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Diarios (fragmentos dispersos II)

Diarios (fragmentos dispersos II)
13 de enero de 2014 - 00:00

Uno

Esto que ahora no debería escribir es lo que me salva. Ahora que me traduzco en silencio -y hacia adentro- como una kundalini textual, veo salir toda esta verborrea valiosa, necesaria, para no darme por vencida frente a lo que nunca aprenderé a nombrar. ¿Entenderá alguien, en estas líneas, la multiplicidad de mis sentidos? En cualquier caso, nadie está obligado a seguir el curso de mi escritura. Yo, por mi parte, les sugeriría detenerse; pero si por alguna razón decidiera leerme, solo le pediría una cosa: bailar.

Baila cada letra que salga de mí; hay mucho candombe en este sufrimiento.

Dos

Callo para escuchar a mis libros, en ellos habita mi oráculo. Cierro los ojos y paso la mano por las diferentes pilas de papel. Trato de escoger, con el tacto, al que me pida que lo lleve. Abro los ojos y veo que se trata de La Belleza Ajena, del escritor y poeta polaco Adam Zagajewski. Es un libro de memorias, un diario. Abro al azar y leo un párrafo que alguna vez ya subrayé:

“Los momentos de revelación son como mojones fronterizos separados por tramos de unos cientos de metros de tierra de nadie. El poeta siente una revelación al escribir la línea más importante de su nuevo poema. Entre estos instantes de claridad regia se extienden días, semanas o meses de sombra. Y aquí el poeta puede actuar como historiador y compartir con los lectores no sólo su humanidad extática, sino también su humanidad mate, borrosa, insegura”.

Tres

Pienso en voz alta
y ahí está el problema.
Carne de mi carne, no la siento.
Ojos incendiados
como peces en un lago de fuego
Hay pequeños mundos
en los bosques de mi cerebro.
¿Quién controla mi debacle?

Cuatro

Si ellos, los que ahora señalo, los sin cabeza, sobrevivieron a todos esos embates del corazón, yo también puedo.

Cinco

Empiezo el día con una imagen bizarra. Mientras venía caminando al periódico, bajo la garúa de Quito, pasó a mi lado el mismísimo Edgar Allan Poe —con su rostro inconfundible—, pero trotando en pantalones cortos. La imagen me sorprendió mucho, sin embargo, venía casi atrasada por lo que no me detuve. Luego pensé que de nada habría servido parar, al fin y al cabo, el maestro murió en 1849. Apuré el paso y, como un guiño del cielo, apareció un pájaro negro, un pájaro enorme a quien saludé gritando en voz alta: ¡Nevermore.!

Todo esto sucedió en 15 segundos, pero la magia sigue girando dentro de mí.

Seis

Dice Zagajewski: “El escritor que lleva un diario íntimo anota en él lo que sabe. En el poema o relato anota lo que no sabe.” Yo, por lo tanto, llevo las dos; duplicidad de dudas, certezas y contradicciones. Ahora mismo, en este presente que cuando alguien lo lea seguirá rondándome, escribo: Yo no quiero enfilar la lista de los fracasados conformes. No quiero. No quiero. No quiero. Por favor, vámonos a Orión, la nave saldrá pronto.

El amor es mi motor, nada me faltará.

Siete

El mundo está regido por números, qué maravilla, aunque no los vea siempre están. Soy pésima para las matemáticas. Siempre me ha ido mejor con la administración de los instintos (¿Cuál es el verdadero entendi-miento?). C=9 pero a la inversa. Amo los números y sus infinitas posibilidades, pero, sobre todo, respeto su magia. Ahora mismo, mi cabeza da vueltas sobre un As de corazones rojos, sobre la pureza que encierra su figura.

Ocho

Hace poco empecé a leer Esperando a Gödel. Literatura y matemáticas, de Francisco González Fernández, un libro cuya portada lleva una ilustración hecha por Kafka: El pensador. 500 páginas de un ensayo en el que aparecen escritores y matemáticos fascinantes como Swift y Newton, Lautréamont y Pitágoras, Dostoyevski y Lobahevski, Proust y Poincaré, Beckett y Gödel, entre otros. 12 capítulos que solo viendo de qué van, hacen sudar mis manos. Juego nuevamente con el azar. Abro en la página 140 y leo lo siguiente:

“Mientras otros autores fantásticos no dudaban en recurrir a las incoherencias y arbitrariedades que les ofrecía la imaginación, Edgar Allan Poe eligió revelar el horror siguiendo los pasos de la lógica y de las matemáticas, y de esta forma fundó una nueva concepción de la literatura. En su estudio sobre literatura fantástica escribe Jean-Baptiste Baronian que los cuentos de Poe vienen a ser como “boletines científicos que describen en detalle casos extremos de neurosis, delirios, acontecimientos horribles -un poco como si se tratase de hacer la demostración de un teorema poético de geometría”. Esta es la razón por la cual el lector espera siempre febrilmente un desenlace que casi adivina si ha seguido atentamente el desarrollo lógico del cuento.”

Nueve

Sigo pensando en la abeja que el otro día alcanzó a volar hasta el ras de mi ventana, un décimo piso casi infinito para sus fuerzas. Observarla durante varios minutos en esa lucha por avanzar —pese a la presión del aire— me hizo sentir deseos de seguir hacia a arriba para sentir su asfixia. Su insistencia —esos golpecitos a la nada— hicieron del aire un resorte, y justo cuando iba a extender mi mano en el impulso de ayudarla, logró por fin tocar la superficie invisible y finalmente, cayó. Yo, por mi parte, quedé suspendida en el vacío infinito, zumbando, una vez más, en silencio.

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