Un agente de la CTE amenaza con mentiras
Viernes 7 de diciembre de 2018. 22:30. La oscuridad es total en la vía a la Costa, a esa hora solo se puede circular con luces intensas. A la altura de Progreso, parroquia rural de Guayaquil, ya no están los vendedores de humitas ni los de maduro lampreado, es demasiado tarde y peligroso para seguir en la calle.
Justo después de la pequeña curva, donde antes hubo un redondel que permitía acceso directo al pueblo, en medio de las tinieblas se observan algunos conos y una camioneta sin placas, con las luces apagadas al costado. En el centro de la vía un vigilante con linterna pide que nos arrinconemos.
Al carril de seguridad se acerca un agente de la Comisión de Tránsito del Ecuador y pide licencia. No se presenta, no dice la razón para la detención y oculta su nombre. La persona al volante le entrega la licencia, el agente pide bajar el vidrio de la ventana trasera. “Todo está en orden”, dice, pero no devuelve el documento. Luego de un largo silencio, afirma que va a “proceder a dar una multa por exceso de pasajeros”.
Los ocupantes, sorprendidos, cuestionan la validez de la infracción: son mis cuatro hijos menores de edad, no podía dejar tirado a uno en la carretera, le dice la mujer al volante. El agente se queda nuevamente mudo, mira al interior del vehículo y espera alguna reacción. Botados en medio de la nada, en la oscuridad de la noche, con cuatro niños asustados, no hay espacio para argüir, así que la conductora pide en inglés a sus hijos que cierren los vidrios, y al agente -en castellano- que escriba la multa.
Esa no es la respuesta que esperaba. Entonces, muestra su verdadero ser, sus verdaderas intenciones, empieza a gritar y con un papel en mano dice que “la infracción no es de multa, la infracción ordena cárcel del conductor y detención del vehículo”. Alude al artículo 387 del Código Integral Penal e indica que ahí está el artículo y que ordena detención, pero no permite leerlo.
Sabe que es mentira, que lo que está haciendo es intimidar. El hombre vuelve a gritar, ya con su rostro descompuesto por la ira, enfatiza que esa es la ley. Entonces le exigimos que muestre su nombre, porque evidentemente está mintiendo; nos está intimidando con algún propósito que solo él sabe.
Le pedimos que llame a su supervisor, si es un operativo legal; y que llame a la Policía que nos debe acompañar, según los protocolos. Se niega y añade a gritos que a él nadie le dice qué hacer. Se abre la chaqueta y su nombre queda expuesto.
Nos asumimos en un asalto en medio de la carretera, por lo que optamos por llamar al ECU-911 para solicitar ayuda. Entonces el agente J. Orellana A. apresuradamente escribe la multa, tira los papeles por la ventana y huye. (I)