Soy un lector incansable, un caminante eterno, un buscador de verdades. Si bien es cierto que en la ‘década perdida’ la UCE encontró la contemporaneidad tecnológica, aún persiste una lucha de clases encarnizada, hay miles de jóvenes sin oportunidades de entrar a la ‘U’ y lo peor es que son de la clase más pobre.
¿Cómo pudo darse esta contradicción en pleno auge revolucionario, cuando hubo grupos de alto rendimiento salidos de los negocios de nivelación escolar y se creó una universidad de élite como Yachay, en donde la farsa de las TIC logró que haya profesores en línea, medrando los pobres recursos del Estado? Ahora, ya despiertos, se dan cuenta de que no podemos llegar a ser ese Silicon Valley criollo y tratan de enmendar ese error y ponen freno a sus sueños de perro.
Estadísticamente, en cada promoción, a la escuela ingresan 100 estudiantes, de los cuales al colegio llegan 60, de este salen 50 a la universidad, de estos, 25 ingresan a la universidad, egresando tan solo 2, de estos solo 1 logra graduarse, pero no encuentra trabajo; sin oportunidades, se da cuenta de que este es un país de influencias hereditarias. Todo queda en familia.
El universitario es reciclado a lo que haya: de taxista, vendedor, estafador y delincuente, porque políticos revolucionarios de corazón no logran cambiar esta triste realidad. Es que todo es coyuntural al embudo capitalista, sea de izquierda o derecha, lava allá mismo el dinero.
El escándalo de Odebrecht es tan solo la punta del iceberg, pues los mismos que fiscalizan los desfalcos de unos son los culpables de la rapiña pasada. Para comprobarlo solo basta con averiguar de dónde tienen su fortuna. Cuando estuvieron en el poder, supieron repartir sus ganancias, por eso es que todo el mundo les debe favores. Y esos siempre se pagan. Mientras el pobre pueblo sigue creyendo en que todo cambiará y viendo la televisión. (O)
Joselito Flores Muquis