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Gelman: la rabia de su trino eterno

Gelman: la rabia de su trino eterno
20 de enero de 2014 - 00:00

Desde el 22 de diciembre de 2012 hasta el 19 de febrero de 2013 me propuse (y así lo cumplí) leer la obra completa de Gelman para trabajar una antología de su poesía para el lector del Ecuador, en vista de que el maestro nunca ha sido publicado en el país. Pasé revista seria, con ojo de antólogo, por los 29 libros de Gelman, que leí en los 2 tomos (1) de su obra completa publicados por el Fondo de Cultura Económica de México, en  2012 (aún no aparecía su último libro publicado en vida: Hoy, que leí luego de haberse  publicado la antología Furia de pájaros).

En sus primeros libros hay un ser dolido por la vida, por esa temperatura que da la poesía al poeta, por ese estado que hizo temblar a la República de Platón (Gelman nunca hubiese podido vivir en la República platoniana, sobretodo él, no…). En esta primera etapa, aparecen las claves que definirán su estilo: versos largos, cortados con un caprichoso ritmo, por una novedosa ortografía, por una sintaxis renovada y una lógica verbal estudiada y redirigida al ambiente de unos nuevos versos. Y con el contenido irónico y sesudo, con la risa y dolor por el mismo lado, con la muerte y la vida por el mismo camino, con el blanco y el negro por el mismo delta. Nada de dividir su corazón, nada de volverlo de vidas distintas, nada de hacerlo uno de cal y otro de arena. Eso no es para Gelman. Gelman no, otros sí, pero él no.

Él, por la sombra del árbol, con los pájaros gelmanianos, con la muerte a cuestas, con los huesitos del dolor, en el mismo poema. Allí desemboca el frío del miedo, el grito desesperanzador, la furia histriónica. Allí mismo va llegando el nuevo lenguaje, el nuevo sonido, los nuevos vocablos. Por allí mismo va cayendo la nueva ortografía, las comas invisibles, los puntos disminuidos, las minúsculas de los sustantivos propios. Allí mismo cae el amor y el odio, su hijo y el dictador, su dolor y su hilaridad, la desgracia y el color del día. Gelman lo dice todo. Y lo que no dice, lo dicen sus heterónimos. Es un poeta decidor. Nada de poesía del silencio. El primer Gelman (y el segundo, no tanto el último) es un poeta claro, clarísimo. Su intención era decir y vaciarse. Pero no se vacía nunca. Y no se vacía siempre. Porque así mismo es. Y porque detrás de un dolor hay otro gran dolor, ese que no se verbaliza, ese que no se avanza a consumar, porque el idioma es limitado y porque nos quedamos cortos frente a la lengua.

A mi juicio, su poesía tiene 3 fases definitorias:

Una primera que va desde su ópera prima, Violín y otras cuestiones (1956), hasta Cólera buey (1968), en las que rechaza el establishment de la época, rompe con los rumbos de su generación, con ese desencanto obnubilante de la utopía y reclama y critica y odia con verdadera ternura y ama con la misma intensidad. Y llega, por fin, el juego de significantes y llega el palíndromo de significados y le da un pase a la sintaxis silvestre de la lengua.

La segunda etapa de Gelman es aquella época del misticismo personal, del cual se culpa a Santa Teresa y a las lecturas no convencionales de Gelman. Y que se vuelven ricas y  más rebeldes aún. Y que nos da un entendimiento distinto del misticismo. El hecho que los santos sean santos porque escribieron y porque su trance no fue un ritual inútil, sino un dolor que encaneció su vida, cuando la vida se hizo más chiquita (convivir con el dolor y la reflexión). Tratar de entender lo que no tiene explicación.

Desde la década del setenta Gelman se volvió un asceta pagano. Glosó a los grandes místicos en su estilo muy diferenciador, consiguiendo un nuevo y decidor ritmo, que siempre fue fortalecido por esa furia rabiosa, por la carencia de olvido, por los recuerdos rejuvenecidos y nunca transmutados ni mutilados.

Para los años ochenta, Juan Gelman crea los otros Juanes, esos que lo ayudan a autoexplorarse, a sacarse los fantasmas que vamos cultivando tras el espejo. Los otros Gelman que son los que aclaran los otros conceptos que Gelman guarda en su rabia y que los saca con prudencia, pero con firmeza. Esa rabia suave y tajante. Esa rabia que no sabe si odiar o amar, si el amor es rabioso o el odio también lo es. Solo el que ha odiado con fuerza puede amar con fuerza. Las mayorías conviven con los odios que deberían ser de todos. Y solo así poder amar con fruición, con el sin sentido. Y poder perdonar. Y poder olvidar. Aunque no exista el perdón ni el olvido mientras la injusticia se precie de ser. Los Gelman creados por Juan (José Galván y Julio Grecco (2)) son esas extensiones de su bifurcado corazón de espejo de puntas.

En Carta a mi madre (1989) se genera la reflexión más cercana entre la voz poética y el autor. Siempre van juntos por el camino de la poesía. El dolor es ese paso transparente que se queda en la cara de uno. Que se va dibujando en los músculos. Por suerte los poetas lo pueden sacar de los intersticios de su alma, a través del producto artístico. Gelman lo saca en su poesía. Se saca todo él, como si su piel fuera una alfombra. Y se la vuelve a poner. Ya se ha dicho que la poesía de Gelman no se entiende sin Gelman.

La preocupación que Gelman tiene por el lenguaje sostiene su dolor. Vuelve arte a su alarido de años, vuelve canto de pájaros a su torpedo de sangre, de muerte, de desolación, a esa cárcel a la que conduce el recuerdo. De allí, desde el Gelman más fonético (y frenético) sale Dibaxu, su libro escrito en sefardí y publicado en edición bilingüe, enorme canto rítmico de aplastante ternura, en el que aparece un nuevo Gelman: el contemplativo, el sabio, el seductor de las palabras.

También experimenta con formas clásicas como el soneto. Incompletamente es un libro íntegramente compuesto por esta forma. Gelman pasa por los 14 versos y los gelmaniza, les da un nuevo tono, les quita la rima, les quita la cárcel provenzal de Petrarca y los contemporiza a su forma.

A partir del libro Valer la pena (2001) nace, a mi juicio, su tercera etapa: un nuevo Gelman. Este es un libro capital de su obra. Una variante que quiere entrar en el misterio, que tiene entre sus dedos la miel de la sabiduría. Que ha visto la vida desde varios ángulos, que ha cimentado el dolor, que ha asentado (nunca olvidado) los siempre últimos sucesos. En estos libros del nuevo milenio gelmaniano hay poemas crípticos, complejos, pero también están los poemas filosóficos, reflexivos, esos que le dan la vuelta a la epidermis, para que la dermis también hable. Se nota que Gelman se va volviendo más íntimo. Que es un diálogo desde su propio yo. Desde su corazón otra vez agolpado.

Su voz es única y le ha costado la vida y el dolor de vivir. Es que es un pájaro el tío Juan. El mundo escuchará ya siempre ese pío pío  (3)de Juan Gelman que parte la piel. Tal vez él ni sepa que el mundo le estará agradeciendo para siempre que haya devuelto los pájaros a sus nidos abandonados.

La poesía a costa de su dolor, de su amor, de su pureza. He aquí Gelman para todos. El poeta que venció a las palabras. Solo fue derrotado por su corazón de pájaro. Pero aún sigue volando. Y su nido ya es el mundo. Ni más ni menos.

 

Notas:

1.  Poesía reunida. Tomo I: Violín y otras cuestiones. Tomo II: El emperrado corazón amora, México, 2012.

2.  Los poemas de estos heterónimos fueron publicados en su libro Hacia el sur (1982).

3.  En referencia al poema ‘Sobre la poesía’, en el cual el heterónimo Julio Grecco habla sobre su tío Juan.

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