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El humor pánico de Roland Topor

El humor pánico de Roland Topor
06 de enero de 2014 - 00:00

Un rito infantil, un juego puede transformarse, desde algún punto de vista, en un acto grotesco y macabro. El niño, después de todo, es un bromista, un pequeño ser que experimenta con el mundo y con su entorno, capaz de provocar ternura y terror, simultáneamente. Una broma, una un poco macabra: así podría definirse ese pueril acto de dejar los dientes de leche debajo de la almohada a la espera de que un ratón u otro ser maravilloso nos deje una recompensa por ellos. ¿Qué hace dicha criatura con nuestros dientes? Hay cuestiones en las que es mejor no indagar, aunque hay quienes sí lo hacen, a modo de broma, desde una perspectiva infantil y perversa, maravillosa.

 

Yo pensaba, pues, a todo esto: ¿de dónde vienen los dientes ocultos en la pared? Rewind. Play. Insisto: ¿qué hay con los dientes, de quién son? Y es que quizá son los 2 personajes uno solo, ella en el cuerpo de él, o viceversa… Pero claro, no me entenderá la gente si desvarío así y no me explico: esta era la duda, el temor absurdo que me rondaba cuando terminé de ver El inquilino, de Roman Polanski.

 

Rewind al principio: guión basado en la novela de Roland Topor.

 

¿Quién demonios es Roland Topor?

 

Descubrimiento maravilloso, resulta que Topor (París 1938-1997) fue uno de los fundadores del grupo pánico junto a Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowski (1). Aburrido o expulsado del surrealismo(2) , Topor delira, crea bajo la sombra de un más sombrío humor, negro, negrísimo, en todas las formas a su alcance: literatura, cine, teatro, pintura, ilustración. Así, Topor es un bromista, tal como lo definiría Bergson en su ensayo sobre la risa, es decir, es un hombre que experimenta para provocar risa, aunque esta se cobije bajo el mismo manto que el horror.

 

Uno de sus más tempranos experimentos, pues, es la más conocida de sus obras literarias, El quimérico inquilino, texto en que se basó Polanski para su película de 1976. Y del texto a la imagen hay cambios, sí, y ahí se nota el humor de Topor. El Trelkovskyoriginal es más inocente, personaje dotado de humor, a comparación del Trelkovsky de Polanski, más oscuro, inevitablemente abocado a un fin macabro (3). Los espejos siempre son para el director polaco una constante que preceden a las imágenes, o a su terrible ausencia, preparándonos para el temor; por el contrario, a Topor le complacen más las imágenes surgidas de las divagaciones del personaje, imágenes casi dulces, casi tiernas, como las de un niño que denuncia que el emperador está desnudo… y que su miembro es pequeño, además. ¿Cómo calificar esta reflexión sobre la muerte? Una reflexión pueril, inocente:

 

 

La Muerte era la Tierra. Nacidos de ella, los brotes de vida intentaban abandonarla. Apuntaban hacia el espacio exterior. La Muerte se los dejaba hacer, pues la vida le resultaba muy apetitosa. Se contentaba con vigilar su ganado, y cuando las reses estaban a punto, las devoraba como si fueran golosinas. Después digería lentamente los alimentos que volvían a su seno, feliz y ahíta como una gata gorda(4).

 

 

Este ‘niño’ Trelkovsky, pues, encuentra los dientes de la antigua inquilina, ocultos en un orificio en la pared, y él mismo da las explicaciones: “Cuando niño…”. Decide, pues, dejar en el mismo sitio los dientes, en el muro, pero cuando lo hace es distinto para cada uno de los creadores: para Polanski, este se convierte en un acto de repugnancia, para Topor, un acto juguetón que, sin embargo, no deja de lado lo terrible. La locura de Trelkovsky apunta a un delirio infantil llevado al extremo, la invención de un amigo imaginario, una personalidad alterna a la que echamos la culpa cuando hemos hecho una travesura, una gracia que terminará en un intento de suicidio.

 

El humor de Topor es negro y, según la definición, este se basa en la comicidad de algo que no debería causarnos gracia en su estado natural, pero ¿por qué no reírse de la muerte, de su imperio, si de todas formas, ahí está? Lea, por favor, las 100 buenas razones para suicidarme de inmediato. No diré más sobre este texto, lo dejo a su discreta carcajada.

 

El espíritu travieso de Topor también se manifiesta en Cocina caníbal, un recetario singular, ilustrado por él mismo, con juegos de palabras y chistes sobre cómo cocinar a cada persona, incluyendo bebés, inocentes, jefes, etc., aunque la mejor receta depende del gusto, diría incluso Hannibal Lecter, quien, sin embargo, estaría en desacuerdo con que “Los más feos serán los mejores trozos para acompañar las ensaladas”(5).

 

Con ese mismo talante jocoso, Topor nos ofrece sus obras animadas y de pintura en las que, según mi punto de vista, más despliega su talento. Las ilustraciones de Topor muestran seres deformes, genitales desorbitados, animales imposibles, posturas que convierten al ser humano en máquina, en objeto de arte, algo cómico y terrible a la vez, tal como Bergman, nuevamente citado, define la comicidad: el ser humano se convierte en objeto artístico y se contempla, a sí mismo (6).

 

Topor lleva a la cima su ilustración en sociedad con René Leloux en Les escargots (1965), un corto animado cuyo guión también fue escrito por ambos artistas. Una fábula simple: un campesino quiere que sus hortalizas crezcan y las riega, accidentalmente, con lágrimas, con lo que su tamaño aumenta, así como sus plagas, los caracoles, que también crecen insospechada y terriblemente. Los animales asolan la ciudad hasta que se juntan y, naturalmente, mueren. Fin de la historia. Diez minutos de creación, hilarantes, crueles, condensados en imágenes grotescas como las de una mujer en ropa interior devorada por el gigantesco molusco. Topor crea, ilustra, anima, bromea un rato con el espectador, poniendo a prueba su sentido del humor.

 

Junto a Leloux, luego Topor llevó a cabo la adaptación de una novela de Stefan Wul con el título El planeta salvaje (1973), filme que obtendría el gran premio en el Festival de Cannes el mismo año de su realización. Ya no hay mucho humor en estas imágenes, sino la representación de un mundo dominado por Draags que tienen como mascotas a los Oms (hommes-hombres). Terr, uno de esos Oms, criado por una Draag, lidera a su pueblo para buscar refugios e independizarse, así, de la raza de los gigantes azules.

 

En 1989 el humor retorna, no irónico sino juguetón, nuevamente con dejos de inocencia y burla en Marquis, bajo la dirección de Henri Xhonneux, con la dirección de arte en manos de Roland Topor. Un Marqués de Sade con rostro canino se encuentra encerrado en una celda, escribiendo y charlando con su pene, Colin, mientras en Francia la Revolución se cierne como una tormenta. Una noble de nombre Juliette, de rostro equino, cautiva a Colin y este huye con ella, dejando, al fin y en paz, al Marqués con sus memorias. Otros cautivos narran sus historias, todos con rostros exagerados, deformes o de animales, con lo que este filme termina por entretener buenamente a los espectadores.

 

¿Algo más sobre Topor? ¡Algo más! Hizo papeles secundarios en cine, como actor, por ejemplo, en Nosferatu el vampiro, de Herzog.

 

Roland Topor era un bromista, insisto, un humorista, un niño jugando con lo que encontraba a su alrededor, pero un niño travieso que se escondía detrás de una cortina para asustar, para provocar pánico en quienes admiraban sus obras, aquel sentimiento que te obliga a mirar aunque no quieras, a admirar lo que resulta extraño. Para él, recuerda su gran amigo, otro pánico, Fernando Arrabal, así como para Flaubert, “en este mundo traidor lo único serio es la risa”.

 

Y hombres así caminaban por el mundo, de guasa en guasa, entre el horror.

 

Salud, Monsieur Topor, celebro su ocurrencia de los dientes, y aunque aún no sé de quién eran, si de Trelkovsky o de Simonne, no es importante ya.

 

De todos, que sean de todos.

 

Notas

 

1. Otro de los miembros del movimiento pánico es Jacques Sternberg, creador polifacético, que colaboró con sus textos junto a Topor y René Laloux en la creación del corto Les temp morts (1964).

 

2. No olvidemos que Dalí también se desligó definitivamente del surrealismo por diferencias con Bretón.

 

3. Antes de que empiecen las quejas, vale la pena una aclaración: amo a Roman Polanski y su tétrico sentido del humor es llevado al paroxismo en esta adaptación de la novela de Topor, pero es necesario, sí, hacer una comparación entre el personaje original y el de la adaptación, interpretado, además, magistralmente, por el mismo Polanski.

 

4. TOPOR, Roland, El quimérico inquilino, Madrid, Valdemar, 2009, página 38.

 

5. TOPOR, Roland, Cocina caníbal, Barcelona, Tropo Editores.

 

6. BERGSON, Henri, La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad, Buenos Aires, Ediciones Godot, 2011.

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