Un recorrido por el parque Tempelhofer Feld
Llego al Tempelhofer Feld, por la calle que da a la estación de Boddinstrasse. Es el primer domingo de primavera. En la entrada de las 386 hectáreas del que alguna vez fue el aeropuerto de la República Federal Alemana y que hoy, abandonado, hace las veces de parque, se han estacionado camiones que venden helado y cerveza.
Justo después de cruzar la reja veo que Peter camina hacia mí agitando su mano en forma de saludo. Lleva puesta una camiseta negra, blue jeans y medias con zapatillas de deporte.
Me abraza fuerte, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo y yo le pregunto si no tiene calor. Él solamente se ríe como si ya le hubieran preguntado eso mismo varias veces hoy o como si en realidad tuviera mucho calor y no quisiera aceptarlo.
Peter, a quien conozco desde hace solo un par de semanas, es uno de los dueños de Café Isla, un lindo restaurante con jardín no muy lejos de donde estamos. Vive hace más de 10 años en un edificio justo al frente del Tempelholf y es por eso la persona más adecuada para acompañarme un rato por mi caminata y hablar de la transformación del aeropuerto.
Parados justo en la entrada Peter y yo nos quedamos en silencio un momento y casi al mismo tiempo levantamos la mirada por encima de la pista de vuelo para contemplar la imagen que se abre en el horizonte. La planicie ininterrumpida de la terminal permite ver al fondo, lejos, el esqueleto de los altos edificios iluminados por el sol de la tarde. Luego enfoco los ojos en el plano más cercano donde está la pista de vuelo, ese circuito de cemento que ahora es utilizado en su mayor parte como pista de patinaje o de Kite Skateboarding.
Muevo la cabeza de lado a lado para tratar de absorber la mayor cantidad de detalles. Alrededor de la pista, por dentro y por fuera del circuito, crece la grama y ramilletes de dientes de león.
Allí, las familias juegan frisbee, grupos de jóvenes escuchan música por parlantes portátiles y los recién enamorados leen libros tumbados cómodamente sobre mantas.
Peter pone su mano en mi hombro y me dice que empecemos el recorrido en dirección a nuestra izquierda, que es por donde hay menos gente y es el camino que más rápido nos lleva al edificio del aeropuerto.
Yo saco el celular del bolsillo y enciendo el cronómetro porque quiero tener mi propia medida de cuánto tiempo le puede llevar a un par de flâneur darle la vuelta al parque.
Hoy Berlín tiene tres aeropuertos y medio; Tempelhof, Schönefeld, Tegel y Brandeburgo.
El aeropuerto de Tempelhof fue el primero que tuvo Alemania. Su construcción comenzó en 1909 y se finalizó en 1927. Hasta 1941, cuando se construyó el Pentágono en Washington, Tempelhof tenía el título de ser “el mayor edificio del mundo”.
El Gobierno Nacional Socialista ordenó en 1948 la construcción de un segundo aeropuerto en la ciudad, ubicado en Schönefeld. Durante la Guerra Fría, Tempelhof pasó a manos de los aliados, pero cuando la Unión Soviética bloqueó las vías de acceso a Berlín por el lado oeste, la República Federal de Alemania comenzó a edificar un tercer aeropuerto: el puente aéreo de Tegel.
Hasta el 2008 estas tres terminales aéreas estaban abiertas al público. La decisión de cerrar el aeropuerto de Tempelhof se debió a que este, a diferencia de los otros tres, está ubicado en el medio de la ciudad.
No solo era entonces imposible ampliar las pistas de aterrizaje para satisfacer las necesidades aéreas de Berlín, sino que la ubicación de Tempelhof constituía una importante causa de contaminación ambiental y sonora para la ciudad.
Justo antes del cierre de Tempelhof, la ciudad comenzó la planificación de lo que sería el más grande y moderno aeropuerto de la ciudad. Este aeropuerto, que quedaría ubicado afuera de Berlín en la región de Brandeburgo, lleva 12 años en construcción y se conjetura que le faltarían al menos dos años más.
En el 2010, después de muchos debates y discusiones, el aeropuerto de Tempelhof fue entregado a los habitantes de Berlín como zona de recreación pública.
Cuando Peter se mudó al barrio, el emblemático aeropuerto estaba en su último año de funcionamiento.
Mientras caminamos me cuenta que desde la ventana de su casa ha podido ver cómo la pista de vuelo se transformó en pista de patinaje y de cometas, cómo las zonas verdes dejaron de ser cortadas al ras para que crecieran flores salvajes y cómo en diferentes zonas del terreno se empezaron a establecer jardines comunales, rústicos cafés, una cancha de baloncesto y una área para que los jóvenes monten tabla y bicicleta.
Ha comenzado a ventear fuerte pero el sol aún calienta. Cuando llegamos al frente del viejo edificio del aeropuerto, miro el cronómetro y veo que hemos caminando veintisiete minutos cuarenta y tres segundos.
El edificio del aeródromo no tiene nada que ver con la imagen que hoy tenemos de un lugar así; edificios plateados, relucientes y con vastos ventanales.
Es en cambio, una larga construcción rectangular amarillenta de tan solo un par de pisos de altura. A un lado de la estructura aún está la torre de control, que al mejor estilo alemán, parece una oficina de espionaje.
Pasando por en frente del edificio, Peter y yo hablamos de los diferentes usos que se le ha dado y se le piensa dar al lugar. El incremento migratorio hacia Berlín ha hecho que la ciudad haya empezado a quedarse pequeña y el Gobierno deba crear nuevos espacios dentro de la densa ciudad.
Hoy, el 15% del edificio, alrededor de 46.000 metros cuadros, es utilizado como recinto principal de la Policía de Berlín. El edificio también alberga una escuela de baile y un jardín infantil. Pero, quizás, el uso más importante que se le dio al sitio los últimos años fue como campo de refugiados donde han sido alocados unos 7.000 de ellos.
Los medios de comunicación y aquellos que conozco que hicieron allí trabajos sociales, hablan de las paupérrimas condiciones a las que son sometidos los habitantes del campo de refugiados.
Mirando alrededor —a los vendedores de helado o cerveza, a los voluntarios que buscan firmas para prohibir anuncios publicitarios en espacios públicos, a los niños, los tempranos bikinis del año, las bicicletas y las barbacoas— parece increíble pensar que dentro del edificio del aeropuerto existe otro mundo ajeno a este.
Peter y yo decidimos no entrar a esa casa sin ser antes invitados. Seguimos nuestro recorrido por el circuito. Los siguientes 59 minutos los caminamos en silencio.
Datos históricos
→ Los orígenes del aeropuerto. Antes de la II Guerra Mundial, aterrizaban y despegaban en las pistas de Tempelhof hasta 92 vuelos diarios, cuarenta de ellos internacionales.El diseño de sus instalaciones ya contemplaba la construcción de enormes hangares.
→ 73 millones de dólares gastó la ciudad en el desarrollo del parque entre 2010 y 2017.
→ Aerolíneas que lo usaban. El tráfico aéreo del aeropuerto Tempelhof en su mayoría era de pequeños vuelos chárter y servicios de Aerotaxis. Algunos de los destinos eran: Bruselas, Mannheim, Friedrichshafen y Graz. (I)