Sanango, la cadete que siempre quiso ser policía
El 19 de enero en horas de la tarde llegó a Cuenca, su ciudad natal, la cadete Carolina Sanango, quien resultó con heridas leves en el atentado registrado en la Escuela General Santander, al sur de Bogotá, en Colombia, el jueves anterior.
Sus allegados viajaron hasta la capital de la República y otros la recibieron en el aeropuerto de la capital azuaya. Luego, sin dar declaraciones, se trasladaron a su casa, donde quedaron con resguardo policial.
La familia vivió momentos de angustia el jueves de la semana pasada, cuando se enteraron del hecho violento ocurrido en Colombia.
El padre de la cadete, Walter Sanango, señaló que fueron 15 minutos de gran incertidumbre los que vivió hasta que su hija, de 21 años, se comunicó con él desde un hospital de Colombia y le contó que únicamente tenía heridas leves y un problema en uno de sus oídos, producto de la onda expansiva provocada por la explosión.
Según la familia, Carolina vivió momentos de angustia cuando la fuerte explosión la sorprendió a ella y a sus compañeros durante una ceremonia de ascensos.
“Lo único que sentí fue una fuerte onda expansiva que me envió al suelo”, le había contado a su padre.
“Cuando ella reaccionó estaba desorientada y las imágenes que llegaban a su mente eran las de personas corriendo hacia distintas direcciones”, le había contado a su padre, vía telefónica.
Hace dos años esta cuencana quiso hacer realidad su sueño cuando supo que era una de las 10 mejores estudiantes de su promoción (estudiaba en la Escuela Superior de Policía General Alberto Enríquez Gallo, de Quito), y que por ello recibiría una beca para seguir el curso de oficiales en Bogotá, Colombia. “Esto pasó a solo un año de graduarse de subteniente”, recordó su progenitor.
El día del atentado, su madre y demás familiares conversaban y revisaban en sus teléfonos móviles la información que surgía de distintas fuentes sobre el hecho.
Según la versión de un cadete que presenció el hecho, y que era replicada a través de las redes sociales, “el hombre (terrorista) entró a la escuela a bordo de la camioneta y la estacionó; mientras le hacían el registro, el perro identificó el explosivo y apenas se vio el tipo descubierto, arrancó con el carro, pasó por encima del policía de la guardia y lo mató (…) él se chocó contra el alojamiento y ahí estalló la camioneta y los tres compañeros que iban detrás también fallecieron”.
Las imágenes de ese día muestran los hierros retorcidos en que quedó reducido el vehículo en una de las calles internas de la escuela policial y árboles partidos por la mitad por la fuerza de la explosión
Carmen Molina, su madre, dijo a los periodistas que su hija siempre quiso ser policía y que estaba muy ilusionada con el curso de perfeccionamiento que realizaba en Bogotá.
“Desde que estuvo en el colegio, a los 17 años, ya empezó a dar pruebas. Ella siempre quiso estar al servicio de los demás”, indicó Molina, con tristeza por lo ocurrido pero con la tranquilidad de saber de que su hija se salvó de este atentado. (I)