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‘El consejero’: actualización de la tragedia

‘El consejero’: actualización de la tragedia
10 de febrero de 2014 - 00:00

Un hombre busca la seguridad del matrimonio con la mujer que ama a través de una única operación millonaria de tráfico de drogas. Nada ocurre de acuerdo al plan y el hombre se ve obligado a expiar sus pecados en un ambiente de violencia y desesperanza. La última película del director inglés Ridley Scott, The Counselor (El abogado del crimen, en Latinoamérica), sigue los pasos finales de un variopinto grupo de personas involucradas en el fallido negocio. El eje de la trama es una figura más bien lateral en la acción, un abogado sin nombre que encarna a un nuevo tipo de héroe caído.

La película de Scott recibió muchas críticas negativas que poco se interesaron por sus habilidades como director o por el elenco de actores muy conocidos y probados como Michael Fassbender, Javier Bardem, Penélope Cruz o Brad Pitt. Las críticas, por lo general, se enfocaron en los diálogos improbables, extensos y poco realistas de los personajes, muchos de ellos narcotraficantes.

Más allá del éxito comercial de la película, la publicación de su guión, El consejero (Literatura Random House, 2013), se presenta como una oportunidad de pensar la escritura en función de las infinitas lecturas que permiten ubicar al libro —aunque los guiones sean textos incompletos— como un depositario de ese pensamiento abierto.

A la pregunta sobre el sentido de hacer algo de una forma para la que no fue concebido se le podría dar varias respuestas convincentes. Sin embargo, ante la publicación de un libro cuya principal función no es la lectura sino su interpretación y exposición, surge otra interrogante más práctica y convencional: ¿puede leerse un guión cinematográfico, incluidas sus indicaciones técnicas, como una obra literaria? La respuesta en este caso es simple: sí.

Una respuesta mejor elaborada diría que se trata de un guión escrito por Cormac McCarthy, quien es considerado uno de los 5 autores vivos más importantes en lengua inglesa junto a Philip Roth, J.M. Coetzee, Don DeLillo y Thomas Pynchon. Están garantizados la calidad estética y el trabajo riguroso de las ideas alrededor de las personas y su reacción ante el mal y la violencia.

Visto como un libro, El consejero puede ser una novela corta y lineal que va hilando acciones relevantes —el acuerdo, el robo, el desastre y los “accidentes” que lo conforman— en un entramado de conversaciones filosóficas que le dan sustancia a todo lo demás. Una característica particular del libro son las escenas sin diálogos que se presentan como instrucciones del guionista y se leen como estampas que sintetizan ciertas acciones importantes y ayudan a visualizar un argumento cargado de reflexiones para el lector.

La actividad fundamental de los personajes de El consejero es hablar. El peso que tienen los diálogos, sin embargo, no se realiza como en las películas de Quentin Tarantino, un director famoso por asignarle a sus actores un acervo asombroso de “small talk” y conocimiento de la cultura popular norteamericana. En contraste, McCarthy convierte a sus personajes en ventrílocuos de una causa mayor: tantear los arquetipos que giran alrededor de la violencia y la forma en la que estos están inmersos en la sociedad actual. Ellos no hablan en función de un realismo verosímil y servicial sino alegórica y moralmente.

 

La de El consejero es una historia de penitencia y sustracción salpicada de ligeras connotaciones bíblicas. En una escena el abogado compra un diamante a un comerciante judío que le habla del declive de nuestra cultura semítica, que según él será la última que pisará la Tierra. Le habla también de la naturaleza del héroe: en el mundo clásico fue el guerrero y en nuestra sociedad occidental es el hombre de Dios. En esta definición está la esencia del libro que McCarthy desarrolla a través del protagonista. El núcleo de nuestra cultura es este héroe que le dice a su amada: “La vida es estar en la cama contigo. Todo lo demás es simple espera”. Y cuando ese amor divino es sustraído —y asesinado, presumiblemente— él se convierte en un penitente errante en un mundo que se rompe irremediablemente.

En un contexto en el que la imposibilidad de la amistad se vuelve evidente, el abogado solo tiene a Reiner y a Westray, sus socios en la operación de drogas, como sus confidentes. No obstante, por momentos parece que el verdadero protagonista de El consejero es Malkina, la novia de Reiner. Su fuerza y su capacidad de adaptación hacen que sea la única en sobrevivir airosa a la catástrofe. Ella es la antítesis del abogado: hija de 2 desaparecidos argentinos a quien lo que menos le interesa es la justicia o la memoria. Hay en ella una salida al dolor que no pasa por el sufrimiento. Lo dice así: “Cuando el mundo en sí mismo es el origen de nuestro tormento, uno es libre de vengarse de cualquier aspecto de ese mundo por pequeño que sea (…) Nunca conocemos la verdadera hondura de nuestro dolor hasta que se nos presenta la oportunidad del desquite. Solo entonces sabemos de lo que somos capaces”.

El consejero expone un caso criminal como si fuera una novela negra, pero con un final que no es concluyente ni tranquilizador. Cormac McCarthy parece hablarle al lector a través del jefe de un cartel que aparece cerca del final: “No hay nada que elegir. Aquí no existe más que la aceptación. La elección se hizo tiempo atrás”. El mundo en el que el abogado intenta corregir sus errores no es el mismo en el que sus decisiones fueron tomadas. El tiempo que le tome aceptar su dolor será ocupado por el sufrimiento y personas como Malkina seguirán llevando la delantera.

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