Una sábana de flores amarillas cubre en enero a Mangahurco
Loja.-
En este caso, la expresión de que “lo bueno dura poco” aplica perfectamente. En uno de los bastiones fronterizos más extremos del país, una vez al año y por un corto tiempo, los campos cambian de color. Los extensos cultivos de guayacán florecen y se convierten en un reflejo del mismo sol. Sin embargo, el encanto de sus pétalos se mantiene solamente durante ocho días.
Los fugaces visitantes -igual que las flores- que pasan por la parroquia Mangahurco, del cantón Zapotillo, en la frontera con Perú, deleitan la mirada con el paisaje infinito pintado de amarillo, es un espectáculo de la naturaleza para el ser humano que no cuesta nada disfrutarlo.
Pese a que el sector de Mangahurgo es árido y lejano, con una vialidad rústica, las flores de los guayacanes se convierten en la gran recompensa. Desde las partes más altas de la zona se observa una inmensa alfombra amarilla matizada con pequeñas manchas verdes.
El nacimiento de la flor no tiene fecha exacta, aunque sus moradores saben que cuando caen las primeras lluvias a partir de enero la planta empieza a mostrar su encanto, pues desde junio pierde hojas y permanece con sus ramas desnudas.
El guayacán crece en zonas de hasta 1.000 metros sobre el nivel del mar, su desarrollo es lento. Para que un árbol alcance de 10 a 15 metros es necesario que pasen por lo menos 200 años. Para que una planta llegue a medir un metro, quienes cultivan el guayacán esperan entre 15 y 20 años, por este motivo los habitantes lo valoran y cuidan.
La especie es maderable y su precio es costoso, porque los habitantes de Mangahurco la protegen como a un verdadero tesoro. Los mayores de la parroquia cuentan que en la década del 60 algunos madereros intentaron explotar el bosque, pero la población de la zona se opuso y en 1978 logró que se declare al bosque en veda, para mantener intacta la belleza del lugar.
La sábana de “amarillos” como también los lugareños conocen al árbol se extiende sobre el sector conocido paradójicamente como “Cerro Negro” -aunque de negro no tiene nada- que está compuesto de unas 40.000 hectáreas, de las cuales el 25% está cubierto de guayacán. En los ojos del visitante esas 10.000 hectáreas de flores amarillas se vuelven infinitas.
Osman Romero, presidente de la Junta Parroquial de Mangahurco, señala que el Ministerio de Turismo los ayuda a difundir los encantos del lugar. Afirma que el turismo de la zona se ha incrementado, lo que permite mejorar la calidad de vida de los habitantes. “Tenemos la visita de mucha gente de todas partes de país que vienen a observar esta maravilla, incluso extranjeros.
Por eso estamos seguros de que se va fortaleciendo el turismo”, cuenta. El espectáculo natural no termina con el florecimiento de los árboles, luego de los ocho días los pétalos caen y visten el suelo de amarillo, lo que permite otro tipo de atractivo visual.
Para Robín Aponte, presidente del comité de turismo de Mangahurco, la llegada de enero es una bendición porque pueden disfrutar de “horizontes perfectos”. Reconoce que en el pasado faltaba promocionar el lugar, pero considera que en los últimos meses gracias a las capacitaciones de turismo comunitario, “vemos buenos resultados”.
Aponte cree que Mangahurco empieza a ser reconocido en el Ecuador. “Esto nos incentiva a seguir trabajando para posesionar a nuestra tierra”, afirma y resalta que la población ha tomado conciencia en la importancia de conservar las especies.
Joffre Rueda, habitante del lugar, ve como un privilegio vivir en Mangahurco, donde se puede observar este espectáculo de la naturaleza, que muchos en Ecuador no conocen por la lejanía del sitio.
Sostiene que desde niño sale a observar las flores y que nunca deja de maravillarse, por lo que invita a visitar su terruño, que aún no cuenta con infraestructura turística, pero que la belleza del paisaje compensa la falta de comodidades.
“Este es un paraíso por descubrir, con árboles maravillosos. El espectáculo dura poco tiempo, pero vale la pena que los ecuatorianos lo conozcan”, indica Rueda. El resto del año los guayacanes permanecen desnudos, aparentemente muertos, pero con una breve llovizna en enero muestran su encanto.