Violencia en el hogar: el primer escenario de los feminicidios
Las cobijas quedaron manchadas de sangre. Junto con una pequeña cuna blanca, eran parte del poco mobiliario que había en la habitación de Maritza Sarmiento Reyes. Dos años después Magali Sarmiento cuenta la historia de su hermana.
En su relato, señala que Maritza era víctima de constantes maltratos por parte de su pareja sentimental, Luis Oliver Coox, de 27 años. Las peleas eran cosa de todos los días y por eso la mujer sacó una boleta de auxilio, para evitar que el sospechoso se le acerque a ella y su hija.
Sin embargo, eso no duró mucho. El hombre se acercó a Maritza asegurando que había cambiado, y pidió que le diera otra oportunidad. Ella aceptó. Pero Magali recuerda que su hermana continuaba sufriendo por las escenas de celos que casi siempre terminaban en golpes.
El 7 de octubre del 2011 la pareja salió a divertirse. En compañía de unos amigos, estuvieron en un karaoke en el sector de la Jipijapa, al norte de Quito. En la madrugada salieron del lugar nocturno y llegaron hasta la casa de los padres de Maritza, en donde continuaron bebiendo.
Luego de que la pareja se retirara a su habitación a dormir, se escuchó un disparo. El padre de Maritza salió de su cuarto a ver qué pasaba, cuando fue sorprendido por Luis, quien le disparó de frente; herido, corrió hasta la cocina y se arrojó al suelo para evitar que su yerno acabara con su vida. Luego de eso Luis huyó.
Cuando el resto de la familia buscó a Maritza la halló sobre la cama, con un disparo en la frente. Junto a ella estaba su pequeña hija. Un año después, Luis Oliver fue capturado mientras se trasladaba en un taxi. Las autoridades lo acusaron de asesinato, pese a que las investigaciones indican un posible feminicidio. Sin embargo, al no estar tipificado en el Código Penal ecuatoriano, el delito por el cual será juzgado es el de asesinato. Para el próximo lunes 29 de abril está fijada la audiencia preparatoria de juicio.
Un asunto de fondo
Ahora, 2 años después, la Comisión de Justicia de la Asamblea Nacional tiene en sus manos un documento que, cada día, con cada caso de violencia hacia la mujer, como el de Maritza, le suma presiones y lo hace más urgente.
Se trata de la reforma a la Ley del Código Integral Penal, al cual algunos hasta quisieron ponerle nombre. El proyecto “Karina del Pozo” le llegaron a llamar, a propósito de uno de los casos que más revuelo ha causado a nivel nacional en los últimos tiempos: el asesinato de una joven en Quito, que había salido a disfrutar con sus amigos pero terminó ultrajada, golpeada y ahorcada entre los matorrales en la quebrada de Llano Chico.
La inmediatez y apertura a los comentarios en las redes sociales, en especial el Facebook y Twitter, y las crónicas y seguimiento exhaustivo que la prensa ha hecho a ese caso, puso en boca de todos la palabra “feminicidio”. Hasta entonces muchos la habían escuchado y olvidado.
Incluso, en algunos países se han enfrascado en discusiones morfológicas, de si lo adecuado es femicidio o feminicidio, términos que la web Wikipedia califica como “un neologismo creado a través de la traducción del vocablo inglés femicide y se refiere al asesinato evitable de mujeres por razones de género”. Es decir, el término que se escoja quizá sea lo de menos. Lo importante es el peso real que se dé a esa palabra.
Y para empezar, el proyecto que se encuentra en la Asamblea plantea como sanción por feminicidio una pena de entre 25 y 28 años, la misma condena que se da para el sicariato.
Incluso el presidente del Consejo de la Judicatura, Gustavo Jalkh, manifestó su apoyo ante la Comisión de Justicia para que la figura del feminicidio sea tipificada en el Código Penal, considerando que los códigos orgánicos representan “los valores de la sociedad” y esta no puede ser concebida solo como una normativa represiva “sino como el reflejo de los valores de esa sociedad”.
Aceptando la violencia
Pero, ¿cómo empieza ese mal? Según Nancy Jaramillo, psicóloga del Municipio de Quito y quien trabaja con mujeres agredidas por sus parejas, la violencia intrafamiliar tiene profundas raíces en el machismo y, lo que es peor aún, está normalizada en la sociedad.
“No se puede hablar de perfiles de víctimas de violencia doméstica, pues cualquier mujer, independientemente de su nivel económico o social, puede estar expuesta a la agresión y ser una potencial víctima de feminicidio”, explica.
El ciclo de violencia comienza con los celos, que socialmente están “aceptados” y que se traducen en la intención del agresor por controlarlo todo. “¿Dónde estás?, ¿qué haces?, ¿me preocupo por ti?”, son algunas de las frases que, según Jaramillo, sirven para justificar el control que van ejerciendo sobre sus parejas.
Esas acciones terminan aislando a las mujeres de sus amigos, amigas y la familia. El círculo abarca solo a la pareja y luego comienzan las frases manipuladoras: “yo no puedo vivir sin ti”, “me voy a suicidar” y le sigue la justificación femenina que se evidencia en frases como: “yo tuve la culpa”, “él tiene razón de enojarse”, “cuando estamos bien me quiere y es muy bueno”... Así, la violencia va ganando una aceptación intrínseca.
Con eso, dice Jaramillo, salen a flote los primeros insultos y gritos, que conforme pasa el tiempo aumentan en frecuencia e intensidad. Las peleas esporádicas se vuelven diarias y los insultos terminan en una cachetada. Luego aparece la etapa del arrepentimiento y el perdón.
Las mujeres no se dan cuenta de que están en un círculo de violencia, pues asumen que los gritos, ofensas y golpes son la manera de comunicarse. Y cuando se acercan a denunciar, sacan una boleta de auxilio para que su conviviente no se pueda acercar... pero eso está lejos de terminar sus problemas.
COMISARÍAS RECIBEN DENUNCIAS DE JÓVENES Y TERCERA EDAD
Casos para contar hay por cientos. Por ejemplo, Marcela tenía 16 años cuando se enamoró de César. Cuando cumplió 24 años su pareja la asesinó con dos puñaladas. Varias ocasiones la joven se acercó a poner la denuncia y sacó boleta de auxilio, pero al final terminaba acercándose a su expareja... hasta que éste la asesinó.
Inés, de 75 años, no soportó más años de violencia en el hogar. Llevaba casada más de 40 cuando denunció a su esposo por agresión. Ella esperó que el último de sus 5 hijos se casara, se aseguró de que ellos crezcan bien y abandonó a quien le dio una vida de maltratos durante 4 décadas.
Matilde tiene 45 años, por violencia física y psicológica se ha ido de su casa en 35 ocasiones, pero siempre regresa con su esposo.
En los últimos meses, jóvenes de entre 15 y 16 años se han acercado a poner denuncias por actos violentos que han sufrido en manos de sus novios. Esto, según los especialistas, no demuestra precisamente un incremento de la violencia, sino que las mujeres ya no se quedan calladas.