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La bahía oferta desde vigorizantes hasta leche para recién nacidos

Los bajos costos atraen a personas a este sector para comprar recetas que en otros sitios resultan más caros.
Los bajos costos atraen a personas a este sector para comprar recetas que en otros sitios resultan más caros.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
10 de junio de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

El inclemente sol y el griterío de la bahía hacen que los compradores ocasionales y frecuentes aceleren el paso. En medio de esta bullaranga acude —cada 15 días— Rodrigo Quinteros, quien destina $ 50 para comprar medicinas para su madre. Ella tiene problemas de tiroides, presión alta, azúcar, sobrepeso y arteriosclerosis (calcificación de arterias).

Son casi las 12:00 y Quinteros, saca un pañuelo blanco para secar el sudor de su cara. Ajusta sus lentes y revisa con atención la lista de sus necesidades. Se percata de que faltan 30 dosis de benazepril —fármaco para regular la presión— toca su bolsillo y pide 15 unidades, pero solo le veden 10. Deberá seguir buscando el resto.

El hombre, que bordea los 45 años, tiene una tienda de abastos y en sus tiempos libres se dedica a la albañilería. Estos ingresos sirven para cubrir los gastos de las recetas, que, desde hace 7 años, adquiere en las calles Manabí y Chimborazo, sector de la bahía.

A pocos metros, María Vera de 50 años, busca  una crema para aliviar la comezón provocada por unas erupciones en la piel, las que deja al descubierto de las personas que circulan por los estrechos pasillos que se forman en el lugar.

María camina con desesperación y las ganas de frotar sus heridas son cada vez mayores. Al poco tiempo una línea de sangre surge de su mano izquierda. Al no hallar su medicación se molesta.

Los vendedores solo la ven y arreglan sus productos en las perchas sin temor. La mayoría de ellos son muestras médicas que la ley prohíbe vender.

“Hace poco más de 4 meses compré a mitad de precio la misma crema, pero esta resultó ser una muestra médica, la verdad no reclamé porque no tenía mucho dinero ese día”.

Entre los 129 locales —dedicados a la comercialización de medicinas— no se utiliza acondicionador de aire a pesar de ser necesario para precautelar la conservación de los componentes químicos que contienen los productos que expenden.

El espacio pasa rodeado de vendedores ambulantes, comercios informales de venta de ropa e impulsadoras de despensas de licores que a toda hora promocionan sus productos, a la vista de adultos, menores de edad y metropolitanos.

Manuel (nombre protegido) tiene casi 10 años trabajando en un local que colinda con estos negocios. Él  muestra su descontento porque se permite la venta de vigorizantes sexuales de adultos a menores.

“Aquí se vende casi de todo no importa si tienes eres adulto o un adolescente mientras puedas pagar todo es posible”.

El hombre, quien mira hacia atrás y pone una mano en su boca, continúa con su indignación. “La acetona es utilizada para adulterar las fechas de caducidad de las cajas de medicinas que comercializan y nadie dice nada”. 

Las ventas de medicamentos son de todo tipo, desde aspirinas, leches para lactantes hasta pastillas para el corazón.  

A la hora de almuerzo, con un caminar apresurado, Carlos Tapia, suboficial de la Comisión de Tránsito del Ecuador (CTE) recorre la calle Manabí. Aprovecha la cercanía de su lugar de trabajo en las calles Chile entre Chimborazo y Cuenca para visitar una de las 3 distribuidoras de fármacos.

“Me siento seguro comprando en un local formal y no en un informal; por las historias de falsificación en la mayoría de los productos”.

La necesidad y los aprovechados surgen dentro de un espacio casi tradicional en la ciudad donde también hay personas y negocios que cumplen con la ley y laboran con promociones para atraer a los compradores que van por la bahía. (I)

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