Ecuador, 27 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
María José Machado

La mujer proceso

11 de junio de 2022 - 09:47

"La madre, la novia fiel, la esposa paciente,

se ofrecen para curar las heridas causadas al corazón de los hombres

 por vampiresas y mandrágoras."

Simone de Beauvoir

En estos días surgió un debate feminista en Twitter relacionado con la expresión “mujer del proceso” acuñado por influencers de Tik Tok y You Tube. Para explicar este concepto aludo a la frase “la novia del estudiante de medicina no es la esposa del médico”, como la creación de dos bandos de mujeres donde unas dedicarían sus vidas en la sombra a construir a través de sus mimos, cuidados, trabajos domésticos, aporte económico, intelectual y admiración la carrera de sus parejas masculinas; y otras las que disfrutarían del resultado de ese esfuerzo: generalmente mujeres más jóvenes, frente a quienes ese hombre resuelto se ha hecho a sí mismo.

 

Baste recordar a la Julia Urquidi y cómo Vargas Llosa la dejó por su prima Patricia Llosa a quien, años después, dedicaría su discurso cuando ganó el Premio Nobel con la voz quebrada por el llanto, con inmensa gratitud, en una visión maternal de ella como la mujer imprescindible y compañera incondicional:

 

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

 

Tiempo después de esta declaración de “amor”, se lo vio con la socialité Isabel Preysler. Después de 50 años de matrimonio, Patricia Llosa se enteró por la prensa de la demanda de divorcio del escritor. Este es un caso que ilustra el fenómeno de la “mujer proceso” y de la “mujer destino”, que puede parecer ridículo, pero que resulta como realidad muy familiar y no solo en la tradición del melodrama vespertino, sino en nuestras historias familiares y en los dramas universales que la farándula presta como modelos de representación.

 

El debate fue azuzado por la noticia de la infidelidad de Piqué a Shakira. Hubo un comentario donde se la señalaba a ella como “mujer proceso” por no haber recibido un “anillo” ni haberse casado. Sabemos que ella es mucho más famosa y adinerada que él, y posiblemente no se casó, justamente, para proteger su patrimonio. Pero es claro que una vez madre, a Shakira le pasó lo que, a muchas de nosotras, el abandono propio y de la carrera por el cuidado de su familia. Para algunas puede parecer osado llamar a una estrella de esa talla “mujer proceso”. Posiblemente no lo haya sido, en estricto sentido, pero cuando una famosa es engañada, todas nos miramos al espejo. Si a ella le pasa, qué me espera a mí, escriben las mujeres.

 

Es claro que las relaciones tienen ciclos, cambian, se terminan, pero las injusticias en ellas se suelen percibir a veces, tiempo después. La infidelidad es algo que ocurre porque existen infieles, no tiene que ver con la belleza o inteligencia de la mujer a quien se ha engañado, ni cabe compararla con la nueva pareja. Hubo una gran indignación de muchas compañeras feministas por el uso de “mujer proceso” al considerarlo una forma de división sexista de las mujeres y como una expresión discriminatoria, machista y estigmatizante. Sin embargo, muchas se han reconocido, de alguna manera, en esta etiqueta, porque han vivido en carne propia el despojo machista de su juventud, tiempo, energía y dinero en relaciones generalmente abusivas, que, lamentablemente, no son excepcionales. Kajsa Ekis Ekman, feminista sueca, ha hecho aportes muy interesantes sobre el concepto de víctima y su ataque desde una perspectiva neoliberal, trampa en la que podemos caer también las feministas.

 

Para ella, “los ataques contra la noción de víctima son muy fuertes por todos los países neoliberales. Hasta el punto en que nosotras mismas negamos la noción de víctima con el eslogan ‘ni víctimas, ni pasivas, mujeres combativas’”. No se es víctima porque se es objeto, se puede ser sujeto y víctima. La noción de víctima está muy estigmatizada. Una víctima lo es porque otro le hace algo, no se trata de una actitud ni de una esencia. Incluso una persona fuerte puede ser víctima. Entonces, el hecho de haber sido una “mujer proceso”, es un descubrimiento durísimo para las mujeres. Porque ser “mujer proceso” puede ser una situación crónica de victimización. Para nadie es grato reconocerse víctima en una situación, porque, como he explicado, la noción de víctima está estigmatizada, porque bajo el paradigma de culpabilización a la víctima, se piensa que se hizo “algo” para merecer ese destino.

 

Me parece que la etiqueta “mujer proceso” puede ser leída como estigma o como situación de la vida en la que muchas mujeres podríamos reconocernos. Y este proceso no solamente ocurre en las relaciones de pareja heterosexuales, también puede verificarse en relaciones homosexuales, en relaciones de trabajo y en relaciones de amistad, y como ha dicho Génesis Anangonó, feminista afrodescendiente “leyendo sobre la mujer proceso me puse a pensar y sí, yo igual que muchas mujeres negras, somos las mujeres del proceso y no solo de hombres, también de mujeres blancas que rompen el techo de cristal gracias a nuestro trabajo, esfuerzo y dedicación cuidándolas a ellas”. Este discurso nos interpela, pero también da cuenta de que, a mi juicio, no es que hablar de la “mujer proceso” sea una postura clasista y propia de mujeres heterosexuales, blancas y privilegiadas, sino es una situación que la viven sobre todo las mujeres racializadas y empobrecidas porque cargan con más “procesos” ajenos encima.

 

Como explicaba en mi columna anterior, de parte de las mujeres existe una mayor tendencia, por nuestra socialización sexista, a dar más en las relaciones de todo tipo y a caer, fácilmente, en la servidumbre y en el olvido de nuestras prioridades por bienes más altos como la relación o la familia. Entonces podemos sentirnos, en momentos críticos de nuestras vidas, estafadas emocional, física y económicamente por haber dado demasiado de nosotras en relaciones en las que no sólo no hemos recibido en proporción, sino donde incluso hemos sido víctimas de violencia.

 

Me llama la atención la crítica, que yo hubiera hecho seguramente hace un tiempo, sobre lo desagradable que resulta hablar de cosas de las que hablaban las abuelas como reediciones con sello “feminista” –falsamente feminista, se supone– de consejos estereotipados provenientes de la sabiduría popular. Lamentablemente, aunque los avances en los derechos de las mujeres sean palpables, poder votar, divorciarnos, tener patrimonio propio, estudiar, trabajar y tener ingresos, además de denunciar la violencia que vivimos; el terreno de las relaciones sexuales y amorosas y sus consecuencias patrimoniales sigue siendo dominado por reglas muy arcaicas y programas que toman nuestro inconsciente.

 

 Ni nuestras abuelas son tontas, ni sus consejos son absurdos, ni nuestras realidades son muy distintas a como eran hace muchos años. Decía en broma en Twitter que hoy confiaría más en el Código Civil de Andrés Bello inspirado en el Napoleónico, con sus normas protectoras de las mujeres a través de disposiciones relacionadas con el reparto igual de los bienes de la sociedad conyugal –por más que los aportes de las mujeres no hayan sido en dinero, sino en presencia y trabajo doméstico y de cuidados–; que en uno redactado por mujeres que creen estar “empoderadas”, porque desde su realidad de privilegio no necesitan de nadie, pueden solas y prefieren no mezclar asuntos económicos con asuntos amorosos porque ello mercantilizaría las relaciones.

 

Llama la atención que este análisis se haga desde perspectivas de “izquierda” porque, a mi juicio, sus argumentos son más religiosos o ingenuos que marxistas, pues el materialismo histórico analiza toda relación a la luz de sus implicaciones económicas y de la plusvalía que se genera en relaciones de explotación y su apropiación por parte de los explotadores. Las mujeres somos el obrero de la relación, generalmente y no porque seamos “tontas” sino porque toda la estructura social, política y económica aporta a nuestro empobrecimiento en relaciones desiguales y machistas, máxime si tenemos hijas e hijos.

 

Es cierto que muchas mujeres, sin saberlo, se han apropiado y han dado valor al hecho de ser la “mujer proceso”. Sobre todo, en generaciones pasadas, el proyecto de vida de una mujer “normal” era casarse y tener hijas e hijos. Por eso no es infrecuente que muchas mujeres hayan puesto el centro de su identidad en el matrimonio y en la maternidad. Pero ser la “mujer proceso” también podría significar, por resultado, en una forma de control sobre la pareja y las hijas e hijos y de impedir que sean independientes. Es decir, hay mujeres que necesitan “ser necesitadas” y que a través de darlo todo en exceso esperan una recompensa y también impiden, consciente o incoscientemente, la autonomía de aquellas personas a las que cuidan para crear respecto de ellas una deuda emocional.

 

Eso pasa mucho con madres e hijos que no han podido romper su cordón umbilical y que incluso impiden con su modelo de crianza que sus retoños se conviertan en adultos independientes y puedan formar sus propios hogares y familias, o un proyecto autónomo. Se puede comprender que haya mujeres que no ven otro horizonte que ese en sus vidas y eso, sin estigmatizarlas, pero entendiendo que ocurre, es importante en nuestro camino de conciencia profunda como mujeres y también como dispositivo de construcción de nuestra independencia emocional. Podemos caer fácilmente en estos patrones con maridos, hijas e hijos y amistades.

 

Si buscamos darlo todo para volvernos imprescindibles, si tenemos el síndrome de salvadoras que justifican su existencia a través de resolver la vida del resto, si nos creemos independientes y no necesitamos de nadie, o si no recibimos la atención y la admiración que creemos merecer por nuestro sacrificio, también nos vamos a sentir decepcionadas e incluso a arremeter con furia contra aquellxs que no valoraron suficientemente nuestra abnegación. Pienso que sí es importante salir de este esquema judeocristiano de la mujer perfecta, que se da a todxs y que espera únicamente su recompensa en el cielo o en la eterna dependencia de sus vástagos, como madre nutricia y castradora al mismo tiempo que es incapaz de permitir la libertad de a quienes se entrega.

 

Por supuesto que lo que digo es duro y es resultado, en gran medida, de pensamientos y conclusiones a las que voy llegando a través de conversaciones y un proceso terapéutico muy personal, y de la lectura de otras voces, las de mis familiares, amigas, la mía propia y la de autoras que han hablado de esto no con el fin de juzgarnos a las mujeres, sino con el firme propósito de entender al “eterno femenino” con compasión, empatía y voluntad de transformación desde la conciencia. Me acuerdo de cuando a un grupo de feministas muy entusiastas y preocupadas de “rescatar” a otras mujeres, Marcela Lagarde en persona les dijo, ante sus inquietudes sobre lo difícil que es que las mujeres salgan de la victimización o quieran participar políticamente u organizarse, que no se piensen por encima de las otras mujeres, ni como sus salvadoras y que se ocupen de rescatarse a sí mismas.

 

No veo individualismo en esta postura, sino transformación desde aquello que probablemente está más en nuestras manos y que no es incompatible con demandar del estado políticas y acciones afirmativas para que la educación se transforme y para que la política económica considere que las mujeres son las más empobrecidas en tiempos de despojo neoliberal. La lucha colectiva necesita de un proceso individual y este doble proceso, por supuesto, no es menor y es difícil para nosotras como mujeres. Como digo siempre, debemos ser la mujer proceso de nuestro propio proceso, es un trabajo que nadie va a hacer por nosotras y que a cada una llega en el momento que debe llegar.

 

Me parece que los debates de redes sociales son interesantes porque hay un montón de interpretaciones como personas que se expresan, pero que sí se puede distinguir una reedición del viejísimo debate entre feminismos de la igualdad y feminismos de la diferencia. Hoy existe toda una corriente, a través de influencers con más y menos formación, sobre consejos prácticos de autocuidado para que las mujeres podamos sobrevivir en una sociedad patriarcal. No niego que muchos de estos contenidos promueven valores consumistas y posturas clasistas, pero no todos son así. No pocos apuntan a la “hipergamia” como búsqueda de una pareja proveedora y de mayor estatus. Esto puede, por supuesto, resultar chocante, para mujeres deconstruidas que no buscan en el matrimonio la realización personal y que prefieren preservar su autonomía. Sin embargo, millones de otras mujeres todavía anhelan formar una pareja y tener una familia con hijas e hijos y pienso que ciertos consejos prácticos pueden ser importantes para todas y podemos analizarlos con objetividad, sin juicios y tomando de ellos lo mejor.

 

Ante un espejismo de igualdad debemos estar más alertas que nunca. Podemos pensar que el tener dinero nos libera mucho de la condición de segundo sexo, pero situaciones de vida como la pérdida de empleo, la enfermedad o la maternidad nos vuelven vulnerables. No es absurdo ni de interesadas pensar que está bien sostener unas expectativas económicas frente a las nuevas relaciones y proyectar cuánto de nosotras va a ser “invertido”, aunque suene antipático, en construir un proyecto común. La mayoría, en el momento del amor, ni siquiera nos planteamos eso, porque no es parte de nuestra socialización como mujeres pensar en el dinero y proteger nuestro patrimonio. Incluso muchas influencers recomiendan a las más jóvenes no enamorarse, no tener novio formal de muy jóvenes y dedicar esos años preciosos a viajar, estudiar, divertirse, formarse o crear las bases de una carrera o negocio para “escoger mejor”. Cuidar la salud mental es importante, porque muchas veces escogemos pareja desde las heridas emocionales de la infancia no resueltas, así que, si no estamos más resueltas, vamos a elegir mal. Obviamente estas realidades cambian para las mujeres dependiendo de la realidad socioeconómica, pero es cierto que son justamente las mujeres más empobrecidas quienes adquieren compromisos o son madres a edades más tempranas, porque no existen políticas de planificación que apoyen sus proyectos de vida como adolescentes y jóvenes para desarrollarse como profesionales.

 

Desde las telenovelas latinoamericanas hasta la poesía más erudita, los nudos problemáticos de la vida como el amor, la violencia, el despojo, el fraude y la muerte, son los motivos centrales de la creación artística. Hay quienes se niegan a racionalizar aspectos emocionales y desean dejarse llevar por las delicias y sinsabores de la aventura amorosa. Calcular parece poco romántico e inapropiado para una vida que desea transitar el conflicto y el drama y estetizar el trauma. Sin embargo, está bien protegerse, calcular, cuidarse, mirar cuánta de nuestra energía invertimos en nuestro “proceso” y en el de las otras y otros. Esto no significa la muerte de la vida en comunidad o el paso hacia una sociedad individualista y sin ideales colectivos de lucha y tampoco nos vuelve inmunes al desamor o al engaño. Pero la lucha antipatriarcal nos necesita fuertes a nosotras, nos necesita íntegras y felices, si la palabra cabe todavía y existe.

 

Siempre tengo el corazón en las mujeres que han pasado por episodios amargos de violencia y despojo en sus vidas, que han sobrevivido tentativas de feminicidio, que han parido en la casa o que han ido a la guerra para aprender a usar armas para que el marido no piense que puede matarlas sin más. Y que lo cuentan y que enseguida ponen un parlante con música a todo volumen para bailar. Somos resilientes, aunque esa palabra sea problemática y también funcional a un régimen que nos oprime, pero tenemos una capacidad enorme para reconstruirnos desde la vulnerabilidad y desde un fondo tocado. Prefiero la empatía y la escucha. No me dan asco los consejos de las mayores, cada vez los entiendo mejor. Antes de pensar que un discurso es clasista, prefiero trasladarlo a mi realidad: para unas la aspiración económica será que el pretendiente les dé anillo de diamantes, casa en la playa y carro del año; para otras que les dé un anillo Pandora; para tantas que al menos no deban ellas mantenerlo y además hacer el trabajo de casa solas y demandarlo por alimentos. Sobre la realidad de las otras mujeres, escucho, cuestiono mi lugar de privilegio. Y sigo aprendiendo porque este es mi proceso. Y entiendo a las mujeres que no quieren ser la esposa fiel que cura el corazón de un hombre, sino la mandrágora que lo hirió.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media