La célebre canción protesta homónima al título del presente artículo, escrita en 1963 por el premio Nobel de Literatura, Bob Dylan, ensayaba una serie de preguntas en torno a injusticias sociales cuasi inmutables a manera de axiomas, en el marco de la problemática mundial de aquel entonces - algunas hacían referencia a las libertades del ser humano- contestándose el mismo autor en cada verso “la respuesta, mi amigo, está soplando en el viento”.
Desde hace mucho tiempo, la Administración de la ciudad de Guayaquil, urbe comercial por tradición, ha establecido políticas públicas rígidas para limitar en su actividad a aquellos ciudadanos que deciden por necesidad dedicarse al comercio ambulante al detalle y como tal se los concibe como informales y, adicionalmente, aquellas medidas coercitivas van acompañadas también de una sanción.
En el centro de Guayaquil, una de sus obras emblemáticas es sin duda alguna el malecón -aunque es poco conocido, en 2009, fue rebautizado con el nombre de ‘Paseo León Febres-Cordero Ribadeneyra’, en homenaje a quien fuera el principal promotor de su remodelación integral, al cual desde su reinauguración se lo ha mantenido enrejado aludiendo motivos de seguridad y orden público.
La gran cantidad de personas que pasean diariamente en el malecón atrae a los vendedores informales -generalmente personas de bajos recursos económicos- que ofrecen agua, cola, manzanas acarameladas, canguil, entre otros, no obstante que tienen prohibido por ordenanza municipal realizar esta actividad en zona regenerada.
Es tal el afán de estos pequeños comerciantes ambulantes de poder ejercer su actividad y con ello solventar en algo sus necesidades económicas, que no es extraño verlos cómo se las ingenian para eludir el control de los policías metropolitanos y guardias privados que custodian el malecón, con tal de poder concretar algunas ventas.
Desde la semana pasada, la Administración del malecón decidió en ciertos sectores elevar el enrejado que lo separa de la avenida Simón Bolívar, con tal de ser más efectivos en la exclusión de aquellos ciudadanos, pequeños comerciantes. Recordemos que la Fundación Malecón 2000, que administra, solamente concibe la posibilidad de ejercer el comercio dentro del Paseo LFC a través de locales comerciales o kioscos, no permite comercio ambulante.
Lejos de ser un problema para la ciudad, estos pequeños comerciantes son seres humanos, regularmente gente pobre, con múltiples necesidades insatisfechas. No es extraño observar en otras ciudades del mundo -algunas en países de primer mundo- cómo aquellos tienen mayores libertades para ejercer su actividad comercial, no se los procura excluir a sectores donde no existe mayor tráfico de turistas y peatones, donde concretar sus ventas será más difícil seguramente. Considero que bien se puede debatir respecto a la rigidez de las medidas que contiene la ordenanza que actualmente los margina, procurando sustituirlas por otras que sean incluyentes.
Guayaquil es tierra de oportunidades, comercial y portuaria por historia, tierra de libertades. Parafraseando a Dylan, me pregunto, ¿cuánto tiempo más deberán aquellos esperar para poder ejercer su actividad comercial ambulante con libertad, en paz y tranquilidad, sin ser expulsados de vía pública considerada zona regenerada, perseguidos -a veces con abusos y excesos incluidos- por parte de ciertos elementos de la Policía Metropolitana?
“¿Cuántos años puede la gente existir antes que les sea permitida la libertad? La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento”.
Espero que aquel viento sea la brisa fresca del río Guayas, que pronto la puedan percibir cuando, caminando en paz y tranquilidad, se les permita vender su mercadería dentro del malecón y en zona regenerada.
¡Viva Guayaquil! ¡Viva la libertad! (O)
Ab. Mgs. José Antonio Ávila Stagg