Olga ni gesticuló al oír su condena por doble crimen
Olga y Jacqueline de pequeñas no solo eran hermanas, sino también amigas. Eran felices con su madre, quien trabajaba como maestra, y su padre, un abogado. Luego acogieron la llegada de Stefanie.
La relación entre ellas se resquebrajó tras la muerte de su progenitor, hace ocho años. Olga exigió la herencia y contrató un abogado que calculara cuánto le correspondía.
Entonces recibió una casa en la ciudadela Guayacanes, en el norte de Guayaquil, además de una mensualidad de unos $ 1.000 por un año.
Jacqueline, la mayor de las hermanas, contó durante el juicio que cuando Olga ya no tuvo dinero exigió lo que le correspondía de herencia por su madre, aún viva.
El 26 de septiembre de 2018, en un supuesto robo Olga Cruz (progenitora) y su hija Stefanie fueron asesinadas en su casa en la urbanización Las Riberas, en La Puntilla, Samborondón.
Casi un año después, el 12 de septiembre de 2019, Olga -la única sobreviviente- fue sentenciada a 34 años y seis meses de privación de libertad por el doble asesinato.
La condena incluye el pago de 1.500 salarios básicos unificados y una reparación integral de $ 60.000.
“No podría utilizar la palabra conforme, pero se hizo justicia. Es como debía de ser. Es duro para mí que termine así mi hermana, pero tiene que pagar por lo que hizo”, expresó Jacqueline.
En el último día de audiencia, Olga declaró que amaba a su hermana y que la perdonaba porque sabía que sufría igual que ella.
Además rememoró que de niñas, Jacqueline le daba la sopa y le decía de cariño “Vanesein” (por su segundo nombre).
Pero Olga también comentó que parte del dinero de la herencia ($ 20.000) se lo dio por amor a quien era su pareja, un expolicía llamado William R. C., quien está prófugo dentro de esta causa.
Reveló que cuando le pedía a él que le devolviera el dinero la insultaba, golpeaba y arrastraba. Luego le dio un dinero mensual y le controlaba los gastos.
El veredicto en contra de Olga fue leído a las 19:40. El juez Abraham Cheing, presidente del Tribunal de Garantías Penales, motivó la sentencia durante 15 minutos.
Mencionó el testimonio de Javier C. L., un implicado en el hecho, quien reveló que Olga facilitó el acceso a la casa y fingió tener un cólico para que su madre saliera.
Recordó, además, las declaraciones del abogado Gregorio Polanco, quien defendió a Miguel Asanza, asesinado 15 días después de testificar en contra de Olga y de su pareja, William R. C.
También consideró como importante la declaración de Jacqueline, hermana de Olga, quien noches antes de que ocurrieran los crímenes sufrió una tentativa de secuestro. Asanza confirmó que el plan era raptarla para luego pedir un rescate.
Cheing también expuso que la acusada negó el contenido de la versión libre que rindió el 26 de septiembre de 2018, en la que aseguró que su pareja le dijo que tenía un plan para desaparecer a su madre.
La declaración fue leída durante el juicio. En esta, ella revelaba que William quería vivir en la casa de Samborondón y que conseguiría la gente para consumar el plan.
Al final del documento, firmado por Olga, consta que dijo “temo por mi vida, por la declaración que hago, porque conozco cómo se maneja la gente de William”.
La acusada miraba fijamente al juez Cheing y cuando escuchó que era declarada culpable y que debía cumplir una sentencia de 34 años y seis meses no gesticuló.
No apartó la mirada del magistrado, no suspiró, no se lamentó, su rostro no expresaba nada. Al final, cuando el martillo del juez golpeó el estrado, se levantó y se despidió de sus tres abogados con un beso. A uno de ellos le sonrió.
No miró a su hermana, pero tampoco bajó la cabeza. Solo esperó hasta que uno de los agentes penitenciarios la trasladara de nuevo a la cárcel. (I)