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El Telégrafo
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EL REESTRENO DE LA OBRA SE DA DESPUÉS DE 25 AÑOS, con leves cambios, a pesar de que el contexto es el mismo

La locura de la guerra, más allá del tiempo

El elenco completo en escena. Cada personaje, a su forma, atrincherado detrás de un objeto, presenta a los espec tadores la locura de la guerra. Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
El elenco completo en escena. Cada personaje, a su forma, atrincherado detrás de un objeto, presenta a los espec tadores la locura de la guerra. Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
18 de mayo de 2015 - 00:00

Sobre las tablas del teatro Malayerba se establece un diálogo en el que los interlocutores no se miran a los ojos. “¿Qué te angustia de las letras del periódico, Francisco?”, pregunta uno de los personajes. “Las letras, señor capitán —responde el protagonista—, son como moscas apachurradas y no las entiendo. Pienso que son aves volando en bandadas...”. En la frontera entre Ecuador y Perú, donde está situada la obra, al capitán (Gerson Guerra) le preocupa cuánto tardan en llegar las noticias de un mundo que le da la espalda. Teme incluso que la línea imaginaria que separa ambos países desaparezca, que estos se unan y él termine en un consejo de guerra por haber matado a quienes ya habían sido declarados sus hermanos.

En medio de la locura que provocan las guerras, el soldado Francisco de Cariamanga (Javier Arcentales) vive sus días como una larga condena. María, su mujer, lo cuestiona y él no puede comprenderla, al punto que se acercan a un abismo del que no podrán salir. La narradora (Tamiana Naranjo), una anciana del pueblo obsesionada con Francisco, va desvelando su fatal destino.

El dramaturgo Arístides Vargas escribió, hace un cuarto de siglo, una versión libre de la obra Woyzeck, de Georg Buchner, y, ahora, solo tuvo que cambiar un par de detalles para que volviera a estrenarse. Las fechas en que transcurre la historia de Francisco de Cariamanga son indefinidas y, más que con la derrota de 1941 o la infructuosa victoria de 1995, tienen que ver con las alucinaciones de tener a los soldados enemigos al acecho.

“Veinticinco años en la vida teatral es mucho tiempo y la obra cambió rotundamente. La mirada de ahora es muy diferente. Veníamos haciendo obras de autores, principalmente, y este es el primer texto enteramente escrito en el seno del grupo Malayerba. En lo estético hicimos varias rupturas en el campo teatral, rupturas formales, del lenguaje”, explica Vargas luego de uno de los ensayos, en la Casa Teatro que está celebrando su trigésimo quinto aniversario.

Las temporalidades también tienen un punto de quiebre en esta obra, la cual está en cartelera los jueves, viernes y sábado hasta el 31 de mayo. La estructura aristotélica se trastoca en saltos de tiempo, en diálogos introspectivos como los de María con la hija suya y de Francisco o en la vuelta al orden narrativo que imponen los relatos de la anciana de Cariamanga.

La crítica a la autoridad se extiende a varias instituciones, a través de frases como “la iglesia es la oficina de migración hacia el cielo” o la proclama repetidísima por el capitán del ejército: “hay que ser honrado y probo. Honrado y probo.” Una homosexualidad encubierta por los uniformes también caracteriza a los personajes y el actor Diego Andrés Paredes interpreta a un caballo guitarrista, aplaudido en la feria del pueblo y que representa, como una la alegoría, la sumisión requerida por quienes mandan.

“Un soldado puede llegar a cometer actos violentos porque es educado dentro de la violencia. Y eso que es aplicable al mundo del soldado también es aplicable al mundo social, con su historia y antecedentes”, concluye Vargas. (F)

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