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El Telégrafo

Trabajo, empleo… ¿para qué hoy, para qué mañana?

27 de julio de 2014

¿Cómo pasar de una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía basada en el conocimiento, para procurar un desarrollo global sostenible y humano?

Los empleos son trabajos que proporciona una empresa. El trabajo -de los autónomos, de las pequeñas asociaciones y cooperativas, del inicio de muchas pymes- lo ‘busca’, halla, descubre o inventa uno mismo.

Hace 25 años las industrias, ya automatizadas en buena medida, tenían operarios que ‘vigilaban’ cada cuatro o cinco máquinas. Hoy tienen robots. A los robots, también hace poco, los supervisaba una persona. Hoy lo hace un código de barras. La ‘mano de obra’ es cada vez menor y reducida a actividades que, aún ya muy mecanizadas, requieren el concurso humano (destrezas y talento).

Hemos pasado en pocas décadas de un contexto rural a un contexto urbano, a un contexto digital.

Hasta hace muy poco los seres humanos eran invisibles, anónimos, obedientes, sumisos, silentes.

Se hallaban confinados intelectual y territorialmente en espacios muy limitados. Hoy ya no son, progresivamente, espectadores sino actores, súbditos sino ciudadanos plenos y educados que -según la insuperable definición de la Unesco- significa ser ‘libres y responsables’. Pueden saber, además, inglés o química, pero esto es capacitación adicional, no educación.

Insisto en cuanto antecede porque es imprescindible, cuando nos referimos al empleo y al trabajo, saber bien que estamos ante una nueva situación, unas nuevas generaciones que requieren, conceptual y prácticamente, nuevos enfoques. Estamos iniciando una nueva era y se pretenden aplicar las mismas pautas que en el pasado.

Estos seres humanos ya pueden participar, ya pueden expresarse, ya pueden conocer lo que acaece en su entorno, cómo vive su prójimo, próximo o lejano. Ya pueden comparar, apreciar lo que tienen y apercibirse las precariedades ajenas. Pueden anticiparse, pueden prevenir…

Estos seres humanos ‘activos’ ya no son mayoritariamente hombres. La igualdad de género -piedra angular del ‘nuevo comienzo’ que vivimos- está avanzando de forma prodigiosa y no mimética.

En resumen: el mundo en el que hoy vivimos y al que debemos, por tanto, tener en cuenta, está siendo sucesivamente desvelado, habiendo adquirido buena parte de los seres humanos una conciencia global, una ciudadanía mundial. El número de mujeres que influyen con las facultades que les son inherentes en la toma de decisiones aumenta sin cesar. Los medios digitales, bien utilizados, permiten, además de una participación democrática insólita, alcanzar la ciudadanía plena, es decir, llevar a efecto la transición esencial de súbditos a ciudadanos.

El tiempo del temor y del silencio ha concluido. Ahora todos pueden reclamar la igual dignidad y el bienestar, que sigue siendo privilegio de unos cuantos.

Ahora ya pueden todos, en un gran clamor en el ciberespacio, exigir la desaparición de desigualdades lacerantes, contrarrestar las arbitrariedades del ‘gran dominio’ (militar, energético, financiero y mediático…). Ahora ya pueden recoger millones de firmas en favor de la transición de una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz.

Ahora ya puede llevarse a efecto la transición de la fuerza a la palabra, la gran inflexión histórica.

Ahora ya es posible, en un gran clamor, contribuir a una democracia -el único contexto en que los derechos humanos se ejercen plenamente- a escala mundial (mediante la refundación de las Naciones Unidas, con voto ponderado pero sin veto, para un multilateralismo efectivo), regional (para que Europa deje de ser solo una unión monetaria y pase a ser una unión política y económica, con un sistema de seguridad autónomo), nacional (de modo que en una España federada se asegure el autogobierno de las CCAA, la independencia de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, para la adecuada y ágil actuación de los mecanismos correctores de mayorías absolutas, de la corrupción y falta de decencia en el ejercicio de las funciones directamente relacionadas con la voluntad popular), local (en las ciudades, que es donde viven los ciudadanos y donde el ejemplo municipal es más necesario) y personal (reflejado en el comportamiento cotidiano, gracias a una educación de calidad durante toda la vida).

Una democracia que se inspire en la imaginación juvenil y la experiencia propia de la longevidad, gran logro inexplorado del progreso de la ciencia.

Sí, grandes clamores, presenciales y digitales, para que los mercados se subordinen a la justicia social y no vuelvan a producirse nunca más vergüenzas como la de haber designado gobiernos sin urnas en la misma cuna de la democracia.

Sí, grandes clamores para que, superando el cortoplacismo y la obcecación de intereses inmediatos, la humanidad cumpla con su supremo compromiso intergeneracional, y se ocupe de la habitabilidad de la Tierra, del medio ambiente, de la calidad de vida para todos.

Para que asegure que nunca más pueda invadirse un país, con inmensos y sangrientos ‘efectos colaterales’, basándose en la mentira… para asegurarse el abastecimiento de energía.

Para que de una vez por todas no se permita a Israel matar impunemente a más de 300 personas, muchas de ellas niños y niñas, escudando sus terribles represalias en los cohetes ‘inocuos’ que se disparan desde Gaza…

Poder ciudadano, voz y grito en favor del 80% de la humanidad que nunca ha podido hallar albergue en el barrio próspero de la aldea global.

Nosotros, los pueblos… hemos resuelto construir la paz para evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra y el horror de un planeta Tierra desvencijado… Reaccionamos. Los grandes desafíos para el por-venir que está por-hacer son la igual dignidad -¡compartir!- y el medio ambiente.

“Nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va”, dice un refrán marinero que me gusta repetir. ¿A dónde vamos? ¿En qué direcciones se va a paliar el paro?

Una nueva era requiere, como expresé en Un mundo nuevo (2000), cuatro nuevos contratos: social, natural, cultural y ético.

En nuestro caso, debería formularse un ‘plan España’ que permitiera convertirnos, en muy pocos años, en la ‘California de Europa’ e incrementar el número de visitantes en atenciones y servicios personalizados; aumentar el número de segundas residencias propias en un país que consta de una península y dos archipiélagos; unos servicios de salud que faciliten esta gran afluencia y, como sucede en California, convertirnos en un espacio privilegiado de I+D+i, lo que facilitaría, así mismo, una oportuna ‘relocalización industrial’.

Para hacer posible cuanto antes este plan, la comunidad académica, científica, artística, creadora, en suma, debería tener un papel crucial, ya que, hasta el momento, las decisiones de parlamentos y gobiernos se adoptan más en virtud de las opiniones de los ‘lobistas’ que del conocimiento. Y así van las cosas.

Una nueva era. ‘Un nuevo comienzo’, como preconiza la ‘Carta de la Tierra’. Y actuemos.

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