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Floresmilo Romero, el sindicalista de las causas nobles

Floresmilo Romero, el sindicalista de las causas nobles
29 de enero de 2014 - 00:00

Otavalo vio nacer a quien se convertiría en uno de sus hijos dilectos en 1899: sus padres, ambos otavaleños, se dedicaban a la confección de trajes e incluso llegaron a poseer una sastrería en una esquina céntrica de la urbe. Junto con sus tres hermanos, en 1905 se convirtió en huérfano cuando sus progenitores murieron en un accidente ferroviario provocado por un deslave en las cercanías del pueblo de Cayambe.

Una tía de Guayaquil se llevó a su pequeño sobrino a vivir con ella, su esposo y sus dos hijas, pero como eran muy pobres, Floresmilo comenzó a trabajar como escogedor de café y cacao por unos pocos centavos diarios en La Casa Española, compañía acopiadora y exportadora creada por el empresario catalán Pedro Maspons y Camarasa. Sus deseos de más conocimientos y de superación lo llevaron a estudiar en algunas escuelas nocturnas creadas por algunas sociedades obreras, anarquistas y protosocialistas como la Escuela de la Sociedad Hijos del Trabajo y la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso. Siendo aún un niño, el futuro dirigente obrero se inició así en la formación básica y en los rudimentos de las prácticas sociales y sindicales.

Al cabo de un tiempo la situación familiar empeoró: tuvieron que abandonar la pequeña casa en la que vivían y arrendar un cuarto para los cinco en las afueras de Guayaquil. Sus estudios escolares fueron cada vez más intermitentes y para 1914, cuando concluyó el séptimo año de la primaria, se vio obligado a abandonar definitivamente el colegio. Sin mayores alternativas laborales, se empleó como oficial de una peluquería donde hacía diversas tareas destinadas a los aprendices, incluyendo la limpieza del local, los mandados y el lustrado de los zapatos de los clientes. Mientras tanto, acompañaba también a su tío a las reuniones políticas de la Sociedad de Cacahueros, uno de los centros obreros más activos de principios de siglo fundado por la primera generación de anarquistas ecuatorianos.

La primera huelga en la que Floresmilo participaría activamente fue en 1918, cuando trabajadores del café, del cacao y ferrocarrileros se manifestaron en contra de las condiciones de trabajo en las empresas en las que laboraban y también frente al alza en el costo de vida. Las noticias que llegaban por la Revolución Rusa y desde la flamante Unión Soviética sin duda contribuyeron a alimentar ideológicamente a los huelguistas, algunos de los cuales, como fue el caso de Floresmilo, comenzaron a mostrar un interés creciente sobre la suerte y el destino del primer Estado obrero en la historia.

Por esos mismos años, quien sería uno de los más importantes dirigentes comunistas del Ecuador comenzó a trabajar como conductor en la Empresa de Carros Urbanos. La paga, por unos pocos pesos diarios, reflejaba las difíciles condiciones de aquella labor, en las que el horario de trabajo se podía extender hasta 19 horas casi sin descanso, lo que favorecía los accidentes con riesgo para la vida de los conductores.

La conflictividad social aumentaba al mismo tiempo que crecían las demandas del sector obrero, por lo que en noviembre de 1922 Floresmilo Romero fue nombrado delegado del Comité de Huelga que se había conformado en la empresa de transporte en la que laboraba. Las demandas fundamentales eran también las de muchos otros gremios y sindicatos de Guayaquil: ocho horas de trabajo, aumento salarial y estabilidad en el empleo. La oposición de las autoridades y de la patronal a conceder siquiera un ápice de estos pedidos motivó la protesta pública y las manifestaciones en las calles. Los líderes socialistas y anarquistas arengaban a las masas y la represión no se hizo esperar.

El 15 de noviembre de 1922 Romero participó de las movilizaciones y junto con un amplio grupo de huelguistas marchó al cuartel militar para liberar a varios compañeros del sindicato de los panaderos que habían sido arrestados. En las inmediaciones, una balacera hizo retroceder al grupo: junto con sus dos primas, el joven sindicalista corrió a esconderse de los uniformados, que en varios puntos de la ciudad habían abierto fuego en contra de los manifestantes, provocando una cantidad creciente de muertos. Floresmilo fue herido y poco después perdió el conocimiento: al despertar estaba en una cama de hospital, con la pierna fracturada y sin ninguna información sobre sus primas. Nunca más se supo nada sobre ellas.

De su enfrentamiento con el ejército, Romero guardó como recuerdo una renguera que soportó por varios años. De la rabia por la desaparición de sus primas y por el pesar provocado en sus tíos, juró continuar con su lucha y sus reivindicaciones.
Despedido de la empresa de transporte, y con una pobre indemnización en sus manos, volvió a su viejo oficio de peluquero. Con mucho esfuerzo logró tener un establecimiento propio mientras activaba políticamente en la Sociedad de Peluqueros. Con un compañero de militancia, Pedro Argüello, fundó en 1929 una célula comunista denominada Bandera Roja, de las primeras organizadas en Guayaquil, y que tuvo relación con el ala leninista que actuaba dentro del Partido Socialista. Cuatro años más tarde también contraería matrimonio con Genoveva Ruiz, junto con quien procrearía cuatro hijos.

Para mediados de la década del 30, Floresmilo Romero se había convertido en uno de los más importantes dirigentes del Partido Comunista y, seguramente, en su principal líder sindicalista. Así, en 1935, y con la misión de vigilar las finanzas partidarias, fue incorporado al Comité Central del PCE junto con otros referentes de la época como Ricardo Paredes, Pedro Saad, Rafael Coello Serrano, Modesto Rivera, Julio Viteri Gamboa, Bernardino Poveda y Vicente Sandoya. Considerado como uno de los exponentes más experimentados de la organización, fue enviado a Colombia a dos congresos obreros de importancia: el Bolivariano, realizado en Cúcuta, y el constitutivo de la Central de Trabajadores Colombianos, en Bogotá, donde varias de sus apreciaciones fueron publicadas en algunos periódicos de ese país.

Algunos meses más tarde, la dictadura civil encabezada por el ingeniero Federico Páez puso en la mira a todas las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda, sumiéndolas en la proscripción y en la persecución a sus principales líderes y dirigentes. Romero no pudo salvarse de esta cacería: junto con otros cuadros del Partido fue arrestado y confinado a las islas Galápagos, donde residió por más de un año, en estricto aislamiento, en precarias condiciones y sin la posibilidad siquiera de leer la prensa.

Luego de su destierro en las Galápagos, en 1936 pudo retornar a Guayaquil y no tardó en reincorporarse a las luchas sindicales, ahora como miembro de la Liga Obrera, entidad fundada en 1917 con el nombre original de Sindicato Obrero del Guayas. Dos años más tarde participó en la fundación del periódico Unión Sindical, en el que colaboraría hasta 1943. Y por su labor partidaria, en 1938 también tomó parte en distintas iniciativas clasistas y vinculadas al PCE, como la realización del Congreso Obrero en la ciudad de Ambato.

Como era de esperarse en un dirigente político de sus características, Floresmilo Romero tuvo una activa intervención en la revolución del 28 de mayo de 1944 en contra del gobierno impopular de Carlos Arroyo del Río. Junto al también sindicalista Tomás Regatto, proveniente del gremio de los sombrereros, actuó en representación de los obreros del Guayas. Sin embargo, su participación no se circunscribió únicamente al principal puerto del país, ya que también cumplió un papel de gran importancia cuando en Quito se fundó la Confederación de Trabajadores del Ecuador el 9 de julio de 1944. Posteriormente, y de modo cada vez más esporádico, dirigió las Asambleas de la Federación Provincial de Trabajadores del Guayas mientras se destacaba en la prensa clasista de aquellos años al colaborar con periódicos como La Antorcha, El Proletario y Confederación Obrera.

La Revolución Cubana adoptó a Floresmilo Romero como a uno de sus interlocutores a nivel internacional. No resultó extraño para nadie que se lo invitara a La Habana en 1960 para participar en un encuentro internacional promovido por la central sindical de la Isla. En dicha oportunidad se reencontró con Blas Roca, quien había visitado Ecuador algunas décadas antes, y con Ernesto Che Guevara, aprovechando asimismo para asistir a una conferencia sobre desarrollo industrial impartida por el guerrillero argentino. Dos años más tarde volvería a pasar por Cuba, pero ahora en dirección a la Unión Soviética, ya que se lo había invitado a participar en un Congreso Internacional de Dirigentes Sindicales a ser realizado en Ucrania.

La dictadura militar que comenzó a gobernar en Ecuador a partir de 1963 consideró a Romero como a uno de sus principales enemigos por lo que de inmediato fue apresado y sometido a condiciones humillantes en el panóptico de Quito. De manera sorpresiva e inédita, la Ilustre Municipalidad de Otavalo solicitó a la Junta de Gobierno la inmediata liberación del detenido con la promesa de que en dicha ciudad se lo alojaría y curaría sus dolencias y afecciones. La demanda pronto tomó estado público, por lo que la dictadura de Ramón Castro Jijón se vio forzada a liberar al viejo sindicalista.

Convertido ya en una figura reverencial en la historia política y sindical ecuatoriana, en 1978 recibió un Homenaje Nacional con la participación de viejos compañeros y camaradas. Y su palabra y sus recuerdos fueron cada vez más solicitados para la reconstrucción de acontecimientos históricos ocurridos en décadas pasadas, como fue el caso de la masacre obrera de 1922.

A fines de los 80 su salud empeoró por una antigua afección prostática a la que nunca había dado mayor importancia. Viajó a La Habana para operarse y a su vuelta a Ecuador, aunque aparentaba buena salud, su estado se agravó: el cáncer hizo metástasis; eso causó su muerte en 1990. Hasta el fin de sus días, Floresmilo Romero atendió su peluquería en los bajos del viejo edificio de madera de propiedad de la CTE, en uno de los barrios más pobres de Guayaquil.

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