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Violador en serie guardaba recuerdos de cada víctima

Violador en serie guardaba recuerdos de cada víctima
17 de enero de 2014 - 00:00

José Antonio Rodríguez Vega era un español bien parecido, de maneras amables y gran seductor, mirada penetrante, nariz aguileña y boca marcada. Su principal característica: un rostro de buena persona, el que aprovechó para engañar a mujeres, violarlas y luego matarlas. Sus principales víctimas fueron ancianas de entre 70 y 90 años.   

En su juventud, agredió sexualmente a un número indeterminado de féminas, hasta que fue detenido e identificado como el célebre ‘violador de la moto’. Fue condenado a 27 años de prisión, de los que solo cumplió ocho.

Usando su poder de persuasión, al salir, obtuvo el perdón de todas sus víctimas, menos el de una a la que no pudo engañar. A raíz de esa condena, su sorprendida esposa lo abandonó y se llevó al único hijo de la pareja. Entonces él se buscó como compañera a una mujer disminuida mentalmente.     

ASESINOS, CUANDO MATAR SE CONVIRTIÓ EN PLACER

Un asesino en serie es alguien que quita la vida  a tres o más personas y cuya motivación se basa en la satisfacción psicológica que obtiene con el acto cometido.
Estos criminales responden a una serie de impulsos psicológicos, especialmente por ansias de poder y compulsión sexual.
Continuó así con su vida conyugal poco satisfactoria durante la que tuvo una doble vida: se esforzó por ser un marido modelo mientras fue un violador al acecho.

Durante un año, desde abril de 1987 hasta el mismo mes de 1988, asesinó a dieciséis ancianas, creando el escenario para que parecieran muertes naturales. No se descarta algún otro crimen no denunciado.

Pese a su astucia cometería algunos errores que acabarían delatándolo: En la casa en la que mató a Margarita González, de 82 años, la Policía encontró signos de violencia.

En su siguiente crimen, otro error, nuevos signos de violencia, esta vez sangre en el cadáver de Natividad Robledo, una viuda de 66 años, que mostraba claramente haber sido violentada. A otra de sus víctimas le encontraron la dentadura postiza clavada dentro de la garganta.

Finalmente, en una de las casas fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto culpable… él. El 19 de mayo de 1988 José Antonio fue detenido y confesó sus fechorías a la Policía.

Cuando se registró su apartamento, los investigadores hallaron un cuarto decorado con color rojo en el que guardaba su secreto.

Antonio tenía expuesta una colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas, su particular museo de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos en memoria de los crímenes que había cometido… No los guardaba por el valor de lo robado, sino por el valor que tenía para su morboso recuerdo.

“José Rodríguez Vega fue condenado a 440 años de prisión, pero fue asesinado por otros reclusos”.

“Todas las víctimas me recordaban a mi madre y suegra, que eran sinvergüenzas y venenosas”.
Sin embargo, durante el juicio celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991 niega todo por lo que se le acusaba, y dice que las 16 muertes por las que fue condenado eran debido a causas naturales.

Rodríguez Vega se descubrió allí como un ególatra con afán de protagonismo, pues miraba fijo a las cámaras, sin huir ni taparse, deseoso de  que se conociera su cara.

Era sin duda el rostro de un asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que violó y de ser recibido después en las casas de las mismas. También vociferó de no tener problemas sexuales, afirmando que hacía el amor todos los días.

Luego declaró que actuaba movido por un sentimiento de odio hacia su suegra y su madre, a la que temía por un lado y por otro se sentía atraído sexualmente desde niño.

Los psiquiatras tuvieron que discernir si se trataba de un psicópata desalmado o de un ser humano con facultades mentales perturbadas.

Condenado a 440 años

“Conserva inalterado su sentido de la realidad y es capaz de gobernar sus actos, siendo resistente a los tratamientos, lo que ensombrece su pronóstico: su peligrosidad es muy alta”.

“Llegamos a la conclusión de que su imputabilidad era plena, porque su inteligencia era absolutamente brillante. Era un psicópata, con esa característica de ese grupo de psicópatas, esa frialdad clásica, sin remordimientos, no se conmueve, es un personaje verdaderamente hecho para el crimen…”, se precisó en los informes.

Estas conclusiones resultaron determinantes. Lo consideraron un perverso sexual, una máquina de matar que distingue el mal, y por ello lo sentenciaron a 440 años de cárcel, cumpliendo la pena máxima.

Desde entonces, por las cárceles que pasó estudió Derecho, pues siguió negando los crímenes y se empeñó en demostrar su inocencia. En Caravanchel, José Antonio intimó con otro conocido asesino en serie español, Manuel Delgado Villegas ‘El Arropiero’.

Los funcionarios de la prisión comentaron, asombrados y divertidos cómo entre ambos se produjo una macabra rivalidad en torno a cómo acabaron con la vida de sus víctimas.

Sus polémicas frases

José Antonio en entrevistas que concedió mencionó frases como: “Todos los hombres han sentido alguna vez deseos de violar a su madre”.

-“Todas las víctimas me recordaban a mi madre y a mi suegra, que eran unas sinvergüenzas y venenosas”.

-“Cuando recordaba a mi madre y a mi suegra me entraba una especie de excitación, de vergüenza inconsciente, de agresividad pensando en lo que me habían hecho. Tenía un temblor y escalofrío”.

-“Me sorprende cómo aún están vivas mi madre y mi suegra. Desgraciadamente, han pagado estas estimadas señoras”.

-“Con la mayoría de las ancianas que maté hice el amor con su consentimiento o me incitaron a ello”.

-“Tras hacer el amor o algunos manoseos les tapaba la boca a consecuencia del impulso que sentía, y desistía tras un rato”.

-“Desconocía si las ancianas quedaban vivas o muertas”.  

Tres reclusos lo golpearon y apuñalaron

A sus 44 años, llegó a la prisión salamantina de Tropas, procedente de la prisión de Murcia. Desde que fue puesto tras las rejas, el 24 de mayo de 1988, siempre estuvo calificado en primer grado, el reservado a los más peligrosos.

El jueves 24 de octubre de 2002, a las 09:00, Rodríguez Vega salió al patio de la tercera galería del módulo de aislamiento con siete reclusos.

A las 11:15 se desató una disputa entre el ‘asesino de ancianas’ y tres internos: uno lo golpeó con un calcetín en cuyo interior escondía una piedra, y luego otros dos, quienes portaban sendos estiletes, lo apuñalaron una y otra vez. Primero en la nuca -contó un funcionario de la cárcel-, luego en la cabeza; le sacaron los ojos e incluso masa encefálica…

Uno de los agresores se detuvo un rato a afilar el pincho en el suelo para sentarse después sobre la barriga de su víctima y continuar. En total fueron 113 puñaladas.

Los trabajadores de la cárcel no pudieron intervenir para salvar al violador en serie, pues fueron amenazados de muerte.

Rodríguez Vega fue sepultado el 25 de octubre del 2002 en un nicho común. En la ceremonia solo estuvieron los dos enterradores.

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