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Internet: ¿liberación o distopía?

Internet: ¿liberación o  distopía?
27 de enero de 2014 - 00:00

“El avance más profundo de la historia humana es el internet, pero es siempre una espada de doble filo: es la tecnología liberadora más importante y también la herramienta de espionaje más perfecta jamás inventada”.

 

John Perry Barlow, letrista del grupo Grateful Dead y escritor de la Declaración de la Independencia del Ciberespacio.

 

 

Actualmente internet es una realidad. Más de un tercio de la población mundial está conectada a la Red y la brecha digital que separa al resto se está cerrando exponencialmente. Gracias a la tecnología móvil y la reducción de costos, internet es cada vez una fuerza vital en la cotidianidad de más gente. Sin embargo, a décadas de su creación, muy pocos conocen sus orígenes intelectuales, y, cuando se enteran, no faltan las caras de sorpresa.

 

El ciberespacio y sus ideales fundacionales nacieron en el seno de la contracultura hippie californiana de los sesenta, de sus coideólogos libertarios y de los hackers que siguieron sus pasos. No es ninguna coincidencia que Sillicon Valley, la meca de la innovación digital, se haya formado en California.

 

Para entender lo que sucede en internet, cada vez más dominado por grandes corporaciones y gobiernos que inevitablemente buscan acrecentar su poder sobre los ciudadanos y usuarios, hay que volver a los orígenes, hay que contar su historia y la de los soñadores y rebeldes que ayudaron a crearlo. Para ellos, nació como una promesa clara de liberación de conocimientos y herramientas, y de nuevas formas de organización social que serían el fin de la sociedad industrial y sus estructuras jerárquicas de dominación.

 

En esta breve historia de la filosofía que formó nuestro internet actual, no hay mucho espacio para los detalles técnicos. Basta decir que durante los años cincuenta empezó la generación de las primeras computadoras y que en esa misma época, en el marco de la Guerra Fría, el Departamento de Defensa de Estados Unidos desarrolló el primer sistema integrado en red: Arpanet (Advanced Research Projects Agency Network). Posteriormente, este se conectó con otros proyectos similares en Europa, y, con un protocolo de comunicación unificado, quedó fundada la infraestructura básica para la Web 1.0, que empezó a funcionar comercialmente desde comienzos de los noventa.

 

Para contar mejor esta compleja historia, en la que un grupo de idealistas se apropió de esta tecnología, hay que volver la mirada a una fecha fundamental: 1968. En diciembre de ese año, el investigador de la Universidad de Stanford, Doug Engelbart, dio una charla que sería recordada en la cultura popular como “La madre de todas las demostraciones”. En San Francisco, frente a la élite nacional de científicos, programadores e investigadores, Engelbart demostró el uso de un sistema integrado de computación que por primera vez incluía a todos los usos de una computadora personal moderna: el hipertexto, videoconferencias, múltiples ventanas, procesadores de texto y el invento por el que sería recordado: el ratón.

 

Los asistentes, que hasta hace poco habían considerado a Engelbart como un loco, se levantaron de sus sillas para aplaudirle. La diferencia entre él y sus contemporáneos estaba en la idea fundamental detrás de su propuesta: la libre circulación de información y la autonomía de los usuarios para acceder a ella, para crearla. Con el éxito de su trabajo, quedaron plasmadas las bases físicas de la futura filosofía de internet y la Web 2.0. También hay que notar que entre su trabajo y la primera computadora Apple, creada por Steve Jobbs una década más tarde, hay una línea continua.

 

Entre los participantes a esa histórica fecha estaba otra figura clave de este cuento: Steven Brand. Este extraño personaje -asociado a las comunidades hippies de California, formalmente biólogo e informalmente artista itinerante, gurú de la psicodelia, activista político en contra de la guerra de Vietnam y organizador de conciertos- estaba a medio camino entre las nuevas tecnologías y la contracultura. Por eso, representa a los que vieron el potencial del invento y le dedicaron su vida a usarlo como herramienta para lograr sus sueños.

 

Meses antes de asistir a la conferencia, Brand había creado el Whole Earth Catalog (Catálogo Completo de la Tierra), una revista ecléctica formada por la colaboración de los lectores, que enviaban sus ideas a través del correo postal. La publicación aceptaba textos que iban desde objetos en venta hasta recomendaciones literarias, pero siempre centrada en 2 nociones fundamentales: herramientas y habilidades que fomenten la independencia de conocimientos. En su cumbre, la revista llegó a tener 448 páginas con 1 072 entradas y vendió 1,5 millones de copias, una cifra alta para un proyecto de esas características. Fue una gran influencia para los idealistas de internet, entre ellos un joven Steve Jobbs.

 

Con el surgimiento del internet moderno, Brand trasladó su iniciativa a un primitivo foro virtual, en el que buscaba replicar el modelo inicial utilizando la Red. Con la fundación de WELL, como bautizó a esta fase de su iniciativa, creó la primera comunidad virtual de usuarios, antecesora directa de proyectos como Wikipedia, Youtube o las redes sociales de siguiente generación: Facebook y Twitter. Pronto, la actividad liberadora de creación de pioneros del ciberespacio dio sus frutos. De este espacio original saldrían otras 2 iniciativas importantes: la Electronic Frontier Foundation (Fundación de la Frontera Electrónica), la primera organización en comprender la importancia de crear legislación nueva para proteger la libertad en el ciberespacio, y la revista Wired, que hasta hoy es un referente en el campo de la tecnología y la nueva economía.

 

Como escribe Charles Leadbeater en su libro We-think (un análisis ideológico de la web), la cultura de internet es “un híbrido entre el programador, el hippie, el académico y el campesino de las comunas”. Cada una de estas figuras aportó su parte a la mezcla: el académico postulaba que el conocimiento se desarrolla compartiendo ideas que se analizan entre colegas, mientras que el programador ofrecía una solución tecnológica en red, a través de la cual el hippie podía realizar su visión de una comunidad igualitaria y autogestionada –contraria a la autoridad-, y el campesino podía replicar su vida comunitaria basada en el uso común de recursos, en la cual la cultura –música, cuentos o leyendas– es compartida libremente entre los miembros.

 

El resultado directo de esta colaboración es una ideología que compagina ideas antiindustriales y anti-autoritarias, tecnología en red y una recuperación de modelos de vida pre-industriales, en particular en relación con la economía de los comunes.

 

Con la creación de internet como medio abierto, en el que los usuarios generan y reciben contenidos, las personas podían organizarse de una manera completamente distinta que la cerrada estructura jerárquica industrial: en comunidades libres de conocimientos. En esta nueva estructura social, la capacidad de expresión colectiva es potenciada al máximo; el conocimiento, las ideas y la colaboración masiva se comparten libremente; y, por primera vez en la historia, el mundo lograba eliminar sus barreras -incluido el espacio-tiempo- para integrarse alrededor de las ideas y las expresiones humanas.

 

El ejemplo ideal de esta dinámica, evolucionada y puesta en práctica, es Wikipedia, que como comunidad autogestionada creció
19 000 000% entre 2001 y 2007. Todo esto se hizo con 1 empleado y millones de colaboradores anónimos. Quizás es el ejemplo más exitoso de colaboración masiva. Hoy en día tiene 30 millones de artículos en casi 300 lenguas distintas.

 

Sin embargo, en la época actual de capitalismo desatado, un mercado tan grande no podía existir sin dar sus frutos económicos. Por eso, desde siempre se ha luchado una guerra por preservar la neutralidad de la red, su capacidad de espacio de libertad creativa y común, frente a los intentos por industrializarlo, ponerle paredes y usarlo para los fines del poder. Lamentablemente, en los últimos años, parece que la lucha por la utopía ha sido derrotada, dando paso a la posibilidad de una distopía totalitaria.

 

 

¿Estamos en camino a una distopía?

 

“Quien controla el pasado’, decía el slogan del Partido, ‘controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado”.

 

George Orwell, 1984

 

 

En el prólogo del libro Cypherpunks, el fundador de Wikileaks, Julian Assange, escribió: “El mundo avanza aceleradamente hacia una nueva distopía transnacional. El internet, nuestra herramienta más valiosa de emancipación, ha sido transformado en el más peligroso facilitador del totalitarismo. El internet es una amenaza para la civilización humana”.

 

Estas palabras suenan exageradas, pero si alguien sabe de este tema, es Assange. Wikileaks ha visto al enemigo de cara, lo conoce desde dentro. En su experiencia filtrando información sobre gobiernos y corporaciones corruptos en cientos de países, descubrió que el enemigo es global, es decir, es más una dinámica del Estado que el comportamiento de unos pocos. Esas palabras fueron escritas durante su arresto domiciliario. Hasta hoy lleva asilado 585 días en la embajada ecuatoriana sin ser legalmente acusado de ningún crimen.

 

Según los primeros habitantes del ciberespacio, sus actividades estaban fuera del control del Estado. No existían leyes en su mundo platónico de ideas, creado únicamente mediante la interacción entre su gente. En ese momento, el nuevo reino de internet pregonaba su independencia.

 

Pero sus predicciones fueron optimistas: el flujo etéreo de información que es el ciberespacio tiene una conexión física con el mundo real. Olvidaron que la infraestructura de internet está hecha de servidores, satélites y cables de fibra óptica controlados por gobiernos y corporaciones. Estos no son bienes comunitarios y en el mundo físico domina la búsqueda de poder y control: ni siquiera el ciberespacio puede escapar de esta lógica.

 

Gracias a esta ventaja crucial, internet está dominado por los poderosos. Por un lado, la tendencia hacia servicios ultracentralizados como Google y Facebook, compañías enormes que se lucran de la generación colectiva de cultura, evidencia la industrialización de internet, que es anatema para los ideales de los pioneros. Por el otro, las agencias privadas de seguridad –en expansión constante desde el 11 de septiembre-, fusionadas con los estados, han convertido la Red en un vasto sistema de espionaje.

 

En este último punto la situación es muy preocupante. En las revelaciones del exanalista Edward Snowden sobre la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense, salieron a la luz las tripas del mecanismo de espionaje global. Incluso los más enterados estaban impactados por el nivel de penetración y complejidad de sus operaciones. La estrecha colaboración de la agencia con organizaciones similares en países aliados reveló un esquema global de vigilancia, coordinado y con los mismos objetivos: el espionaje masivo de ciudadanos a todos los niveles.

 

Ahora sabemos que la NSA es capaz de leer el contenido de cualquier email –Snowden llegó a decir que podía leer el correo del presidente–, rastrear el posicionamiento exacto de cualquier persona a través de sus teléfonos celulares, instalar accesos secretos en computadoras y recibir datos personales de usuarios de Facebook, Yahoo, Microsoft o Apple, gracias a colaboraciones secretas. Y esto es solo una parte. También se reveló que pretenden construir una supercomputadora capaz de almacenar todo el tráfico de datos que pasa por Estados Unidos, indefinidamente. Es un hecho, el Gran Hermano nos está mirando.

 

Sin embargo, estas revelaciones de un sistema de represión listo para actuar, en el que los disidentes pueden ser controlados, dan esperanza: a través de la transparencia, el público puede organizarse y responder.

 

Por ahora, Barack Obama ha tenido que responder a intensas presiones políticas sobre el programa, desde su propio país y desde los aliados que fueron vigilados.

 

Pero lo más importante es que la valentía de algunos pocos disidentes como Wikileaks, Bradley Manning, Edward Snowden o Birgitta Jónsdóttir, la nueva comunidad de internet, ajena de sus orígenes, empieza a ser consciente del problema que significa no tener privacidad alguna. Desde las revelaciones sobre la NSA, el uso de tecnologías para proteger nuestra identidad online es cada vez más popular.

 

Su ejemplo también está llevando a una sana disidencia por parte de periodistas, políticos y millones de usuarios anónimos que buscan proteger el ideal de internet como espacio de libertad, y esto es lo importante, porque como escribió Oscar Wilde, “la desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído un poco de historia, es la virtud original del hombre. El progreso ha llegado por la desobediencia y la rebelión”.

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