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Apuntes sobre el movimiento (Yann Marussich)

Apuntes sobre el movimiento (Yann Marussich)
27 de enero de 2014 - 00:00

UNO

 

Un hombre yace desnudo en una cámara de vidrio. De sus ojos, de su cuello, de sus piernas va brotando un líquido azul, indefinible. ¿Sangra o suda? El tipo está inmóvil y lleva así 45 minutos. ¿Dónde está el truco? ¿Lo hay? De cualquier forma, entre su desnudez y el vidrio solo existe una pista: esa extraña tinta azul que no deja de brotar de su cuerpo. Me sorprende la determinación de sus ojos; la mirada sobre un punto fijo que —a pesar de trazarse en el vacío— da la impresión de ser un bastón, un soporte invisible. Es el azul el que prima en la escena. La gente se acerca de a poco, absorta, participando de su quietud y su silencio. ¿Sangra o suda? me pregunto una vez más; aunque quizá lo que en verdad me interesa es saber lo que ese hombre observa; eso que nosotros —los de afuera— no alcanzamos a mirar.

 

 

DOS

 

Su nombre es Yann Marussich, bailarín, perfomer y coreógrafo nacido en Ginebra, en 1966. Desde 1993 a 2000 fue director del Theater de l’Usine, en Suiza que lleva una programación continua de danza contemporánea y nuevas formas de expresión. Movimiento, giros, saltos... hasta que en 2001 presentó Bleu Provisoire, su primera pieza totalmente inmóvil. Desde entonces, Yann se ha metido en la introspección y el control de la quietud. Cada propuesta suya enfrenta a su propio cuerpo a diversas situaciones extrañas y peligrosas. Según él, es ahí donde el espacio poético del artista se encuentra, en un contraste violento entre lo que su cuerpo experimenta y la pasividad absoluta. En 2008, ganó el premio Ars Electronica en la categoría de Arte Híbrido con su performanceBlue... Remix. Su herramienta principal es su cuerpo (se pinta, se calca, se ensucia, se amarra, se hunde, se cubre, se expone), pero es su mente la que explora —en movimiento— todo el universo infinito de posibilidades.

 

 

TRES

 

San Francisco, agosto de 2012.

 

Hace un par de semanas, sentada en Caffe Trieste, vi a una pareja que me llamó la atención; él cargaba su cámara y ella una pequeña niña. A pesar de que creía que eran unos turistas más, había algo en sus miradas que los hacía distintos. Los escuché hablar en francés y mientras ella jugaba con la niña, él trazaba líneas y apuntes en su cuaderno. Volvieron unos cuantos días más; y a pesar de no conocernos llegamos a crear complicidad; luego les perdí la pista.

 

Poco después, en la misma mesa, conocí a un grupo de jóvenes con una energía especial: Julie, David y Fabian, venían de Suiza como parte del equipo del artista Yann Marussich. Su nombre no me resultó conocido, pero en cuanto empezaron a describir lo que hacía me llamó la atención. Yann estuvo décadas dedicado a la danza contemporánea y a su trabajo como coreógrafo en las más prestigiosas compañías, hasta que un día decidió dejar todo eso por otro tipo de danza: la inmóvil. Me mostraron una foto en la que aparecía en una tina de baño con 63 kilos de vidrio roto encima y en la que se veía cómo de a poco iba saliendo; en otra, suspendido en el aire con cuerdas de pescar, envuelto con plástico; y sobre toda la foto que ahora tengo frente a mí, donde básicamente Yann se sienta durante una hora, con el cuerpo y el rostro totalmente limpios, hasta empezar a sudar una especie de tinta azul, sin mover un solo músculo. Su historia me atrapó. Les dije que esperaba conocerlo algún día. Me respondieron que Yann solía venir a Caffe Trieste con su esposa y su pequeña hija, fue ahí cuando empecé a atar cabos: el ‘fotógrafo francés’ al que había perdido la pista resultó ser Yann Marussich. Les pedí que le mandaran un saludo de mi parte, sabía que me ubicaría como la muchacha que pasaba en el Café, junto al piano, leyendo, escribiendo y hablando con los viejos.

 

Así lo hicieron.

 

Al siguiente día, Yann ocupaba mi mesa, sereno, con una taza de café en mano, dispuesto a conversar.

 

 

CUATRO

 

Sencillo y de una mente prodigiosa, Yann es una de las personas más interesantes que conozco. Su historia de amor también. A su esposa la conoció cuando ella tenía 10 años y él 25; en aquel tiempo él era su coreógrafo, pero tuvieron que pasar muchísimos años (incluso un largo tiempo en el que no supieron uno del otro) hasta que se volvieron a encontrar. Ella sigue siendo una magnífica bailarina. Ahora llevan consigo, a todo lado, a la pequeña Charlotte. Ha pasado una semana y Yann y yo hemos llegado a ser amigos. Le he enseñado varios de mis textos y está interesado en algún momento hacer algo en conjunto. Sería maravilloso; viajar, una vez más, a través de la Belleza. No de una convencional si no de una que remueva, que explore, que perturbe. Es esa, sin duda, la que a mí me interesa.

 

 

CINCO

 

(Caffe Trieste, septiembre 2012)

 

—“Mi padre era arquitecto, siempre quiso ser pintor, pero la familia no le apoyaba. A mí sí, pero no tenían dinero, así que me fui de la casa a los 16 en busca de lo que era mi pasión: la danza. Me fui viajando a París y allí empecé en una compañía, también a escribir. Después de varios años viajé a Ginebra, por amor. Siempre he viajado por amor.”

 

Es inevitable no fijarme en el movimiento de su rostro, el contraste que se genera con la rigidez de su arte. Le pregunto si siente dolor al estar tantas horas en una sola posición.

 

—“A veces. Pero lo que quiero mostrar no es el dolor, si no la fuerza que puedes sacar de tu propio sufrimiento”.

 

 

SEIS

 

Mientras rescato esta serie de fragmentos, mi amiga Julie Semoroz, cantante y asistente musical de Yann, me envía un email desde Ginebra cuyo archivo adjunto contiene un documento maravilloso: más de 90 páginas de recortes de prensa y fotografías sobre las presentaciones de Yann, pero lo que más me llama la atención es uno de los textos escritos por él mismo: Immobile, bleu... remix, compuesto por un prólogo y doce partes. Un manuscrito inconcluso que Yann empezó a escribir durante ensayos y que lo ha trabajado por años. Está dividido en secciones como un diario, pero en vez de un día a día, el registro corre de minuto a minuto, y sin ninguna puntuación, creando una especie de poema demencial, luminoso.

 

Traduzco algunos de esos registros escritos por Yann, cada uno pertenece a las distintas fases de la performance. Aunque lo que en realidad hago es una traducción de la traducción que Yann, a su vez, hizo con su imaginario y sus sensaciones in situ. Leer, transcribir y reescribir sus palabras implica, desde luego, viajar al interior de su piel.

 

 

SIETE

 

20.47 La saliva se produce después de una sensación de cansancio repentino estoy tan pasivo que no puedo guardar en este trago todas las palabras no dichas se están convirtiendo en saliva ya no tengo fuerza para escupir estoy babeando como un viajero senil viendo los viajes marcharse muchacho y burbujas que no flotan se inclinan en el balcón de mi boca no ver nada y terminar desapareciendo gota a gota.

 

21.04 Estoy sudando cielo mi piel se está abriendo en espacios mi piel se está abriendo en color mi piel se está abriendo en silencio en el vapor de una tierra imaginaria que ha comenzado a hervir vientre de fuego que traza nubes premonitorias e incomprensibles ochenta grados centígrados en mis pies estoicos me trago las quemaduras que pasan a través de mí sin dejarme ninguna marca más estoy más allá del dolor me veo a mí mismo abriéndome ofrezco mi cielo a través de mi sudor.

 

 

OCHO

 

Leo un fragmento de Nikolai Berdyae y encuentro mucho de Yann en sus letras. “La libertad es mi fuerza creativa, y no la posibilidad de elegir entre el bien y el mal al que me enfrento, sino mi creación del bien y del mal. La liberación viene cuando se ha tomado la decisión, y me muevo a lo largo de mi camino creativo”. Hay mucha quietud esta noche. Una melódica se camufla en la bocina del último camión que pasa antes de entrar en el sueño. Dentro de poco danzaré en la inmovilidad de mi cuerpo cansando; pero mi corazón seguirá girando, una vez más, como el más viejo de los derviches en algún rincón del lejano Oriente, bajo la misma luna.

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