste, asesina y crea, incomoda y consiente, a su propia obra.

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