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El Telégrafo

Trágico 16-A

03 de agosto de 2016

Recuerdo que aquel día había llegado muy cansado de Montecristi, debido a que estuve presente en el enlace ciudadano número 471, y lo primero que hice al llegar a Portoviejo fue acostarme a dormir un poco, a eso de las 18:00 me desperté y comencé a andar en el ordenador para subir las fotos.

Cuando de repente, comenzó el cataclismo, la cómoda de mi habitación comenzó a moverse, dije en mis adentros ‘temblor’, pero no le presté mucha atención, y de pronto, todo comenzó a sacudirse más fuerte. De inmediato salí de mi cuarto en busca de mi familia, en ese instante el pequeño remezón se convirtió en un feroz y letal terremoto, el reloj marcaba las 18:58 y solo bastaron 50 segundos (lo que duró el terremoto) para que la historia de mi ciudad cambiara para siempre.

En pleno movimiento corrí abruptamente hacia el salón, enseguida me percaté de que no se trataba de ningún juego, en ese momento desesperado observé a mi tía, a mi primo y a mi abuelita que avanzaban hacia la cocina, me acerqué a ellos y los cuatro nos fundimos en un fuerte abrazo. En ese momento de pánico y desesperación mi abuelita empezó a sollozar, la inclemencia de la naturaleza era implacable. El miedo me invadía, traté de hacerme el fuerte y comencé a dar ánimos a mi familia.

Mientras tanto, los gritos desesperados de los vecinos parecían alarmar aún más la situación. Los llantos fueron un calvario. Aquella trágica noche del 16 de abril el nerviosismo se apoderó de algunos y de inmediato comenzaron a especular que la represa Poza Honda había sufrido serios daños en su infraestructura y que en pocos minutos el agua iba a llegar a Portoviejo inundando todas las zonas aledañas que se encontraran cerca de los ríos. Eso fue como la gota que colmó el vaso y la gente comenzó a correr de aquí para allá. Unos iban a ver los enseres más necesarios, como ropa y víveres, mientras que otros se rehusaron a creer aquella información y optaron por quedarse cuidando sus casas para evitar cualquier tipo de saqueo.

La noche parecía interminable, sin luz, sin agua y sin comunicación. Nos encontrábamos totalmente incomunicados, las llamadas comenzaron a fallar y el servicio ECU-911 estaba saturado. Dejándonos llevar por el desasosiego de aquella noticia, empacamos unas cuantas cosas y como viento en popa salimos en busca del carro para ir a la casa de un tío, quien vive en un domicilio de 3 plantas (por aquello de que el río se iba a desbordar).

Las horas fueron pasando y la mañana arrojó los primeros rayos de luz, en ese momento decidimos volver a casa. El camino de vuelta fue desolador. Mi ciudad estaba destruida, parecía un campo de guerra, como si Portoviejo hubiera sido bombardeada, edificios emblemáticos caídos, casas derrumbadas y cuarteadas, calles partidas y muchos fallecidos reflejaba el doloroso amanecer.

La tragedia ha azotado a mi ciudad, y ese sentimiento de dolor quedará por mucho tiempo en nuestros corazones, pero hay una razón por la cual luchar: reconstruir la capital de los manabitas, sembrando conciencia social en las personas a la hora de construir una vivienda, cumpliendo y respetando las normas de construcción y desarrollando nuevas edificaciones que sean sismorresistentes. (O)

Henry Navarrete Chilán
Estudiante de Comunicación Social

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