25 años a la cárcel por el asesinato de universitaria
Gonzalo movía las piernas debido al nerviosismo. No podía tener quietas sus manos y parecía que cada palabra que escuchaba del médico que le hizo la autopsia a su hermana le cortaba la respiración. Abría y cerraba sus ojos húmedos, como soportando el dolor, y se mordía los labios intentando retener con todas sus fuerzas la rabia, que aumentaba con cada minuto del relato.
La pequeña sala estaba abarrotada. Las miradas de quienes alcanzaron a entrar se posaban sobre el rostro de un hombre de piel blanca, cabello negro y una barba mal afeitada, vestido con pantalón café y un suéter del mismo color. Se llama Marco Vinicio Palquibay, de 29 años. No estaba esposado, pero tres guardias lo vigilan de cerca: uno a su lado y dos más en la puerta.
Miraba para todos lados, pero no sostenía la mirada a nadie. Sus ojos se detenían sobre las espaldas de cada uno de los testigos que pasaron a dar su versión de los hechos.
La luz blanca de la sala alumbraba directamente el rostro de quienes se sentaban frente al tribunal para narrar varios episodios violentos que tuvo que enfrentar Daniela, de 20 años, quien, según lo que determinó el Tribunal Cuarto de Garantías Penales de Pichincha, fue victimada por el hombre que, impávido, ayer escuchó su sentencia: 25 años de reclusión extraordinaria por el delito de asesinato.
El 6 de julio de 2012 el cuerpo de Daniela fue encontrado entre los matorrales del parque lineal, en el sector de Solanda, al sur de Quito. Mercedes, su madre, no pudo recibir la noticia; cuando escuchó que la llamaban los agentes de la Policía Judicial (PJ) le entregó el teléfono a su hijo mayor, Gonzalo. Fue él quien escuchó la notificación de que el cuerpo de una joven mujer había sido encontrado y que debían acercarse a la morgue a reconocerlo.
Mercedes no pudo mirar a Daniela, lo hicieron su esposo y su hijo. “Cuando entré, desde la puerta reconocí el cuerpo de mi hermana sobre la mesa de autopsias”, relata Rafael a los miembros del tribunal.
Daniela salió de su casa la mañana del 6 de julio; su madre viajó ese mismo día a la provincia de Bolívar y horas después intentó comunicarse con ella, sin resultado alguno. A las 20:30 se comunicó con su hijo Gonzalo, para pedirle que busque a su hermana.
El sentenciado fingía ser ingeniero civil. Fue detenido un mes después del crimen en Coca, en el OrienteA las 20:35 recibieron una primera llamada. Al otro lado del teléfono, un hombre le dejó en claro a Gonzalo que él era novio de Daniela. Se trataba de Marco Palquibay. Un minuto después, otra llamada. Era la joven, quien le informó a su hermano que estaba con unos amigos, pero no alcanzó a decirle dónde, pues le cerraron el teléfono. Eso fue lo último que supieron de ella.
Durante el juicio, un compañero de Daniela, quien fue uno de los últimos en verla con vida, contó que el 6 de julio se encontró con su amiga y Marco en la universidad, estuvieron cerca de 30 minutos en un bar y luego se retiraron. Él afirmó que Marco intentaba abrazar a Daniela, pero ella se rehusaba diciéndole que ya no eran novios, sino amigos.
Su relación había comenzado en 2009 y había durado alrededor de seis meses, sin embargo, los celos y los golpes por parte de Marco habrían hecho que la joven se alejara.
Según documentos y testimonios de amigos y familiares, en 2010 Daniela tramitó una boleta de auxilio, pues Marco la acosaba: la vigilaba desde la puerta de la universidad y en el trabajo, la seguía, la golpeaba en la calle y la amenazaba con matarla si no regresaba con él.
Ese mismo año Daniela lo denunció por intento de violación. Los moretones que mostró en su cuerpo durante la audiencia de formulación de cargo fueron desvirtuados por las autoridades, pues él aseguró que la joven se autoinfligió los golpes.
Ayer, a pocos días de cumplirse un año de la muerte de su hija, Mercedes tuvo frente a sí a quien la justicia sentenció como asesino.
De cabello largo, negro, como el que tenía Daniela, la mujer, con la voz serena pero firme, miró a los ojos a la presidenta del tribunal: “Un día mi hija llegó temblando y llorando, tenía golpes en el rostro, le insistí que pusiéramos la denuncia nuevamente, pero ella me dijo: mami, él es capaz de matarme”.
Con una caja de cartón, un hombre ingresó a la sala de audiencias, en donde el silencio era interrumpido por el relato de los testigos. La caja contenía bolsas de plástico con sellos de la Policía con las prendas de vestir que Daniela llevaba el día que fue asesinada. A su chompa color café le faltan 3 botones; el resto de la ropa está húmeda y con rastros de tierra y hierba.
Cuando fue hallada, los párpados de la chica tenían acumulación de sangre, su rostro varios hematomas, hemorragia craneal, laceraciones en abdomen, brazos y piernas, mandíbula lesionada y varias heridas en el cuello provocadas con algo filoso. Su madre y hermanos ayer sintieron algo de paz, aunque Daniela ya no está con ellos.