De alguna forma la manera de hacer política fue prostituida, sin importar la ideología o la tendencia, los ideales mutaron hasta convertirse en el deseo insaciable de poder, una burla que desgraciadamente incineró el significado principal de lo que representa hacer política pública, buscar el bienestar del ser humano, la justicia social y erradicar las grandes desigualdades.
Es cuestionable que la democracia que faculta al pueblo a la inmensa responsabilidad de elegir autoridades gubernamentales sea mancillada por discursos populistas, promesas incumplibles y el poder económico del candidato postulante; es irracional que la inversión propagandística y mediática de campaña brinde legitimidad a un candidato que nunca antes sirvió a la colectividad en una trinchera de trabajo comunitario u obra social.
Es lamentable que para ser candidato no sean requisitos indispensables el don de servicio, la coherencia y los ideales de transformar positivamente la sociedad; simplemente, si hay plata, hay candidato y todo el dinero apostado en tiempo de elecciones se lo considera como una inversión que se recuperará con el sueldo de dignatario a corto plazo. Si tan solo el salario de una de esas dignidades fuera el de un jornalero, no veríamos los rostros bonachones de los mismos políticos en las papeletas.
La democracia se encuentra averiada, y no tendrá remedio si nosotros, quienes tenemos la facultad de decidir, no desarrollamos una verdadera conciencia política, mientras no logremos comprender que más allá de nuestra realidad existen diferentes mundos y realidades que quizás son mucho más prioritarias que la nuestra, mientras no cese el egoísmo el quemeimportismo y la apatía, la prostitución de la política primará y envenenará a las nuevas generaciones.
Es claro que se requiere una nueva forma de hacer política, en la cual, quienes nos representen conozcan las grandes necesidades sociales y que no miren la realidad desde la comodidad de sus despachos; es necesaria la participación popular en los diferentes niveles de gobierno, no solo como veedores sino como representantes y actores directos de la política y el servicio público. ¿Quién mejor que un obrero para entender a los obreros?, ¿que un campesino para entender a los campesinos?, ¿que un maestro para entender las necesidades de la educación?
Para concluir, es preciso citar la frase de José Mujica, expresidente de Uruguay: “La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor; a los que les gusta la plata, bien lejos de la política”. (O)
Nicolás Méndez