Karina Skvirsky vuelve a graficar sus límites a través de la fotografía
En 2012, la artista ecuatoriana Karina Aguilera Skvirsky presentó en la galería urdesina DPM una performance en la que aparecía con el cabello lacio y no encrespado. Declamaba los poemas que en algún momento pronunció su madre, durante los 60, en Guayaquil, cuando los recitales eran parte fundamental de los eventos culturales de la ciudad.
El año pasado, en la Bienal de Cuenca, presentó ‘El peligroso viaje de María Rosa Palacios’. Se trató de una performance en la que recorrió la ruta que hizo su bisabuela desde su casa, en el Valle del Chota, en Imbabura, hasta Guayaquil, donde trabajaría con una familia rica. Su bisabuela tenía 15 años cuando salió en mula, caminó por las rutas del Inca y los caudillos y en tren. Aguilera hizo lo mismo y asumió la identidad de su antepasado.
Este año, en Los pliegues en la foto, su tercera exposición en DPM, la artista vuelve a tomar elementos de su identidad para, a través de la fotografía, introducirse en la galería. Retoma la idea de los pliegues que utilizó con las fotografías en el montaje de ‘El peligroso viaje de María Rosa Palacios’.
Esta vez la actividad la registró su pareja, el artista Clifford Owens, en distintas fotografías. Ahora su cuerpo ya no está en medio del sendero que recorrió su abuela. Esta vez, el paisaje y sus límites los definen las paredes blancas de la galería.
La fotografía y el cuerpo se presentan como objetos, “la mujer como autor y objeto”, dice el curador de la muestra, el historiador de arte Rodolfo Kronfle. La artista fija una relación entre su propuesta y su cuerpo a través de una remembranza de su niñez. La primera fotografía es ella de cabeza, con la malla de la bailarina que aprendió a ser cuando niña y esa desfachatez de mostrar sus calzones como garantía de comodidad. En otra serie juega con los pliegues en la foto para mostrarlos como líneas divisorias e invisibles.
En una de estas mantiene el equilibrio al caminar con unos libros en la cabeza. La línea está justo encima de los objetos: “estaba pensando en esas fotos etnográficas en las que salen mujeres africanas. Me puse el libro para conectar con eso, pero también con mi mamá diciéndome ‘endereza la maleta’. La línea es el peso de esa historia cayendo sobre mi cuerpo”, explica la artista en un recorrido por cada una de las propuestas de la muestra.
Esta vez su trabajo, además de relacionarse con esa identidad afroecuatoriana y cristiana, de parte de su madre, y judía de parte de su padre, es una reacción ante un momento histórico. “Estaba reaccionando a lo que pasa en el mundo. Cuando perdió Hillary Clinton la presidencia de Estados Unidos (el país en el que reside) fue un choque muy grande y no es que era la mejor candidata, pero la forma en que perdió fue tan misógina que realmente me impactó ver ese tipo de sexismo en la cultura”, dice.
En el texto curatorial, Kronfle trabaja en virtud de esa idea sobre la intervención de la artista, como mujer y objeto, en la galería.
Señala la pose de la artista en Layflat. Se pregunta si hay sumisión o violencia. “Este juego de adopción e intercambio de roles fluctuantes –modelo, musa, aprendiz o asistente- se sugiere además en Topbottom, cuyo título remite a categorizaciones sobre cómo se performa la sexualidad en la cultura gay (activo/pasivo, el que penetra y el penetrado), y en donde emplea apenas una pieza de utilería como la caja de cartón”, dice Kronfle.
La obra nace del impulso de pensar a la mujer dentro de la escena contemporánea del arte pero al mismo tiempo grafica esa línea indivisible entre su cultura judía, cristiana, afro, norteamericana y ecuatoriana. “No soy lo uno ni lo otro, soy todo a la vez”, dice ella. (I)