“La desaparición de mi hija me carcome el alma”
“Ya no celebro el Día de la Madre, no tengo nada que festejar. Llevo seis años, 10 meses y tres días buscando a mi hija Juliana Campoverde y luchando para que nos la devuelvan. A veces hubiera preferido verla muerta antes que desaparecida porque sabría a dónde ir para dejarle una flor. Pero no hay peor dolor que la desaparición de un ser querido, tampoco hay ninguna resignación.
Me llamo Elizabeth Rodríguez, nací en Zamora Chinchipe hace 43 años. Soy tecnóloga en Natropatía y tengo un negocio de medicina natural, al sur de Quito.
Mi hija, quien tenía 18 años, desapareció el 7 de julio de 2012, en Quito. Ese día salimos juntas a nuestros trabajos. Ella también tenía un negocio de medicina natural.
Caminamos por una avenida del sur de la urbe hasta la gasolinera Primax de la Biloxi. Nos encontramos con el pastor de nuestra exiglesia cristiana-evangélica Oasis de Esperanza, Jonathan C, que iba por el mismo lugar. Noté que mi hija se puso nerviosa al verlo; era como si guardara algo sobre él. Le di un beso en la mejilla y ella me pidió la bendición. Ese fue el último día que la vi.
Todo esto ha sido muy doloroso. Nunca llegó a su negocio y empezamos a buscarla desde ese día. Llamé a su enamorado, Fabián Mendoza, con quien estaba poco tiempo porque pensé que estaba con él, pero no fue así. A él le conté que estaba muy preocupada porque mi hija nunca salía sin mi permiso.
Fuimos a hospitales y a clínicas, pensé que pudo tener un accidente. La Policía me dijo que las chicas se van de farra o con sus novios, desaparecen pero regresan. También que deben pasar 48 horas para presentar una denuncia por desaparición y no hicieron nada por ayudarme.
Mientras la buscaba, me llegó un mensaje del celular de mi hija que decía: conocí a una persona y me fui con él. Con eso, volvimos a la Policía y allí me dijeron: ¡Ya ve lo que pasó! Al día siguiente, buscamos en nuestro barrio y en el negocio de ella. Otra vez me fui a la Policía para poner la denuncia, pero no la recibieron. Yo les imploré que nos ayudaran y aceptaron. Sin embargo, me dijeron que debía esperar hasta el lunes.
En mi desesperación fui a Teleamazonas y a TC, pero no quisieron entrevistarme. Lo más duro fue cuando mi familia me dijo que imprimiéramos hojas volantes con la foto de mi hija. Yo no quería entender que ella estaba desaparecida, no lo podía creer. Yo lloré y lloré porque no quería pegar esas hojas. Además fui al Regimiento Quito para ver las grabaciones de las cámaras del lugar donde desapareció.
Me dejaron pasar y ver, pero para mí todas eran Juliana. Allí ocurrió algo extraño; llegaron el pastor de la iglesia, Jonathan C., y su padre Patricio C., quien también es pastor. Ellos me dijeron que buscara a mi hija en Cuenca o en las fronteras con Colombia y Perú.
El lunes llamé al agente investigador del caso y acordamos encontrarnos en el Centro Comercial Atahualpa (sur), a las 13:00. Mientras conversamos, mi hermana recibió una llamada de Jonathan, quien le dijo que esperemos unos 20 minutos porque recibiremos la respuesta de Juliana. Me llegó un mensaje del celular de mi hija que decía: Estoy bien, en Cuenca; cuando pueda me comunico con ustedes, no tengo internet.
Ese lunes, a las 16:00, me llamó la hija del pastor Patricio C. y me contó que había un mensaje de mi hija en su cuenta de Facebook. Lo leí: gracias amigos por su preocupación, pero no se metan en mi vida. También me llamó Patricio C. para preguntarme qué había pasado. Era raro que todos en esa familia estén tan preocupados.
Patricio C. me preguntó si podía ir a mi casa y le dije que sí. Entonces recibimos llamadas que nos volvieron locos. Le conté al pastor que Jonathan, su hijo, estaba por el mismo lugar que nosotras el día de la desaparición de mi hija. Lo noté muy nervioso y le advertí que iban a investigar a su hijo. Después nos llamaron para decirme que habían visto a Juliana de noche. Pero no era cierto, todo era armado por ellos.
Fui al fiscal y pedí que llamara a dar versiones a los pastores de la iglesia porque había cosas raras con ellos. Nosotros dejamos la iglesia cristiana evangélica, en la que pasamos 10 años, porque presionaron a mi hija, la convencieron de no ir a estudiar a Argentina como ella quería. También le dijeron que no podía tener enamorados y le dijeron que tenían una revelación de Dios. Esta era casarse con Israel C., quien huyó del país y que es hermano de Jonathan e hijo de Patricio C.
Los llamaron a declarar y me sorprendí porque la fiscal no me dejó estar en esas versiones. Patricio C., les dijo que la busquen en Colombia, Cuenca, Ambato porque ellos no tienen a Juliana. Se sacó la camisa y quiso golpear al abogado.
En su declaración, el padre de Jonathan C. dijo que mi hija era desconocida, que solo iba a la Iglesia y que ellos querían ayudarla porque venía de una familia disfuncional. Juliana era mi hija mayor, le sigue su hermano, ambos son hijos de mi primer compromiso. Después me casé y tengo un hijo de mi marido.
Jonathan C. también fue a declarar de manera libre y voluntaria. Él dijo que mi niña fue a pedirle la computadora para escribir el mensaje de Facebook y que él le aconsejaba a ella porque tenía malas amistades e iba por mal camino. Pero no era cierto, mi hija pasaba cuatro días a la semana en la Iglesia, era del grupo de alabanza y de los jóvenes líderes. Ella no salía a ningún lado sin mi permiso.
Hemos tenido 11 fiscales encargados del caso desde el año 2012. La primera fiscal del caso me dijo que ellos no tenían relación con la desaparición de Juliana. También que mi hija se fue por voluntad propia porque estaba embarazada. Pero nada de eso es verdad, a esa fiscal la sancionaron por otro caso y la desaparición de mi hija pasó otras personas.
Nosotros salíamos todos los días para buscar a Juliana. Incluso, mi esposo iba a los prostíbulos porque pensamos que podía ser víctima de trata y nunca la encontramos. Pagábamos abogados, nadie presentaba un solo escrito; al final, una nueva fiscal encargada del caso ayudó e hizo la reconstrucción de los hechos.
En 2018 fuimos a hablar con el fiscal General, Carlos Baca Mancheno y el caso pasó a otra fiscal que hizo el allanamiento a la casa de Jonathan C., y encontró pruebas como el registro de llamadas y el chip del teléfono de mi Juliana que estaba en el celular de él desde el día de la desaparición de mi hija.
El 5 de septiembre de 2018, lo arrestaron y formularon cargos por secuestro extorsivo. En 2019, él llegó a un acuerdo de cooperación eficaz con la fiscal y contó que le pidió a mi hija subir a su carro, no sé con qué pretexto, engaños y mentiras y la llevó al motel Monteverde. Presumo que la asesinó y la botó en un barranco, cerca de Ecuavisa, según él mismo dijo. Allí la buscamos 20 días y no la encontramos.
Jonathan tiene 38 años, una esposa y una hija. Está detenido por secuestro extorsivo con fines de muerte. Esperamos la audiencia preparatoria de juicio para este mes y exijo que me devuelvan a mi hija y su honra; él habló muy mal de ella. Quiero que sea sentenciado; eso aliviaría un poco este inmenso dolor que siento. Necesitamos justicia para que no hayan más víctimas como ella”. (I)