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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Doscientos años no es nada

22 de mayo de 2022 - 00:00

La memoria es un elemento crucial que tienen las naciones y pueblos para configurar su identidad y proyectarse al futuro. Nuestro país, hoy más que nunca, reclama que recordemos bien de dónde venimos, de estas proezas de nuestro pueblo donde intervienen personalidades destacadas, pero sobre todo movimientos sociales que buscan transformaciones en búsqueda de libertad y justicia.

 

La independencia de España, lograda hace doscientos años en la batalla del Pichincha, supuso un agregado de movimientos y estrategias previas, pero también la suma de esfuerzos de otras localidades como Guayaquil, Cuenca, Yaguachi y varios más. Es decir, fue un esfuerzo colectivo.

 

Una vez lograda la independencia, la constitución de la República del Ecuador, varios años después, supuso un pacto que presentó dificultades mostrando la fragilidad de esta independencia en múltiples ocasiones. Quizás hemos sido independientes en términos jurídicos, pero en términos económicos o culturales podríamos cuestionar esta autonomía, más aún en mundo globalizado como el actual.

 

Sin embargo, en el contexto en el que ahora nos debatimos, en este filo de la navaja que nos llevaría a un abismo, son más valoradas la libertad, la autonomía, la seguridad que, de todas maneras, nos fue parcialmente dada. Saber que es nuestro este pequeño terruño, con sus montañas tan verdes en la serranía, con sus playas tan hermosas en la costa, con su indómita selva en el oriente, con la maravilla del archipiélago Galápagos; con nuestros ríos, bosques y lagos, y sobre todo con nuestra gente, tan laboriosa, sacrificada, astuta para adaptarse a circunstancias tan adversas. Y saber que nuestra gente y nuestra tierra corre riesgos tan amenazantes nos conmueve.

 

Nuestro país y nuestra gente no merecen vivir el abandono de sus élites políticas que privilegian sus intereses, y cuando hablo de ellos me refiero a todas sus tendencias. Es indispensable que entiendan la naturaleza del momento actual para enfrentar a poderes y dinámicas de violencia y de cuestionamiento a la propia organización estatal, que nos pone en riesgo común a todos.

 

Hoy se trata de librar otro tipo de gestas pero que requieren del mismo empeño y cierto grado de unidad, porque nosotros y nuestros hijos merecen un mejor país y no este catastrófico en que estamos sumiéndonos y que corre auténtico peligro de caos y disolución.

 

En este sentido, la independencia requiere de procesos de auténtica emancipación, o como antes se decía, de una segunda independencia, pero no una que nos hipoteque a un grupo político con su autoritarismo y cerrazón. Requerimos un proyecto viable de democratización social, económica y política, que recoja lo mejor de los avances de la ciencia y tecnología, sin dejar de lado nuestro legado cultural en el marco de un convivir plurinacional e intercultural.

 

Si para un ser humano, como dice el tango, veinte años no es nada, para un Estado nacional doscientos años tampoco, es momento de tomar el futuro en nuestras manos, sobre todo las de los jóvenes con nuevas mentalidades más abiertas, lúcidas y mejor preparadas.

 

Es momento de empezar a construir un país verdaderamente inclusivo, democrático, plural donde quepamos todos, en el que los niños y niñas no tengan riesgos de desnutrición ni maltratos, en donde sus madres tengan acceso a recursos y a una vida libre de violencias, en la que los jóvenes ejerzan su derecho a una educación de calidad y tengan un claro proyecto de vida, en la que hombres y mujeres puedan acceder a un empleo de calidad, a participación social y política, a cultura, ocio y reconocimiento.

 

Un país en el que pueblos y nacionalidades indígenas puedan disfrutar de su cultura y convivir con mestizos y afroecuatorianos en plena interculturalidad. En el que nuestros ancianos y enfermos tengan derecho a la salud y a cuidados. En el que no nos sintamos arrojados fuera del país para buscar una vida digna. No es pedir demasiado, es pedir lo que nos merecemos, lo que cualquier vida humana merece, la de los ecuatorianos y ecuatorianas también.

 

A doscientos años de independencia podemos renovar este proyecto de país a través de llegar a unos acuerdos mínimos, por ejemplo, que nos dejemos de destrozar cada día, como hoy en el que niños reciben disparos de sicarios que van por sus padres que han entrado en la criminalidad porque no tenían que dar de comer a esos hijos.

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