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Cat Power, destructora de guitarras

Cat Power, destructora de guitarras
27 de enero de 2014 - 00:00

Cat Power es una aporía, una contradicción: Cat Power es ese momento de la música en el cual Aretha Franklin se topa con el post-punk y cada canción sigue sonando como algo que sale del corazón.

 

Charlyn Marie Marshall (o Chan, como ella prefiere que le digan) nació en Atlanta, la ciudad que entregó al mundo la Coca-Cola. Ahí, en el sur de Estados Unidos, e iría de casa en casa y de escuela en escuela durante toda su infancia, es decir, durante los años setenta. A partir de la separación de sus padres, la futura Cat Power pasaría como una niña nómada (o como una Coca-Cola retornable) de un lado al otro: de la casa de su madre a la de su abuela y, de ahí, a la de su padre, un músico de blues. Más tarde, la cantante y compositora quiso entender su niñez como un buen entrenamiento para su vida adulta, la de un músico en gira constante.

 

Ella lo señala una y otra vez: “Tocando es como los músicos nos ganamos la vida”. Chan aborrece el estudio de grabación donde todo es mecánico, donde el sonido debe ser clínico y apuntar al top ten. Para la cantautora que superó el alcoholismo y la depresión, la música empezó por ser una forma de catarsis para, en la actualidad, a más de un año de su último álbum titulado Sun (con un arcoíris sobre su rosto en la portada), volverse una forma de optimismo.

 

A Cat Power la conocemos por su participación en la película My Blueberry Nights, del director Wong Kar Wai; por ‘Lived in Bars’, su delicada balada al piano de 2006; por su coqueteo con el mundo de la moda (fue la musa neo grunge de diseñadores como Marc Jacobs o Karl Lagerfeld); o quizá por sus colaboraciones con Dave Grohl, Eddie Vedder, Marianne Faithfull o Yoko Ono. Pero no la conocemos por lo que deberíamos, y por donde deberíamos haber empezado a conocerla desde un principio: por sus álbumes los conoceréis.

 

Aunque a primera escucha así parezca, no es lo mismo oír sus canciones sueltas que detenerse y apreciar sus 9 discos, uno por uno (el primero, Dear Sir, data de 1995 y cuenta con la colaboración del baterista de Sonic Youth, Steve Shelley, quien le propuso grabar luego de escucharla como telonera de Liz Phair). En los álbumes de Cat Power existe una experimentación sutil, una búsqueda constante. No hay en ella el contento fácil de la fórmula. Se trata de una ruta que parece desquiciada, o por lo menos caprichosa (va del indie rock al terreno electro pasando por el soul retro y los covers de canciones que pocas veces irían juntas en una misma placa) pero que cuenta con su propia lógica o, mejor dicho, con su propia estética.

 

Cat Power recorrió el camino que va de PJ Harvey (rock alternativo inquietante) a Cat Power, una siempre nueva Cat Power. Lo que antes era dramatismo enfático, rock de diario personal o guitarras angustiosas se convirtió en contención y melodías para piano. La vándala indie deja la ira ciega y se convierte en una gran cantautora. La figura que mejor describe el recorrido de Chan Marshall es la de la implosión: a veces la quietud y el susurro pueden expresar más dolor que el alarido.

 

Marshall consigue que la imperfección se vuelva belleza y que la vulnerabilidad llegue a ser su mejor arma. Es curioso que el primer álbum que la impresionó haya sido Destroyer, de Kiss, aunque lo es menos si revisamos sus 2 álbumes de covers, su exquisito eclecticismo: The Covers Record (2000) y Jukebox (2008). En ellos recoge canciones de James Brown, Lou Reed, Mae West, Billie Holiday, Janis Joplin y Hank Williams, así como un par de sus propias canciones versionadas desde otra perspectiva, como si estuviera haciendo la crítica de su propia obra. Una mención aparte merece su homenaje a Bob Dylan –a quien considera su ídolo– pues no solo interpreta canciones de su autoría en los 2 discos sino que le escribe un tema titulado ‘Song to Bobby’, una canción de amor y reverencia en la cual adopta las cadencias de Dylan de una forma conmovedora y muy lejana a una simple imitación.

 

Como Bob Dylan, la chica del sur se fue muy joven a Nueva York. Sería más preciso decir que huyó para así sobrevivir. Muchos de sus amigos de Atlanta se habían prendido de la heroína, su novio murió mientras ella trabajaba como camarera y su mejor amigo falleció de Sida. El quebranto quedó impregnado en sus primeras canciones. Un dolor que había empezado años antes, pues siempre llevó una relación tormentosa con su madre (quien quiso cambiarse de nombre a Ziggy, en homenaje a Ziggy Stardust, personaje escénico y extraterrestre andrógino creado por David Bowie). De las colecciones de su padre y su padrastro (quienes alguna vez tocaron juntos en la misma banda), Chan absorbió los clásicos del rock así como del soul y el folk. Siempre estuvo rodeada de mucha música, pero también de silencio envenenado: dejó de hablarle a su madre por casi 10 años, e incluso ha sugerido en algunas entrevistas que su padre quizá no sea su verdadero progenitor (¿o se tratará esta sospecha de otra daga lanzada hacia su madre?).

 

Chan compró en $ 75 su primera guitarra eléctrica. Un amigo tenía la misma guitarra Silvertone que ella, a los 15 años, había visto en un escenario cuando una banda abrió el concierto de The Cramps en Atlanta. Ahorró lo que pudo y a los 18 años se la compró. Pero al comienzo ni siquiera se atrevía a tocarla, era un objeto de veneración, pues se trataba de una guitarra diferente de la que la gran mayoría de chicos roqueros ansiaba. Mientras ellos iban atrás de las Fender o las Gibson Les Paul –emulando a Led Zeppelin–, la joven buscaba otra imagen y sobre todo otro sonido: esas otras guitarras eran como bronce, la Silvertone le parecía a Marshall una guitarra con un sonido plateado.

 

Muchos años más tarde, en 2011, Chan se encontraba en París, cuando, repentinamente, vio a su novio con otra chica. Era ella o la guitarra, así que decidió romperla y quebrarla en 2 contra el piso. Así, con su primera guitarra, convirtió el gesto roquero de la anarquía y la rebelión –patentado por The Who y Jimi Hendrix– en una violenta nota personal de frustración y dolor. De algún modo, eso es lo que Cat Power hizo y sigue haciendo con su música. En lugar de romper la guitarra del rock irreverente y desafiante en el escenario, lo hace en el interior; sus canciones muestran las fracturas, pero ya no exhiben el golpe como si se tratara de un trofeo de masoquismo sentimental. De hecho, la imagen de la guitarra rota le viene bien, pues si en sus primeras grabaciones la guitarra es el elemento dominante, en sus trabajos más recientes son el piano, los arreglos cuidados y, en Sun, los rasgos electrónicos que caracterizan su sonido. En sus primeros días, Cat Power mostraba el conflicto y hacía zoom en las heridas. En sus canciones más actuales no detiene la cámara en el conflicto sino que ve más allá, reflexiona acerca de toda la situación e incluso es capaz de descubrir la luz que puede seguir a las sombras.

 

Hay algo que enlaza a Cat Power con Lady Gaga, al menos con su prehistoria. Su mira estaba en componer, no en ser una intérprete o una performer, pues al haber crecido con músicos le parecía que le faltaban la teatralidad y la extroversión suficientes como para pararse en un escenario. Eso, sumado al carácter intimista y confesional de muchas de sus canciones, implicaba desnudarse cada noche ante una multitud de desconocidos. Ni siquiera se atrevía a cantar con su propio nombre pues Cat Power fue el nombre que ella decidió ponerle a la banda con la cual tocaba luego de ver a un camionero con una gorra que decía: “Cat Diesel Power”. Es más, la primera vez que Chan grabó una canción –obligada por sus amigos músicos– sintió como si una fotografía le hubiera capturado el alma. “Fue horrible”, dice Cat, para luego reír.

 

Esa tensión, esa obligación de ser quien se para al frente de la banda y revela sus emociones en letras elaboradas y narrativas a veces extrañas, le valió cientos de críticas. Su alcoholismo se debió, además de a su personalidad volátil, al miedo que sentía en el momento de cantar en vivo. Cantar sobria era una misión imposible. Sus presentaciones se caracterizaban por la incongruencia, por canciones interrumpidas, por confesiones inentendibles, por conversaciones inusitadas con miembros del público, por una actitud de incomodidad permanente que incluso la llevaba a ponerse de espaldas y tratar de cantar sin que la puedan ver. Ser una cantante e intérprete, ciertamente, no era para Cat Power la cosa más fácil de hacer.

 

Si bien, fue difícil permanecer bajo el cañón de luz, Chan logró aprovechar esa misma zozobra para volverse una intérprete escénica singular. Desapegada de los clichés roqueros, de la pose explosiva de las divas del pop y de las posturas mesiánicas de demasiados guitar heroes, ella apuesta por la amenaza acústica, por una épica introspectiva, por composiciones de una intensidad que no depende del volumen, pues son capaces de ensombrecer un corazón con unos cuantos susurros.

 

Pero Cat Power tampoco encaja plenamente en eso del pop algodonado y sofisticado. Si bien puede creerse que siempre ha vivido en un club de corazones solitarios, en un hotel de corazones rotos, sus canciones también desprenden humor, fuerza y hasta podría decirse que, de vez en cuando, recurre a ciertas gamas de neo psicodelia. No quería que su versión de New York, New York sonara, en sus palabras, “como un comercial de tampones”. Una de las habilidades más impresionantes de Marshall es lograr que una canción ajena se vuelva una canción de Cat Power (y esto no quiere decir que se trate de una canción cualquiera).

 

La artista de Atlanta ha conquistado una agudeza muy singular, tanto en términos de composición como de producción. En su más reciente trabajo, armada de sintetizadores y cajas de ritmo, se encargó de tocar todos los instrumentos. No quiso contar con un productor que cohibiera su creatividad o con músicos que minaran su seguridad. Sun muestra una roquera frente a una consola electrónica con ganas de hacer canciones de cantautor, o podría decirse folk por su voluntad de sinceridad y profundidad. De la densidad y la necesidad de catarsis pasa a involucrar al oyente abiertamente con un fondo de guitarras, reverberación y un piano envuelto en eco.

 

Cat Power –destructora de guitarras– sigue implosionando, tratando de reinventar el rock y sus alrededores desde la sinceridad. Y, lo que quizá es aún más importante, desde la duda.

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