Publicidad

Ecuador, 23 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Fernando Iwasaki: ‘Olmedo es el gran ancestro de la poesía latinoamericana’

Fernando Iwasaki: ‘Olmedo es el gran ancestro de la poesía latinoamericana’
20 de enero de 2014 - 00:00

El narrador y ensayista peruano radicado hace algunos años en Sevilla, Fernando Iwasaki (Lima, 1961), visitó Ecuador en noviembre de 2013 a propósito de la presentación del libro La victoria de Junín. Canto a Bolívar (Edición de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Ediciones Doce Calles, S.L., y la Corporación Editora Nacional) del poeta José Joaquín de Olmedo (Guayaquil, 1780-1847). Iwasaki es autor del prólogo que da cuenta de manera reveladora del contexto literario en el que está inmerso el mencionado canto y la obra de Olmedo. Este libro, que también incluye un estudio introductorio amplio y bien documentado del escritor Raúl Vallejo, se editó en España, donde jamás, desde 1825, se había publicado; se presentó en Madrid y Sevilla en 2012, y en Guayaquil y Quito en noviembre de 2013.

Fernando Iwasaki realizó sus estudios literarios en la Universidad Católica de Lima, donde posteriormente fue docente de la cátedra de Historia del Perú. Después obtuvo una beca otorgada por el Gobierno español para dedicarse a la investigación en el Archivo General de Indias, Sevilla. Además de narrador, es ensayista, antólogo, crítico e historiador. Ha publicado varios títulos, entre los que están los cuentarios: Tres noches de corbata  (Lima, 1987), El Fantasma de la Glorieta (Huelva, 1994), A Troya, Helena (Bilbao, 1993), Ajuar funerario (Madrid, 2004), El arte de amar (Madrid, 2006), España, aparta de mí estos premios (Madrid, 2009), y las novelas Libro de mal amor (Barcelona, 2001) y Neguijón (Madrid, 2005). Como ensayista es autor de Mario Vargas Llosa, entre la libertad y el infierno (Barcelona, 1992), El Descubrimiento de España (Oviedo, 1996), Mi poncho es un kimono flamenco (Lima, 2005), Republicanos. Cuando dejamos de ser realistas (Madrid, 2008), Arte de introducir (Sevilla, 2011) y Nabokovia Peruviana (Sevilla, 2011).

 

Fernando, leía que un texto como La victoria de Junín, que se publica en el siglo XIX y, a partir de lo que ha dicho la crítica al respecto es, sin lugar a dudas, uno de los grandes referentes de la poesía épica de la Independencia en América Latina, ¿cuál sería, en este tiempo posmoderno, su incidencia en nuestra tradición y la literatura contemporánea y qué nos está revelando a los lectores ecuatorianos y latinoamericanos?

Creo que nos revela muchas cosas. Para empezar, es un texto que debemos situarlo en  su época y tenemos que situar a Olmedo en todas las circunstancias que le tocó vivir. Él era un poeta, un gran poeta, pero al mismo tiempo es recordado casi siempre como un político, un hombre de Estado. Evidentemente fue ambas cosas, pero la figura del político siempre fagocita, siempre devora a la del poeta. Cuando se hizo esta edición, el cometido que me encargaron fue tratar de situar a Olmedo y su obra, por decirlo así, dentro del torrente de la literatura.

Para que un poeta continúe vivo, aunque sea un poeta del siglo XIX o del XVI o de la  Atenas clásica, lo importante es que su poesía continúe dialogando con los poetas posteriores. Entonces, lo primero que me propuse fue ver fue de qué manera La victoria de Junín seguía palpitando en las obras de los siguientes poetas latinoamericanos que habían leído a Olmedo; por eso decidí que el prólogo debía tener 2 partes: una parte dedicada a la literatura, otra parte dedicada a la historia, y como deseaba que, efectivamente, Olmedo dialogara con los autores contemporáneos, hice, desde el comienzo, una suerte de paralelo con un gran cuento de Borges que se titula ‘El espejo y la máscara’, que está en El libro de arena (1975). En él, Borges narra una batalla en la que el rey de Irlanda ha derrotado a sus enemigos y para celebrarlo encarga a un poeta la escritura de una oda en la que se cante la batalla de Clontarf.

Esto me sirve a mí –aunque advierto que ni el alto rey era Bolívar ni el poeta era Olmedo–  para hacer un juego de espejos. Olmedo, para poder escribir aquella oda tuvo que demostrar, para empezar, que era un consumado conocedor de la literatura clásica. Todo el mundo que estudia la literatura sabe que no se puede escribir una oda fuera de la tradición de la épica, es decir que hay una suerte de guion épico de estructura que los poetas deben respetar.

 

¿Sin duda que esto revela el registro de lecturas que el poeta realizó antes de embarcarse en la aventura de escribir su canto?

En efecto. Olmedo había leído a los clásicos grecolatinos, había leído a los poetas ingleses, que a su  vez rescatan toda la poesía épica para incorporarla a su tiempo; estamos pensando en Alexander Pope a quien tradujo y, además, leyó a los poetas españoles contemporáneos suyos que también escribían odas y que también escribían poemas épicos. Así se explica que Olmedo haya leído a Valdez, Cienfuegos, a Martínez de la Rosa y, sobre todo, a Quintana, a quien conoció  en Cádiz cuando ambos fueron parlamentarios de las Cortes, en las Cortes de la Asamblea Constituyente que finalmente promulgó la Constitución de 1812.

Olmedo conocía toda la poesía épica de la antigüedad, de la ilustración y de su tiempo;  estaba literariamente preparado para escribir una oda de acuerdo con los cánones de la época. Aquí viene la parte en la que, dado que esta oda se refleja en los espejos de las composiciones anteriores, hay que ver si le sirve de espejo a los poetas siguientes, y encontramos que en México, Colombia, Venezuela y Perú, todos los poetas que empiezan a cantar la independencia de sus respectivos países cantan las batallas decisivas de sus historias republicanas, o los poetas que simple y llanamente quieren recurrir a ese tono épico para cantar un episodio de esa historia, por tanto se inspiran en Olmedo.

Como la tradición literaria que mejor conozco es la peruana, me fijé en el poeta Augusto Salaverry, quien tiene odas, poemas épicos que remiten directamente a Olmedo, y como sabía que Salaverry era el poeta que más le gustaba a César Vallejo (a quien incluso Vallejo le dedica su tesis de bachiller), busqué esa tesis donde encontré citas muy elogiosas a Olmedo, y donde además encontré la reverberación de la oda en, por ejemplo, ‘España aparta de mí este cáliz’, que son los poemas en los que César Vallejo describe las batallas de la guerra civil española.

Creo que no puede haber elogio más grande para un poeta que ser leído por los poetas siguientes y eso es lo que yo deseaba  demostrar.

 

¿Cree que esta lectura que hacen los poetas que ha mencionado, y que forman parte de la tradición, no significa, a la vez, que ellos también toman un referente como Olmedo y su poesía? En este sentido, ¿qué significaría reactualizar a un autor como el guayaquileño? ¿Ese desciframiento, también implica releer la tradición de la poesía latinoamericana por parte de estos poetas que ponen en evidencia la fuerza o la vigencia que tiene la poesía de Olmedo?

 Creo que todos los poetas construyen su tradición; todos los poetas gustan de enumerar sus lecturas para, a partir de ahí, explicar de dónde viene su poesía. En el caso de los poetas latinoamericanos, de Darío en adelante, que son verdaderamente los grandes poetas que trazan los nuevos rumbos de la poesía neoespañola, en esa genealogía está Olmedo. Pienso que Olmedo es el gran ancestro de la poesía latinoamericana, con permiso de Sor Juana, porque ella escribe en otra época y en otro contexto. Sor Juana forma parte de la gran poesía latinoamericana de todos los tiempos. El primer poeta de este nuevo mundo, con las nacientes repúblicas, es Olmedo; y con él comienza una genealogía que prosigue con Martí, José Asunción Silva, y  que llega a Rubén Darío, a Huidobro, a Neruda, a Vallejo, a Octavio Paz, e incluso a Borges, y muchos más que no estoy mencionando por concentrarme solo en las grandes figuras.

Olmedo es ese poeta, es ese ancestro; forma parte de esa tradición y aunque hoy en día  nos cueste imaginar que alguien escriba odas, que busque una composición estrófica semejante a la de La victoria de Junín, la poesía de Olmedo está presente en la poesía de los grandes poetas latinoamericanos que escribieron después de él.

 

Le he escuchado decir algunas cosas respecto a lo que está aconteciendo en la escena literaria contemporánea en América Latina con algunos poetas que, como usted anotaba en su charla sobre ‘El humor en los tiempos del boom’, dictada en la Universidad Andina Simón Bolívar, están muy convencidos que, con relación a algunos temas y recursos literarios actuales, han descubierto la pólvora; por ejemplo, sostenía que cuando están escribiendo novelas epistolares, usando los soportes del correo electrónico y otros formatos, esos autores evidencian no tener un conocimiento cabal de esa tradición que, al conocerla, podría enriquecer su visión, por tanto sus proyectos de escritura.

A mí, por ejemplo, me seduce la posibilidad –en un futuro– de releer ciertos poemas de Pablo Neruda (Neruda también escribía odas), y ver de qué manera hay ecos de la poesía de Olmedo en esos textos. Neruda era lector de poesía, entonces él no podía escribir odas, llamarlas odas sin darle un vistazo a las odas clásicas y canónicas; aunque Neruda hubiera acudido a las fuentes primigenias de los clásicos, en algún momento tuvo que haber examinado los escritos de Olmedo. A mí me seduce esa posibilidad. Creo entonces que son temas, son hilos que, se me ocurre, quizá algún joven doctorando pueda pensar, aquí en Quito, que pueda tirar de ese hilo y llegar a esa madeja mucho más grande y sacar de ahí una tesis. Sería maravilloso que a partir de esta reedición del Canto a Junín de Olmedo se pueda reavivar el interés académico de jóvenes doctorandos ecuatorianos y latinoamericanos por las figuras fundadoras de nuestra poesía.

 

En el estudio introductorio que también incluye esta edición, a cargo del escritor Raúl Vallejo, él habla de un Olmedo como cantor de la patria; sin duda lo hace porque Olmedo es uno de los intelectuales civiles que va a participar en el proyecto de fundación de la nación, del Estado ecuatoriano. Ese rol del guayaquileño, de lo que usted comentaba, de asumir el compromiso como intelectual civil en un proyecto político que para entonces era bastante complejo, como lo de fundar una nación, ¿llegó a adoptar esta postura sin renunciar a la idea de que de por medio estaba el intelectual, el creador, que pudo aportar, de hecho lo hizo, a ese proyecto político? Sabemos que eso de por sí era todo un compromiso,  ¿cómo mira, en una perspectiva actual, en un intelectual como Olmedo, el decidirse por ese compromiso?

Lo que ocurre es que cuando asociamos literatura y compromiso inevitablemente pensamos en Jean-Paul Sartre. Con todas estas ideas tan fuertes en los años sesenta de los intelectuales comprometidos, y si un intelectual no estaba comprometido su obra no era valiosa, entonces quedaba subordinado lo literario, a lo político y –si me lo permites– a lo ideológico. Yo creo que esto ha sido una especie de pensamiento que le ha hecho mucho daño a la literatura, porque durante décadas hemos tenido grandes comprometidos que escribían pésima literatura, es decir que no porque el autor esté en lo políticamente correcto su obra se convierte en excelsa, maravillosa y extraordinaria. Esto es algo que Sartre probablemente lo propuso desde la filosofía pero que nosotros le encontramos una versión más local y menos rigurosa. Creo que no es el caso del Olmedo. El poeta tuvo que decidir en su tiempo, además en un momento muy vertiginoso en el que se producían muchos cambios, tomar decisiones; porque, probablemente si no las tomaba él, las hubiese tomado alguien con una menor preparación y con un menor conocimiento.

Estas cosas que hoy en día pueden parecer un poco extrañas, en los albores del siglo XIX eran completamente razonables. Países como los que estaban surgiendo no tenían un alto índice de alfabetización; no habían integrado a la mujer al mundo de la educación; no eran lugares donde todos eran considerados ciudadanos porque hay que recordar, con vergüenza, que en los países andinos a toda la población indígena se la mantuvo al margen de los beneficios de las nuevas repúblicas. Los indígenas, para nuestra vergüenza, siguieron pagando tributos en las repúblicas hasta el siglo XX.

 

¿Fernando, esto nos llevaría a suponer o plantear, sin pecar de chovinistas, que Olmedo fue un intelectual, un estadista que se adelantó a su tiempo?

Olmedo sí fue alguien que se adelantó a su tiempo: denunció situaciones horrendas y de injusticia; él estuvo en contra del tributo indígena, tuvo una brillante intervención en Cádiz contra la mita que obligaba a los indígenas a trabajar forzadamente en las minas, es decir Olmedo representa –desde mi punto de vista– la decencia, lo razonable, la honradez; representa esa figura que yo quise en la fábula de Borges convocar al comienzo del artículo: el alto rey le encarga al poeta una oda, luego le encarga una segunda y le encarga una tercera. La tercera oda era una línea, era una palabra, que cuando el poeta se la recita al rey ambos descubren que es como si hubieran cometido un pecado contra el espíritu que deben expiar; entonces el poeta se mata a la salida del palacio y el rey se convierte en un mendigo que recorre los caminos de Irlanda.

Durante años en la historia de América Latina nunca nos ha interesado la figura del poeta  que muere lejos del palacio, que muere lejos del poder; siempre nos ha fascinado la figura del rey convertido en mendigo que recorre los caminos de Irlanda, de los Andes, del Orinoco, del Amazonas. Nos hemos lanzado siempre detrás de estas figuras sin ser conscientes de lo que el poeta representa. Yo creo que Olmedo representa todas las virtudes cívicas, todas las virtudes ciudadanas, y que ese es el ejemplo que debemos rescatar para las generaciones presentes. Que sepan que ser un ciudadano supone ser una buena persona.

 

La idea que señala de esta visión del compromiso de Olmedo, me recuerda que, de alguna manera, el poeta inaugura algo que va a tener, a posteriori, una continuidad en algunos intelectuales latinoamericanos. Si nos ponemos a ver, están Martí, los modernistas y los poetas de la vanguardia, incluyendo a Neruda y Vallejo, ambos defendiendo en los años treinta del siglo pasado una causa como la República española, por ejemplo. ¿Cree que esa idea del compromiso  está expresada en las actitudes de otros creadores?

Pienso en Ernesto Cardenal que es sobre todo un poeta, además un sacerdote y que fue  alguien que tuvo las más altas responsabilidades en la Revolución Sandinista, no por ello dejó de escribir poesía ni renunció a su magisterio eclesiástico. Los poetas e intelectuales anteriores a la idea del intelectual comprometido acuñada por Sartre no tenían por qué participar de esa idea sartreana; quiero pensar en alguien que nunca es mencionado en estos inventarios, el argentino Alberdi, que además traducía clásicos, que comentó a Olmedo en algún momento. Ese es un tipo también de intelectual vinculado al poder.

En América Latina, si los intelectuales han cumplido un rol en el desarrollo de sus  respectivas sociedades ha sido porque todavía aquí se respeta el conocimiento, se respeta la formación, se respeta esa posibilidad de proponer una idea válida para todos, cosa que en Europa y EE.UU. se está perdiendo. Cuando a veces me dicen: es que aquí en España, aquí en Inglaterra, nunca le pedimos a los novelistas que estén junto a los mandatarios o que opinen. No. Allá en Europa opinan los chefs, los futbolistas, los cantantes, los actores. Me parece mucho más digno cómo en América Latina la gente quiere saber qué piensa este escritor, este profesor, este sociólogo, porque siempre hay un joven que en esas opiniones encuentra un pensamiento válido para sí mismo. Entonces, yo inscribo a Olmedo en esa línea y me hago un poco aparte de lo de Sartre, porque yo creo que los intelectuales comprometidos verdaderamente terminaron haciendo un papelón.

 

Esta idea del compromiso me parece interesante plantearla con relación al mismo Olmedo en el sentido de que, sin duda, todo creador e intelectual es un sujeto comprometido y que, por tanto, todo depende también de las decisiones que este sujeto toma respecto a un proyecto político determinado. Me parece que Olmedo en eso fue muy claro y adscribió a este proyecto seguro de lo que implicaba. Resultado de esto es que La victoria de Junín es un manifiesto político, en el sentido de que él pone en evidencia la presencia del héroe y no se queda en la pura exclamación y exaltación, sino que el canto va evidenciando una especie de desciframiento de lo que significa la irrupción de Bolívar en la historia de los pueblos latinoamericanos y de su proyecto fundacional. En esa perspectiva me parece interesante la presencia de Olmedo y que en los tiempos posmodernos vemos que la idea del compromiso para muchos resulta ser algo que causa, si no escozor, también pavor, así se podría entender que no hay que comprometerse cuando se supone que son los creadores e intelectuales, personas muy bien formadas, las que podrían asumir ese compromiso.

Se me ocurren varias cosas. Tan comprometido es en este momento Fernando Savater como Mario Vargas Llosa, por ejemplo, y tan comprometido sería Juan Gabriel Vásquez como Andrés Neuman, que son nacidos en los años setenta, en Colombia y Argentina, respectivamente. Es decir que para estar comprometido no hace falta que sea una causa política concreta sino comprometerse con un problema de su tiempo, luego habrá personas que dirán no me gusta la opción que ha tomado esta persona, pero ya entramos en lo personal, en lo individual; pero sí, creo que hay gente que se sigue comprometiendo y siempre habrá causas que merezcan la pena comprometerse.

Lo que quizá no abunde hoy en día, más en Europa y Estados Unidos que en América  Latina, porque en América Latina por distintas razones todos nos pronunciamos, es la figura del intelectual refiriéndose a temas de la actualidad política. En eso los latinoamericanos tenemos una mayor presencia. Yo mismo acabo de firmar una carta para que en el Perú salga adelante el proyecto de unión civil del matrimonio entre personas del mismo sexo. Estoy absolutamente convencido de que eso es algo que tiene que existir. ¿Por qué razón 2 contribuyentes del mismo sexo no pueden unirse civilmente? A mí me parece que, además, no solo deberían unirse 2 personas del mismo sexo porque sean homosexuales, que toda la crítica se centra en ese punto. A mí me gusta que se unan civilmente los hermanos solteros; cuántos hermanos solteros han vivido juntos; la hermana soltera que menos que acostarse con su hermano ha hecho de todo para él, ha cocinado para él, ha limpiado para él, ha arreglado la casa para él, ha sido su compañera y, de pronto, el hermano que sabe que va a morir no le puede dejar una pensión.

A mí me parece absolutamente injusto que los hermanos solteros no se puedan unir  civilmente. ¿Por qué 2 grandes amigos no pueden unirse civilmente sin que uno de los 2 o los 2 tengan que decir cómo es su sexualidad? Pues me parece que ni al Estado, ni a los ciudadanos ni a nadie les debería interesar la sexualidad de nadie. Tú y yo podríamos ser grandes amigos y yo dejarte una pensión. Entonces creo que el intelectual latinoamericano tiene que manifestarse sobre estas cosas y quienes hemos tenido la fortuna, el privilegio, de conocer otras sociedades, de movernos un poco más por el mundo debemos compartir estos hallazgos con nuestros compañeros. Pero volviendo a Olmedo, es verdad que él toma una opción y que, efectivamente, contribuye a la exaltación de Bolívar, pero también le para los pies. Cuando Olmedo hace aparecer al inca Huayana Cápac como el deus ex machina de su poema, recurso retórico clásico que lo habían utilizado todos los poetas anteriores a Olmedo y que habían escrito poemas épicos, ¿por qué elige al inca? Olmedo elige al inca porque sabía que los Comentarios reales del inca Garcilaso habían sido prohibidos después de la revolución de Túpac Amaru II, porque sabía que los descendientes de los incas estaban litigando por conseguir el Marquesado de Oropesa, porque sabía que Belgrano, el padre de la independencia argentina, estuvo a un tris de nombrar rey a un descendiente de los incas, porque los españoles que se refugiaron en los Andes cuando San Martín entró en Lima, amenazaron con nombrar rey del Perú a un descendiente de los incas; es decir, Bolívar entra en el Perú con la mosca detrás de la oreja de los incas. Para Bolívar era tan peligroso que siguieran los españoles en el Perú como que los descendientes de los incas estuvieran por ahí enredados.

Que Olmedo pusiera al inca Huayna Cápac era un desafío a Bolívar en toda regla, y Bolívar no era tonto, le da a entender que no le gusta la figura del inca en el poema, pero lo hace con argumentos literarios. Cómo Bolívar se iba a meter en otro asunto de lo que representaban los descendientes de los incas, potencialmente hablando en la política de la nueva república, pues se hubiera metido en otro charco y Olmedo fue tan inteligente como para dejarlo planteado de esa manera; pero Olmedo se adelanta a todos esos investigadores que hoy en día, con el tema de la utopía andina (pienso en el libro del gran Alberto Flores Galindo, fallecido muy joven, Buscando un inca, donde enumera a lo largo de toda la historia los distintos movimientos andinos que reivindicaban la figura del inca). Olmedo fue el primero que utiliza al inca y que además pone en voz de Huayna Cápac la unión de la historia antigua, la historia presente y la historia que vendrá. Para Olmedo, la patria no solamente era un territorio, un estado, que conste que Olmedo tuvo más de una, porque en algún momento fue un patriota español, en otro momento su patria fue el Perú, en otro momento su patria fue la Gran Colombia y, finalmente, Ecuador. Es decir que se puede ser padre de la patria y tener varias patrias, pero Olmedo incluso postula una más que es la memoria, que es la historia. Y en ese proyecto que esboza Olmedo en la voz del inca Huayna Cápac está toda la población indígena que la colonia había más o menos consentido dentro de su esquema de la República de Indios, pero que la república se apresuró en aplastar cobrándoles el tributo.

 

En esa perspectiva lo que también podríamos descifrar es que Olmedo está planteando el hecho de que ninguna nación y ningún proyecto de nación sería posible si no incluía a ese otro, y ¿él hace un reconocimiento de ese otro cuando pone la figura de Huayna Cápac en su canto?

Lo que pasa es que los libertadores, como todos los líderes, creen que la historia comienza con ellos. Todos sabemos, por nuestros conocimientos de Historia, que tanto los faraones egipcios como los incas, cuando llegaban al poder, todo empezaba con ellos, arrancaba un nuevo orden; incluso cuántas revoluciones, cuándo triunfan, nos hablan del hombre nuevo y el hombre nuevo tiene los mismos problemas del anterior, pero en fin… Entonces Olmedo se apresura a hacer otra cosa diferente. Olmedo, para mí está inmune a todo eso, y cuando en boca del inca Huayna Cápac plantea que tiene que haber esa unión, ese reconocimiento al anterior, de esa otra parte de la sociedad, eso es precisamente lo que no hace la república. Bolívar lo que hace es acabar con las comunidades indígenas, lo que hace es expropiar las tierras de las comunidades, se les declara ciudadanos pero luego se les explota y, por lo tanto, quedaron absolutamente indefensos; luego, los siguientes gobernantes de las repúblicas andina, vuelven a cobrar el tributo indígena que a mí me parece es lo más vergonzoso, lo más racista y lo más absolutamente colonial que se hizo hecho en esa época.

 

¿Qué revela La vitoria de Junín en el contexto actual de la literatura latinoamericana a los poetas de este tiempo; qué sorpresas van a encontrar esos poetas en un texto de la tradición como este?

Diría 2 cosas. La primera, no puedo imaginarme a un poeta que diga que es poeta sin leer a otros poetas. Ante esto que es algo muy normal, sucede que hoy en día hay gente que dice “no, yo no leo a otros poetas para no contaminar mi estilo”. Ese tipo de afirmación es un rebuzno en toda regla. Olmedo era alguien que para escribir poesía, para escribir el Canto a Bolívar tuvo que leer a los clásicos ingleses, a los españoles, es decir Olmedo leyó toda la poesía del estilo en el que escribía para escribir el suyo. Entonces, primera lección: el conocimiento. Yo creo que Olmedo es un poeta que nos invita a seguir leyendo. Lo segundo es que hay una serie de poemas suyos que no tiene esta ambición cívica; son poemas vinculados a la familia, que hablan de la felicidad íntima, de un padre, un hermano, un esposo, y yo creo que son temas muy presentes en la poesía, en muchos poetas jóvenes (nada más ayer estábamos hablando de la poesía de la quiteña María Luz Albuja), poemas sobre la figura paterna. Hemos hablado del poeta Eduardo Chirinos y de los poemas acerca de su padre, y yo no puedo dejar de pensar en las coplas de Jorge Manrique, me voy hasta el siglo de oro. En realidad, los grandes temas de la literatura son los mismos: la muerte, la infancia, la memoria, el viaje. Olmedo fue también un gran poeta de esos temas, y creo que por más que hoy haya un chico, una chica que esté escribiendo poesía y que no tenga una métrica clásica, que no adjetive ni busque hipérbaton especial como las que escribía Olmedo, sin duda que están escribiendo sobre los temas de Olmedo, sobre el amor, sobre la muerte.

 

 

 

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media