He terminado de ver Bolívar, una superproducción televisiva de Caracol Televisión y Netflix. Sesenta capítulos sobre la vida del Libertador de América, comenzando en su niñez y terminando en su fallecimiento en Santa Marta.

Narrada al detalle: sus hazañas, sus triunfos, su brillante habilidad como estratega militar, su destreza como orador y político, y su triste muerte, solo, pobre y enfermo; como muere la mayoría de los héroes. Con un elenco actoral de primera, interpretaciones muy vistosas y la curiosa casualidad de que el personaje y su actor tienen la misma nacionalidad.

Arranca con la niñez de Simón en la hacienda San Mateo, administrada por su madre, tras el fallecimiento del padre. Rodeado de sus tres hermanos, Simón, el menor, es un niño inquieto y aventurero. Su educación es encomendada al profesor Simón Rodríguez, que lo marcó para siempre en su manera de actuar y pensar. Viaja a Europa y allí se empapa de las ideas salidas de las mentes más transformadoras, surgidas de la Revolución francesa.

Regresa a Venezuela e inicia su sueño: liberar a América del yugo colonial español. Dirige batallas, cruza el frío páramo de Pisba acompañado de un ejército descamisado y descalzo, y libera a Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia. Toma la presidencia de la Gran Colombia y es atacado por sucesivas traiciones, conspiraciones y levantamientos.

Desgastado, decaído y acorralado por la tuberculosis, renuncia a la primera magistratura y ve cómo se resquebraja su mayor sueño tras la separación de Venezuela y Ecuador de la Gran Colombia. Su libertadora, Manuelita Sáenz, le cuida, le acompaña y le adora; no alcanza a llegar con el salvoconducto que le permitirá al General viajar a Europa en busca de aires frescos para sus pulmones, y él, fallece en soledad, en una cama, el 17 de diciembre de 1830.

Una telenovela que debe ser vista por todos los que habitamos este continente, llamado América. (O)

Pablo Virgili Benítez