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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

El escritor y sus fantasmas

28 de mayo de 2020

¿Cuáles son los mecanismos de un escritor? ¿Por qué, mientras escribe angustiosamente sobre seres que no pertenecen a la realidad, curiosamente, estos relatos dan testimonio de la situación contemporánea? ¿Por qué es necesario ahondar sobre la existencia? ¿Para quién dejar un legado de largas horas de insomnio y tentaciones de un ser abrumado?

Eso es lo que se pregunta en el prólogo de 1961 el escritor argentino Ernesto Sabato, en su libro El escritor y sus fantasmas, que dedica especialmente a los jóvenes que inician en la literatura para que lean las cavilaciones de un narrador latinoamericano y las dudas y afirmaciones de un ser doblemente atormentado. “Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del artista, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino de hombre latinoamericano”.

“El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y por una retórica para chicas semianalfabetas y cursis”, clama un desolado Sabato.

Después, el autor apela al pasado, sobre los mitos, alfarería o danzas rituales (que por cierto, ahora despreciamos como el sentido del amor, de la piedad o del verdadero heroísmo). Ese sentido profundo de la existencia: el nacimiento y la muerte, la salida del sol, la adolescencia, el sexo y el sueño.

El pueblo está cosificado y su arte falsificado, dice Sabato. Está corrompido, agrega, por la peor literatura y por un arte de bazar barato (¿No son, acaso, las letras de Bad Bunny y de la Tusa quienes triunfan en las redes y en TikTok los jóvenes aprenden a contornearse a solas?). “No es en suma el artista el que está deshumanizado, no es Van Gogh o Kafka quienes están deshumanizados, sino la humanidad, el público”. (O)

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