Publicidad

Ecuador, 23 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Hermanas temen a una promesa latente que surge de un penal

Imagen de La Germania captada en septiembre de 2013, hacia la parte superior derecha está el km 17 de la vía Guayaquil-Daule. Foto: Miguel Castro |  El Telégrafo
Imagen de La Germania captada en septiembre de 2013, hacia la parte superior derecha está el km 17 de la vía Guayaquil-Daule. Foto: Miguel Castro | El Telégrafo
05 de marzo de 2014 - 00:00

En el centro de un patio donde cuatro gallinas y dos pollos criollos escarban buscando alimento, y tres perritos de raza para nada rimbombante se rascan las pulgas, Patricia, de 21 años, escucha una promesa que viaja por lo menos 80 metros de distancia: “Cuando salga iré a buscarte para casarme contigo, mi amor”.

Ese ofrecimiento no la entusiasma una pizca, la inquieta, porque proviene de un hombre, y en ocasiones de varios, a los que solo  conoce la voz, ya que los escucha en la mañana, tarde, noche y madrugada, desde el 2 diciembre de 2013.

Ellos no la ven de cerca porque no pueden, sin embargo a lo lejos la reconocen por su silueta. Cada vez que ella sale a la parte de atrás de su casa la silban, la piropean y le juran amor eterno. Lo mismo sucede con Estefanía y Anaí, ambas de 16 años.

Ninguna de ellas tiene esos nombres,  pero así les dicen los extraños a quienes temen conocer y aunque quisieran no podrían, porque están separadas por  un espeso matorral, guarida de todo tipo de insectos y hasta culebras, a más de 5 cercas metálicas, 4 están electrificadas y recubiertas con alambres puntiagudos.

Ellos -no saben cuántos son- están confinados en uno de los pabellones del nuevo  centro de rehabilitación, llamado Regional Guayas, y ellas viven en la cooperativa La Germania, que tiene aproximadamente 3.000 metros de extensión, esto es, desde la entrada del kilómetro 17 de la vía a Daule hasta  el río del mismo cantón, al fondo. Está poblada por unas 500 familias, muchas   se dedican a sembrar arroz o criar vacas y chivos.

Un “te amo desde que llegué aquí”, dicho en coro sin armonía, minimiza el canto de las aves de corral y los ladridos de los  canes de Patricia. Eso la  desconcentra y olvida cuál de los quehaceres domésticos (barrer, lavar la ropa, darle de comer a los pollos) debe realizar antes de la hora del almuerzo.

Estefanía y Anaí  se alistan para ir al colegio. La primera cruza directo de la casa (construida con ladrillos y caña)  al baño (de bloques de piedra pómez) que está en el patio para darse una ducha. La ubicación del reservado impide que los privados de  libertad  la vean y se libre de las  “galanterías”.

La segunda no corre con la misma suerte, inevitablemente va hasta el tendedero a coger el uniforme para plancharlo y se expone en pleno patio,  lo que provoca chiflidos y besos volados inmediatamente.

Hasta la fecha   no hay groserías dirigidas hacia ellas, pero sí “reclamos” cuando se le  ocurre conversar con alguien del género opuesto a la vista de sus “admiradores”.

“¿Quién es ese man (quién es ese hombre)?, ¿Cuál es el chance (qué quiere, qué busca)?, ¿Está chato  (podemos estar tranquilos)?, le preguntan los  reos al ‘cuñado’ (así llaman a un hermano de las  féminas) tras ver a un amigo de la familia   que llega a saludar, pero él no responde, solo  sonríe y le dice al visitante que no haga caso.

“Parece que todo el día pasaran viendo por esas rendijas para saber qué hacemos”, declara Patricia, y se refiere a las miradas a través del cerramiento de acero con apariencia de  persianas horizontales que ocupa la parte alta de la pared del pabellón.

Ella desconoce  cuántos la   observan  desde el interior de la cárcel, pues no puede ver lo que hay detrás de la tela metálica con finas hendiduras, que permite el paso del sonido.

‘Suegra’, a quien los internos llaman así porque creen que es la madre de las muchachas, pero en realidad es la hermana mayor, mientras intenta ver la novela de las 12:00, lo que no consigue porque el voceo también la distrae, repite  que le gustaría que ya no las molesten.

‘Suegra’ teme que los hombres cumplan la promesa latente (que podría ser una broma): ir a su casa cuando recuperen la libertad, pues si están encerrados es porque algo malo hicieron y seguramente ninguno es “un pan de Dios”;  sin embargo,  comprende que su familia significa para ellos un compañero visible pero lejano. “Nos hablan, pero  no  respondemos”.

‘Suegra’, quien creció en La Germania, fundamenta su pavor en una experiencia vivida  a los  10 años, ahora tiene 28. “De la Penitenciaría se fugó un hombre y vino a tocarnos la puerta para que le regaláramos ropa, por suerte no nos hizo nada,  no quiero que alguien así venga”. Las rondas policiales dentro y fuera del penal no representan una garantía para ella.

A las 12:30 los reclusos, sin excepción,  dirigen sus “te quiero”, “te necesito” y “solo tú me haces feliz” a los cocineros porque es la hora de comer, así lo interpretan las chicas debido a los alaridos  y el eco que produce el choque de vajilla-cemento.

Pese a que eso les da un respiro a las jovencitas no se libran de escuchar improperios de la peor calaña cuando los convictos expresan su descontento puertas adentro. “No sé si discuten porque quieren que les den más comida,  no cocinaron lo que les gusta o  le quieren quitar lo que sirvieron a otro, pero  ponen los nombres de las madres    de los demás   por los suelos”, dice ‘Suegra’.

Esa surtida gama de insultos no pasa desapercibida y eso, como es lógico, incomoda a  la parentela por una razón de peso: hay muchos niños en la casa y ellos repiten todo lo que escuchan.
No obstante,  minutos después la calma se hace presente, parece que los reos toman una siesta. No hay insultos y de nuevo se oye el cacareo de las gallinas; los perros  están dormidos, pero se escucha el mugido de unas vacas que pastan cuatro  cuadras adentro de La Germania.

Mas  el sosiego se esfuma nuevamente con un “Patricia, ya vengo que voy a trabajar”, autoría del desconocido de voz más grave. La joven supone que a él y a los otros se los llevan a los talleres donde les enseñan cualquier oficio y que regresan al pabellón antes que caiga la noche, momento en que  se  renueva el griterío.
Las gallinas buscan su corral  a la misma hora que Estefanía y Anaí regresan del colegio, a las 19:00, y al mismo tiempo se prenden las luces en las celdas del penal. Como el sol  no alumbra las adolescentes  tienen el patio  disponible,  los convictos ya no las pueden ver, pero a ellas no les interesa pernoctar en un sitio gobernado por los mosquitos.

Luego de 60 minutos  de  tranquilidad surge  otro alboroto en el pabellón, lo que invita a la familia a curiosear. Salen de la casa y ahora sí pueden ver cómo se mueven, para dónde caminan y qué hacen. La iluminación del interior da forma a las sombras de los presos sobre la pared metálica que en ese momento parece de textil. El escándalo es producto del  reclamo hacia un guía que discute con los internos. El clan  regresa a su morada.

 Las chicas están adormecidas arrulladas  por el silencio, que se interrumpe, inesperadamente, por la bulla que proviene del presidio, la falta de iluminación  disgusta a los internos.

Para manifestar su descontento cantan lo que les viene en gana: vallenatos,  música norteña y rocolera. Así pasa la madrugada. Las jóvenes quieren dormir, pero no pueden, cuando al fin concilian el sueño,  a los reos se les ocurre rezar a viva voz el Padre Nuestro, al menos  demuestran que pese a su comportamiento ponen sus vidas en manos de Dios, aunque seguido desobedecen sus mandatos.

Amanece, los confinados  se callan, ahora las gallinas cacarean. Patricia, Estefanía, Anaí y ‘Suegra’ se levantan no   satisfechas porque no descansaron como les gusta, sin embargo no les queda más que empezar la jornada que seguramente será similar.

¿Reubicación?

La señora, cabeza de hogar, quien prefiere no revelar su identidad, manifiesta que a los pocos días del traslado de los internos desde la Penitenciaría del Litoral hasta el Centro de Rehabilitación Regional Guayas número 8, funcionarios públicos  la visitaron para advertirle sobre una posible reubicación.
La idea de salir del terreno donde levantaron las cinco casas no le desagrada,  siempre y cuando le aseguren que le asignarán vivienda en otro lugar, pero hasta el momento no recibe una confirmación de la propuesta, dice la dama.

Las mujeres declaran que si se concreta  la presunta mudanza, les gustaría que sea en el mismo barrio, pero del otro lado de la calle, donde están las otras viviendas de La Germania, no junto al penal.
Funcionarios del Ministerio de Justicia sostienen que antes de emitir algún criterio deben  verificar si las familias levantaron sus casas en  predios que pertenecen a la cartera de Estado. Mientras se resuelve esta situación, seguirán los “piropos” que liberan los galanes del penal.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media