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El Telégrafo

Una historia de disputas no superadas en el arte nacional

Una historia de disputas no superadas en el arte nacional
07 de abril de 2014 - 00:00

Históricamente, los mecanismos de exhibición y premiación han sido el foco de atención de las bienales, pues estas surgieron en Europa durante el siglo XIX como un proceso sostenido por la academia, cuyo fin consistía en el reconocimiento de obras ‘destacadas’, que eran legitimadas por los expertos del campo artístico.

En Ecuador, Oswaldo Guayasamín, como vicepresidente de la Casa de la Cultura, organizó la primera bienal de Quito en 1968. El evento fue producto de los objetivos establecidos en la llamada Revolución Cultural de 1966 que llevaron a un replanteamiento de las competencias que debía tener esa institución cultural para las artes ecuatorianas. Entre sus finalidades, establecía la necesidad de “fomentar, orientar y coordinar el desarrollo de una auténtica cultura nacional, con miras a una integración cultural latinoamericana y en concordancia con la cultura universal. Extender la cultura hacia las clases populares y proyectarla hacia el ámbito internacional”.

De forma paralela, los artistas del grupo VAN (Vanguardia Artística Nacional), junto a los tzánzicos, organizaron un frente común: la antibienal. La crítica se centró en que la bienal, enfocada en “el desarrollo de una auténtica cultura nacional”, privilegió la representación de estilos considerados auténticamente nacionales, excluyendo a otras manifestaciones culturales. La tensión producida a partir del surgimiento de la primera bienal en Ecuador vaticinó lo que se convertiría después en el centro de debate del campo cultural nacional, esto es: los lugares de la representación del arte, los usos sociales que hacen las instituciones público - privadas del arte, y el divorcio entre la comunidad y las nuevas propuestas de arte contemporáneo, entre otros.

Las bienales no son ferias ni supermercados del arte donde las obras están dispuestas amontonadamente. Tampoco son galerías comerciales donde se encuentran únicamente objetos que tienen la predisposición de venderse. Las bienales apuntan (o deberían hacerlo) a garantizar el desarrollo de propuestas y proyectos formativos para la ciudad, deberían convertirse en espacios para la producción de conocimiento, que sostengan actividades pedagógicas permanentes y que vinculen a la ciudadanía. Lo último que se espera de una bienal es que sea un lugar críptico en el que cada 2 años un reducido grupo de artistas se encuentra para hablar en su propio idioma.

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