Si algo ha caracterizado a estos breves años que conforman el siglo XXI es el derrumbe de varios paradigmas, sobre todo, económicos. Echemos un breve vistazo: creer, por ejemplo, que la panacea para el bienestar social era el crecimiento económico (medido a través del producto interno bruto - PIB), resultaba medianamente verdadero, pues a pesar de que el PIB aumentaba, los niveles de pobreza no disminuían, ya que este indicador tiene un enfoque meramente cuantitativo que no  considera elementos como la mejora en la calidad de vida de la gente, el aporte de las actividades informales o de cuidado doméstico a la economía nacional o las externalidades negativas que produce el comercio sobre el medio ambiente.

Por su parte, en Ecuador existe una oleada de analistas, empresarios y políticos “preocupados” por garantizar una buena salud económica, que exige un mayor flujo de inversión extranjera directa (IED), aun cuando esta no es del todo buena. ¿Razones? Hay muchas: la IED genera poco empleo y limita la transferencia de tecnología; además, varias transnacionales petroleras que vinieron al país a “invertir” terminaron demandando al Estado ecuatoriano en arbitrajes internacionales y han exigido montos hasta 5 veces mayores de lo que invirtieron en la exploración y explotación hidrocarburífera. Por ejemplo, la petrolera estadounidense Occidental demandó al Estado en mayo de 2006 por 3 370 millones de dólares por la caducidad del bloque amazónico 15. La cantidad es exorbitante comparada con los 808 millones que la empresa tenía previsto invertir en los 21 años de operación en el país (1985-2006). El arbitraje del caso se encuentra en la etapa de anulación del laudo que Ecuador presentó en octubre de 2012.

¿A qué viene todo esto? Si la academia y quienes hacen política pública han tenido la suficiente  claridad para desmoronar estos caducos paradigmas y plantear nuevas alternativas de vida, esa visión debe extenderse a todos los espacios de la sociedad, especialmente, a los históricamente relegados: el político, sexual, de género, cultural y ambiental. Es hora de resolver las contradicciones, en todas sus dimensiones, del sistema en el que vivimos.