Un historiador, un bibliotecario y un escritor dieron compartieron preocupaciones acerca del rol que cumplen las más de 3.000 bibliotecas del país. Lo plantearon, el pasado jueves, en la mesa redonda “Bibliotecas y usuarios: ¿lectores o clientes?”, que organizó la Flacso para celebrar el día del bibliotecario.

El escritor Abdón Ubidia llegó a la mesa redonda con la idea de defender el libro y la biblioteca de forma física en contra de los que sueñan con trasladar todo a lo virtual. El antropólogo e historiador Eduardo Kingman, con nostalgia, habló de las relaciones que el ser humano tiene con estos estantes y el uso que el lector les da. El director de la Biblioteca de Flacso, Eduardo Puente, en cambio, defendió el valor de uso cultural que se debe aplicar a los libros y la  criticidad que se le   otorga al usuario.

El primero en abrir el diálogo fue Ubidia. Tenía 15 minutos para defender su propuesta, sobre el libro y las bibliotecas físicas que a su criterio compiten con las nuevas tecnologías. Su defensa fueron las palabras y la poesía. Así invocó un poema de Jorge Luis Borges, quien fue -a pesar de su ceguera- director de la biblioteca nacional de Buenos Aires durante 18 años, además de un gran escritor: “Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que solo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán”.

Con el poema de Borges el autor de Sueños de Lobos y La Madriguera empezó su defensa frente a  la Internet y la revolución digital, y dijo que existe una nueva ceguera, no por falta de luz, sino por un exceso de ella. “El encandilamiento incesante de una oferta ya infinita de textos que relampaguean ante nuestros ojos deslumbrados ya con tantas pantallas que nos ofrecen sin tregua una información avasalladora, abundante que nos enceguece”.

El escritor reconoció los beneficios que otorgan los medios, pero también habló de aquellas obsesiones descabelladas, a su criterio, de algunos genios tecnológicos que aseguran no descansarán hasta desaparecer los libros. “Los libros son una metáfora concreta de la realidad real, la desaparición del libro físico llevaría a la desaparición de las bibliotecas o las volverían museos”, reflexionó el escritor.

Para él las nuevas civilizaciones virtuales son resultado de un capitalismo tardío que crean beneficiarios y perjudicados concretos. “Los megadesastres financieros de las punto com, las estafas a gran escala, las transacciones bursátiles de empresas fantasmas, la misma obsolescencias de los artilugios tecnológicos, el Ipad 1 dura un año, el Ipad 2 otro año, son algunos de los desastres que promueve el mundo virtual en nuestro mundo real”.

El escritor desglosó 10 razones por las que el libro no puede desaparecer por esa vorágine de lo virtual que lleva a la desmemoria. Así dijo que el libro no desaparecerá por su condición material, porque recuerda nuestra vida real, porque no tenemos que encenderlos ni apagarlos cuando se quiere leer, porque no se usan baterías contaminantes, porque imponen un grado de concentración mayor a diferencia de leer en el computador, porque son paradójicamente más portátiles que los Ipad, entre otras. Una de las razones fuertes que arrancó murmullos fue porque en las máquinas no se puede guardar una rosa que nos recuerda nuevamente que somos reales.

El antropólogo Eduardo Kingman recordó, en cambio, esa relación que tienen los lectores con las bibliotecas. Relató que tiene presente esa primera visita que hizo a una cuando era un adolescente y leía Los Miserables. También narró una historia en la que un grupo de personas fue despojada de sus viviendas y que encontró refugio en esos centros. Trajo imágenes de un hombre con ropas viejas que iba a la biblioteca para encontrar calor en las palabras que hallaba en los libros. Con su voz ronca expresó que estas deben mantener aquel calor.

Apasionado por la biblioteca municipal y usuario frecuente de la de la Flacso, Kingman reflexionó sobre el uso que los jóvenes le dan. Así contó que ha podido observar que el profesorado, sobre todo el de Flacso, en donde dicta clases de Antropología, ejerce una presión sobre los jóvenes para que en sus producciones académicas pongan una serie de autores dando lugar a las citas. Para él esa presión genera la tendencia a la rapidez y claro ahí la Internet es más útil. “Yo no soy una persona de muchas citas, prefiero leer autores y me muevo con pocos libros, profundizo”.

El maestro aseguró: “El lector actual debe saber moverse dentro de esos centros. Debe asumir la lectura de libros como una caja de herramientas. En lugar de tener una sola herramienta usamos el material que haya. Hay que contar con usos creativos de los propios libros y la biblioteca debe estar organizada de ese modo”, añadió el catedrático.

El director de la biblioteca de Flacso, Eduardo Puente, habló desde su condición de bibliotecario y tras hacerse una serie de preguntas relacionadas con el trato que tienen con el lector o usuario concluyó que el reto del gremio es crear un pensamiento crítico y no solo proporcionar información de forma inmediata, sin ningún contexto.

Puente, que tiene a cargo más de 60.000 títulos en Flacso, habló sobre el giro que se debe dar al libro al que se lo ve únicamente como mercancía dándole el valor solo de cambio y no de uso. “Al momento que el lector lee se vuelve  un valor de uso. Lo mismo cuando entra a una biblioteca. Un autor mexicano decía que el libro se convierte en un bien patrimonial social, un bien cultural y un patrimonio social cuando se lee”.

Otro de los retos de los que habló es convertir a las bibliotecas, sobre todo las públicas, en verdaderos centros culturales en los que se brinden más servicios y que vayan a la par con las nuevas tecnologías.