Las internas confían en las manos de Teresa
Teresa agarra la tijera y la peinilla de la repisa y le corta el cabello a una artista de la cárcel. La cantante transpira nerviosa, pues no sabe cómo lucirá, solo ve mechones caer al piso del salón de belleza adecuado en el Centro de Rehabilitación Social (CRS) femenino de Guayaquil.
“Confío ciegamente en Teresa, aunque ni siquiera me dijo qué me hará”, dice la privada de la libertad envuelta en una capa azul y sentada frente a un espejo. Aún no ve su reflejo, quiere ver el trabajo final.
Las cinco integrantes de ‘Las Faraonas del Amor’ pasarán por las manos de la joven, de 27 años, quien cumple una condena de 16 años de reclusión.
Todas quieren un nuevo ‘look’ para la presentación de su primer disco. Una quiere el cabello largo y lila, otra lo desea corto y platinado.
Para Teresa, ninguno es difícil y hasta ahora nadie se ha quejado. “Ella tiene buena mano. De una crece el cabello”, comenta otra interna.
Las cantantes y bailarinas tienen su cupo asegurado, mientras tanto las demás internas deben ‘pelearse’ día a día por un turno. Es más hasta la directora del centro deja que Teresa la arregle.
Las chicas la solicitan para que les pinte las uñas con diseños especiales, las peine o les haga un cambio de imagen. Ella sabe más que eso. En los talleres de rehabilitación aprendió de tratamientos capilares (keratina, bótox, antifrizz), limpiezas faciales, mascarillas y hasta yesoterapia. Empezó de cero y ahora es asistente de la maestra y capacita a otras chicas.
La mujer, que ahora camina sonriente, maquillada, bien peinada y con ánimo de vivir, estuvo 10 meses en un estado deplorable.
Tenía 18 años cuando pisó la cárcel por primera vez y vivía deprimida, arrepentida. No entendía qué la llevó a matar a alguien, se culpaba, se hundía sola. No encontraba ningún sentido a su existencia, si estaba lejos de su hijo, quien tenía cinco meses de nacido, y si su esposo la odiaba, pues le había quitado la vida a su madre.
Mientras pasaba su primer año encerrada le detectaron que padecía de esquizofrenia paranoide y durante dos años y medio estuvo medicada con estabilizantes emocionales y antidepresivos.
Ahora ya no escucha la voz que martirizaba su mente y que la llevó a cometer el error que la mantiene en una celda. Antes la escena del crimen se repetía en su cabeza y también recordaba frecuentemente los maltratos en su hogar cuando era niña.
Cuando inició el tratamiento no solo se medicó con lo que le recomendaban los especialistas, sino que también consumió otras drogas. Hasta que un día volvieron las ganas de vivir, cuando el perdón llegó a su vida. Una mujer le dijo que Dios podía sanar su corazón y ella creyó esa promesa.
Poco a poco se ordenaba su entorno. Su esposo la visitó el primer año y le pidió perdón por no escucharla cuando le solicitaba que la llevara a un psicólogo.
Las primeras veces le contaba de su hijo (con capacidades diferentes), luego permitió que lo viera y hasta que estuvieran solos. Así quería demostrarle que confiaba en ella nuevamente.
Teresa quiere que el tiempo pase rápido para salir y ayudar a su hijo con las terapias que necesita. Además anhela especializarse más y abrir un negocio. “Mi idea es tener una cadena de locales y dar empleo a mujeres que, como a mí, se les haría difícil trabajar por tener antecedentes penales”. (I)