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Maribel Angulo: “Mi hijo desapareció en el hospital Eugenio Espejo”

Maribel Angulo. Mamá de Álvaro Miguel Nazareno Olivero
Maribel Angulo. Mamá de Álvaro Miguel Nazareno Olivero
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
31 de marzo de 2019 - 00:00 - Carla Maldonado

Mi hijo Álvaro Miguel Nazareno Olivero tenía 27 años. Trabajaba con un ingeniero y hacían y enterraban tuberías de CNT. Estudió hasta tercer curso pero después se dedicó a trabajar. Vivía en Esmeraldas con su abuela y en Quito.

Lo tuve cuando era soltera, mi padrastro reconoció a mi hijo porque yo era menor de edad. En esa época, la gente era muy conservadora y no aceptaba fácilmente a las madres solteras, sobre todo, en los colegios.

Mi mamá y su marido me ayudaron para que yo siga estudiando. Mi hijo nació el 22 de mayo de 1983. Como creció en la casa de su abuela, era muy apegado a ella y a su marido, que lo criaron como si fueran sus padres.

Él tenía una enfermedad catastrófica y no estaba muy bien. Le hacían transfusiones de sangre. Yo estuve en España, migré para conseguir trabajo y mejorar mi situación económica y la de mi familia. Vine a Ecuador de paseo en 2008 y un año más tarde, 2009, le detectaron esa enfermedad.

El domingo 13 de marzo de 2011, mi mamá lo trajo de Esmeraldas porque se puso malito y su médico le dijo que viaje a Quito. Mi hijo no podía ponerse de pie solo, vomitaba, tenía diarrea y fiebre altísima. Lo recibimos en la terminal y lo llevamos al hospital Eugenio Espejo, pero no quisieron recibirlo en emergencia. Nos dijeron que no había cama. Llegamos a las 17h00 de ese día, estábamos muy preocupados por su estado de salud.

A las 21h00 nos atendieron y nos dijeron que le demos paracetamol, una pastilla cada hora. Lo llevamos a la casa pero no quiso comer nada. A las 24h00 bajamos un colchón para él y convulsionó. Se quedó inconsciente y balbuceaba y decía que vienen los angelitos a llevarlo.

A las 05h00 mi hijo menor, que es policía, me ayudó a bañarlo y nuevamente lo llevamos al hospital Eugenio Espejo. Mi mamá y mi hijo lo sostenían de cada lado porque él no podía incorporarse.

Allí estaba el doctor tratante, él me dijo que tenía que traerlo por emergencia. En ese momento, él me extiende la receta y pide ingresar a mi hijo porque presenta un cuadro agudo. Nos dio la orden para que lo ingresen inmediatamente.

Lo levantamos de un lado y del otro, fuimos a admisión y lo admitieron a las 11h03. Allí me indicaron que vaya a la estación de enfermería para que nos atiendan. Pasaban los médicos y les decían: “doctor, examine a este paciente”.

A las 12h00, uno de ellos nos dijo: “¿Qué le pasa?” Ahí buscó dos sillas, una para mi hijo y otra para él. Le conté sobre los medicamentos que tomaba y lo ocurrido durante la noche. Mi hijo no contestó nada porque ya no hablaba ni se paraba.

Me dirigí a comprar un termómetro y de ahí ordenó que le saquen sangre y rehidraten. Tuve que ir a pagar por esos exámenes y dejé a mi hijo con la enfermera. Le pedí que deje pasar a mi otro hijo para ayudar a Álvaro, pero me amenazó, me dijo: “si entra el hermano de su hijo pediré que los saque el guardia”.

La vi parada al lado de mi hijo enfermo, subí y habían cuatro personas. Esperaba que después de eso le den una cama porque él se tambaleaba y estaba malito.

Me demoré entre 10 y 15 minutos y bajé de nuevo a la estación de enfermería en emergencia. La misma enfermera me preguntó: ¿señora y su paciente? Yo grité, ¡cómo! ¿dónde está? Mi hijo se quedó sentado ahí, usted me mandó a pagar los exámenes. Ella se asustó y vino la jefa de enfermeras y me preguntó: ¿que pasó? Le contesté que no encontré a mi hijo, me puse a llorar y corrí a buscar a Álvaro en los cubículos de emergencia. Él tenía colocado sueros pero no vi ningún rastro, nada.

La enfermera estaba pasmada, miraba a la silla y yo lo  buscaba. Solo encontré el vaso para la colada que estaba debajo de la silla en donde lo sentamos. Golpeé la ventana para llamar la atención de mi otro hijo y le dije al guardia que lo deje entrar pero no lo hizo. Mi mamá fue a buscarlo en el área de especialización y al carro. Pero tampoco lo encontró.

Si mi hijo salió, mi mamá tenía que verlo. Pero no lo vio. Subimos y bajamos; entramos y salimos, pero nunca encontramos a Álvaro. Él desapareció de la estación de enfermería de emergencia del hospital Eugenio Espejo. Han pasado ocho años desde ese día y las autoridades no han hecho nada por encontrarlo.

Como trabajé en España me traje 30.000 dólares, que se fueron como el agua. Con eso contraté a 50 personas, compré dos impresoras y con dos investigadores recorrimos Ecuador entero buscando a mi hijo. Nunca nadie supo qué pasó con Álvaro. Nadie nos dio una respuesta hasta ahora. El hospital Eugenio Espejo tampoco hizo nada.

He pasado todos estos años luchando, hice plantones y grité. Muy poco se han movido las cosas en este tiempo. ¿Cómo desaparece un enfermo que no puede mantenerse en pie? ¿Cómo sabe la enfermera de emergencia que me demoré 10 minutos para llevar los exámenes? A mi hijo lo desaparecieron en ese hospital, sin embargo, nadie hizo nada. Pero el tiempo me dará la razón, yo seguiré buscando a Álvaro.

Desde el 4 de noviembre, pedimos el Habeas Corpus para asegurar sus derechos básicos, pero no encontraron responsables, no hay indicios. Mi hijo no podía estar en pie y desaparece de emergencia del hospital Eugenio Espejo. Busqué muchas posibilidades y no hay rastro de mi hijo, se lo tragó la tierra y me tienen ponchado el teléfono.

Hay ocho fiscales que están en el caso, pero no es gente preparada ni capacitada para buscar a desaparecidos. Al último policía encargado del caso le di documentos importantes pero los perdió. Lo llamé y le pedí que me devuelva la información pero no me contestó. El peor error es perder la documentación, pero la fiscal lo defendió.

¿Cómo encuentran a los desaparecidos? Ese policía me devolvió la información en blanco. Él tenía que proteger esa documentación con su vida, fue un mal investigador y nos hizo perder un año y medio.

Son ocho años y no tengo respuesta ni justicia. Mi hijo desde pequeño sufría anemia y asma. Teníamos que hacerle transfusiones de sangre. A los médicos en Esmeraldas no les importaban sus pacientes. Cuando él estaba internado teníamos que llevar cucharas y sábanas. Era asqueroso ponerlo en la cama, preferíamos acostarlo en el piso y no en colchones sucios y llenos de ladillas.

Los trabajadores se llevaban las sábanas del hospital a sus casas. ¿Qué se puede esperar del resto? No tenían ningún cuidado, no tomaban precauciones ni siquiera desinfectaban los termómetros.

Mi Álvaro era la perla de la familia, bueno y jovial y nos uníamos alrededor de él. Mi hijo no salió del hospital, y hasta ahora no me reciben allí ni en la Fiscalía. Prefiero que me digan que se murió. Y he pasado ocho años, buscándolo sin ninguna respuesta. (I)

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