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El Telégrafo
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Diarios (fragmentos dispersos)

 Diarios (fragmentos dispersos)
30 de diciembre de 2013 - 00:00

Al parecer comenzaré este diario haciendo de mis temores una especie de poética (¿de la ausencia?, ¿de la movilidad?, ¿de la aventura?). Teniendo mis flaquezas como punto de referencia (convirtiéndolas, paradójicamente, en fortalezas). Para ello lo único que necesito es contar. (¿Quién respira al otro lado del papel?) J. D. Salinger decía: “No le cuentes nada a nadie. Si lo haces, empiezas a echar de menos a todo el mundo.” Tenía razón, pero es muy tarde. He comenzado este diario, precisamente, contando. En consecuencia, asumiendo el precio de mi soledad.

 

***

Detrás de este vidrio está la posibilidad de abrir la puerta hacia una noche no experimentada por nadie, una noche que se va dando en circunstancias muy particulares. Ayer, en el tren, la mujer a mi costado hablaba en voz alta sobre los límites; y por la noche sus ideas giraban en mi mente generándome angustia. ¿Pero dónde se encuentra el verdadero límite? Una mirada puede ser la invitación a cruzar un borde que uno mismo ha trazado. ¿Cómo nombrar la palabra libertad sin limitarla en su propia frontera de letras? Des-bordame. Quiero desbordarme como el río de Valencia; llevarme todo a mi paso. ¿Y si lo hago, si en verdad esta noche lo hago? ¿Serán las consecuencias otro tipo de trampa?

 

***

Leo los Diarios Tempranos de Susan Sontag. (1947-1964). Dice: “El diario es un vehículo de mi sentido de identidad. Me representa a mí con independencia emocional y espiritual. Por lo tanto (ay) no solo registra mi vida real, sino que -en muchos casos- ofrece una alternativa.”

 

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Pensar en que no tengo tiempo para dormir es lo que me produce sueño. Entonces dejo de pensar y me despierto. Maniática, inocente, tranquila. ¿Es posible tanta contradicción? Es posible. Abro la ventana y me encuentro con Tokio completamente encendido, pero los pitos de los autos son quiteños, inconfundibles. Hay formitas de pitar que, en efecto, no dejan que viajemos más allá de nuestro territorio. ¿Pero cuál es nuestro territorio? El mío, en este instante, un bar con botellas vacías en este balcón imaginario, y un artículo por escribir. No alcanza para más. Bebo un vaso de leche, coloco a John Zorn y me relajo. Entonces van saliendo, poco a poco, de las esquinas de mi cuarto, bufones y arlequines. Me dan ánimo, hacen malabares con las letras y luego me las lanzan, con ellas formo este párrafo, el inicio de algún relato que quizá alguien lea, por error, un domingo por la noche, en la soledad de su cuarto, sin bufones ni arlequines. O quizá el arlequín sea yo, haciendo malabares con su tiempo.

 

***

¿En verdad es necesario escribir la palabra Sarajevo, Angélica? Y entiéndase Sarajevo como decir, en mi caso, San Francisco, lugar de pequeñas y grandes batallas, conmigo y con ese camino que yo me digné en llamar futuro. Ya ves, heme aquí, escribiendo la palabra Sarajevo, pero a diferencia tuya yo no viajaré mañana. Estoy en otro tipo de trinchera. Esta noche no llueve. Pero huelo el cemento húmedo de las calles de París, por las que recorrí sin hablar un carajo de francés, pero con los ojos más abiertos que nunca. Escucho el viento de Nambroca por donde alguna vez pasó el Quijote y fui amada, tanto que llegué a romperme, una vez más. Y luego salió el sol. Vivo en un libro, querida Angélica, y quisiera estar en el papel de quien me lee, poder observarme, por un momento, con otros ojos.

 

***

Lo que ustedes interpreten

ya no me concierne.

El polvo de huesos con el que armo estas letras

es parte del inventario universal,

biblioteca sonora colgada en los aires

que no han perdido su aroma,

olor de cosas que nos aterra perder

y en las que adoramos perdernos.

 

***

Estoy segura de que arrastro vocaciones frustradas de un sinnúmero de vidas pasadas, y que de vez en cuando se me salen como espasmos, de esos que dan cuando una se queda dormida, estirando la pierna como si fuese una descarga eléctrica. Asimismo, de vez en cuando saco algún estirón -despierta- que me recuerda que debo saldar cuentas en esta vida. Mi karma, sin embargo, de alguna forma es divertido. Hay domingos como este en que me despierto con la plena convicción de ser, por ejemplo, una payasa. Pero una payas-payasa, con traje y todo, con nariz y todo, y desde luego, con peluca. Y me la creo. En verdad me la creo; aunque por fuera, a vista de todos, lleve otro disfraz.

 

***

“No hay diferencia entre el fin y mi deseo del fin. No hay diferencia entre el objeto de amor y mi capacidad de amar. Avanzo sin miedo hacia el futuro porque sé que voy de lo mismo a lo mismo. Ciertamente el devenir estaba en el origen”.

 

(Chantal Maillard me susurra esta frase a las 11:10 de este 45 de neptuno de 450. A.C.)

 

***

Mi higuera nuevamente está creciendo. El tiempo que estuve lejos se había prácticamente secado. Estos últimos meses resucitó. A punte besos resucitó. Mijail presenció el milagro. Igual es una metáfora de este tiempo. Muchas cosas florecen ahora. Yo soy feliz hablando y besando a mis plantas. Me son tan fieles como mis libros. He vuelto a traducir a algunos animales. Aunque sigo en el desafío de traducirme a mí misma. Las descargas eléctricas en el cielo me reactivan y desde este balcón espío al Mundo. Mi higuera sigue creciendo, y ese es ya suficiente augurio.

 

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