Como muchas leyendas, la Dama Tapada tiene muchas versiones. En Guayaquil está en el árbol de tamarindo, en Riobamba aparece tras un juego de naipes fatídico, en Ibarra también se la llama la Vergonzante del pretil. Aquí el relato: Una noche, se encontraba el músico Miguel Sánchez con su inseparable amigo Idelfonso Rentería, compartiendo un aguardiente de caña. Había caído un poco la niebla. De reojo, divisaron en el portón cerrado de la Catedral de Ibarra una silueta.
Definitivamente no se trataba de una beata, primero por la hora y porque tampoco era enjuta. Tenía un ceñido vestido negro y una mantilla cubría su rostro. Por los pliegues de su traje parecía concurrir oleajes de azahares imperceptibles. Algo de prohibido circulaba en el aire. Así lo intuyeron.
Se acercaron para ofrecer a la mujer una copa de licor. De pronto, como si se tratara de algo inusitado, la dama misteriosa se movió unos metros más allá. Pasó un largo tiempo. Idelfonso puso un pretexto y se marchó, dejando a su amigo con la intriga.
Miguel Sánchez se acercó nuevamente a la misteriosa joven. Otra vez, extendió su mano y ella se alejó. Así siguieron por un largo trecho, mientras la Dama Tapada daba vueltas en círculos, lo que hipnotizó al músico. Al fin, al final de la calle, muy cerca del sitio conocido como la Paccha, que significa cascada, cerca al río Tahuando, la intrigante figura se detuvo. Alargó su mano y aceptó el brindis. Se escuchó, a lo lejos el bramido del agua. Fue un instante. El maestro del órgano de la Catedral pudo verlo todo:
De su mantilla, que antes ocultaba su cara, mostraba un esqueleto lustroso, con algunos restos de su cabellera gastada. Las manos severas y huesudas guardaban carnosidades enlazadas con un traje que -de repente- se había vuelto añejo con un olor de tumba. La dama trágica flotaba en el abismo, a menos de siete pies del trasnochado.
Con pasos torpes, el músico se alejó del precipicio donde le había conducido el espectro maléfico. La mujer se había esfumado o eso creyó maese Sánchez, el organista, que no se atrevió a regresar su cabeza ni siquiera por un beso furtivo. (O)