“En el fútbol, la civilización nunca acabará de dominar a la barbarie”
Ya sea de pie frente a un puñado de estudiantes de la Universidad de Princeton -donde trabajó como profesor invitado- dictando una conferencia sobre la novela latinoamericana, o a orillas de una cancha de fútbol, escuchando cómo el pasto silba con el zanquear de la pelota, Juan Villoro (México D.F., 1956) se siente a sus anchas.
Reconocido como uno de los escritores más importantes de la literatura mexicana (y continental) de los últimos años, una parte significativa de su oficio la ha dedicado al análisis del deporte más popular del mundo, tema que despierta en él -como en la mayoría- la pasión más atropellada y -como en una minoría- la lucidez mejor calibrada.
Villoro cubrió, para diversos medios mexicanos, tres mundiales consecutivos (Italia 90, EE.UU. 94 y Francia 98). Al ser también profesor en la U. Pompeu Fabra de Barcelona tiene la oportunidad de ver a la Filarmónica de Guardiola con cierta frecuencia. Textos suyos como “Memorias de un pie izquierdo”, perfil de Diego Maradona publicado en Etiqueta Negra, o algunas crónicas incluidas en su libro “Los once de la tribu”, son de lectura imprescindible para quienes saben, como lo expresó alguna vez Bill Shankly, aquel locuaz y brillante técnico del Liverpool, que “el fútbol no es cuestión de vida o muerte. Es mucho más que eso”.
Emir Kusturika, quien estuviera a punto de ser futbolista antes de convertirse en cineasta, tiene una frase fantástica: “Hay mucho cretino intelectual que desprecia a los futbolistas, pero no hay ningún gran jugador estúpido: el buen fútbol es pura geometría, sofisticada empatía y compleja capacidad de anticipación y abstracción”...
... Ningún equipo gana el campeonato si más de la mitad de los jugadores son tontos. El máximo es de cuatro. Obviamente, los razonamientos de Helenio Herrera o Johan Cruyff, por originales que sean, no son los de Einstein. Se mueven en otro ámbito, que depende mucho de la suerte y la intuición, y tampoco hay que pedirles las claves del universo. Algunos futbolistas se han desprendido con gran naturalidad hacia los medios. Es el caso de Valdano o de Cantona. Sus comentarios son como un buen pase gol...
...Pero frases de Shankly o el mismo Cruyff podrían estar en un libro de aforismos... Ocurre que la gente de fútbol tiene un código muy rico, complejo -una ética, por supuesto- al que cada vez entran menos los periodistas “especializados”, atollados en clichés y lecturas inmediatas. Usted, que ha cubierto incluso Copas Mundiales, ¿cómo ve la salud actual del periodismo futbolero?
Hay buen periodismo en España, con gente como Ramón Besa, Santiago Segurola o Sergi Pàmies... La revista “Panenka” es un buen ejemplo de periodismo de calidad hecho en nuestro idioma. En términos generales, creo que Inglaterra y Argentina tienen el mejor nivel, pero también hay buenas revistas de cultura futbolística en Alemania y Francia. Hoy en día, el que quiere leer buen periodismo futbolístico, lo encuentra.
Maradona decía encontrar en Valderrama cosas de Bochini. El colombiano no negaba su admiración por el 10 de Independiente, pero reconocía que sus influencias habían sido, más bien, Jairo Arboleda o, a nivel internacional, el maestro peruano César Cueto. Tenemos el caso de Zidane reconociendo la “marca” de Francescoli. ¿Cree que los futbolistas aún se influencian como los escritores -y usted viene de las letras-, con ese mismo sentido perspicaz de observación e inspiración?
... Es muy difícil que un futbolista no tenga un ídolo. Hay un hermoso texto de Zubizarreta en el que cuenta su infancia en un pequeño pueblo del País Vasco. Su ídolo era José Angel Iríbar, pero él no lo veía jugar, porque estaba lejos de Bilbao y en aquella época no había televisión.
Zubi creció imaginando las hazañas de Iríbar. Me atrevo a suponer que ningún portero jugó mejor que aquel gigante imaginado por el aspirante a guardameta. Bochini fue al Mundial de México, en 1986. Ya era un veterano y no tenía posibilidad de jugar muchos minutos. Viajó más como un emblema que como un participante real. Y disputó unos minutos de la final, en calidad de símbolo.
Cuando entró a la cancha, Maradona se le acercó y le pasó la pelota: “Tenga, maestro”. Ese gesto define al mejor jugador del mundo. Diego siempre fue consciente de su tamaño, pero también de sus deudas. Nadie es genio en soledad. Pelé no olvidó nunca que otros jugaban mejor que él cuando nadie lo conocía.
En su “Diatriba contra Mourinho” expresa: “Cuando un jugador se prepara para tirar un córner a unos metros de la tribuna, recibe escupitajos e ignominias. En el pecho lleva un anuncio que puede ser de Burger King. Mourinho es un troglodita de diseño para ese ámbito de la provocación y el consumo”. El Barcelona y la selección nacional española nos hacen mantener la fe en que el juego que gusta también gana, ¿se posterga el triunfo definitivo de ese fútbol obsesivamente táctico y físico, robótico...?
A veces ganan los que juegan bien, otras veces ganan los analfabetos del fútbol. Es lo interesante de este juego donde la civilización nunca acabará de dominar a la barbarie.
El Barcelona de Guardiola fue mucho más apasionante que la selección, pero ambos pertenecen a la misma matriz de buen toque y juego de conjunto. Me parece importante apostar por ese camino aunque se pierda. Mourinho y tantos otros técnicos resultadistas buscan ganar al precio que sea. En favor de Mourinho hay que decir que casi siempre lo logra, aumentando nuestro insomnio.
Hay grandes partidos que pasan a la historia como intensas marcas de la cultura. El poeta escocés Alistair Reid llegó a decir incluso que “si un marciano preguntase qué es el fútbol, un video del partido Brasil-Francia del Mundial de México 86 lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística”. Pregunta de cajón: ¿Cuál es el partido -desde esta perspectiva- más intenso, importante y conmovedor que le ha tocado ver y por qué?
Hay muchos partidos que sirven para convencer de la grandeza del juego. Pienso por ejemplo en el Italia-Brasil de España 82, un partido de ida y vuelta, lleno de goles y de tensión continua, con un equipo cuajado de estrellas (Brasil) y otro en estado de inspiración, que semanas antes y semanas después sería un desastre (Italia). Pero también he visto grandes partidos que terminan 0-0. Por ejemplo, más allá de las gratificaciones emocionales, en la pasada Eurocopa, el 1-1 entre Italia y España fue mucho mejor que la arrolladora final.
Otra de cajón: ¿Cuál es su once histórico ideal?
Te menciono a bote pronto los nombres que me vienen a la mente (mañana seguramente serían otros). Mi formación, como verás, es 4-4-2. Yashin, Maldini, Chesternev, Beckenbauer, Roberto Carlos, Gerson, Overath, Maradona, Pelé, Garrincha y Messi. ¡Qué terrible no incluir a Cruyff ni a Xavi, pero el técnico vive de cancelaciones!