La laguna del Quilotoa es otro ejemplo de los hermosos destinos turísticos que ofrece nuestro pequeño país. Pero, como nada es perfecto, llegamos al borde del lago y nos encontramos con una ‘garita’ que obstruye el paso y exige el pago de $ 2, por persona. Vaya que es una desagradable sorpresa y la pregunta es obvia: ¿por qué?
El caserío en ese lugar ha mejorado notablemente, se han multiplicado los hostales, restaurantes y alternativas para pernoctar; los negocios de artesanías han crecido en número y calidad. Si el pago de esos dos dólares hubiera servido para el desarrollo del lugar, no habría objeción alguna. Pero no, parece que un grupo de habitantes de ese caserío ha descubierto la gallina de los huevos de oro.
Nadie duda del derecho que tendrían a cobrar por el parqueadero, si es una propiedad privada o comunal; tampoco el turista se negaría a pagar por el uso de los baños, pues el agua no sobra en el lugar; menos aún por el ‘taxi’ con orejas, cuyo costo -por cierto- ha subido y que se incrementa en directa relación con la demanda o el estado físico de quien se aventuró a bajar hasta la laguna.
Sería recomendable que pongan un ‘largavistas’ y cobren por este servicio al que quiera evitarse el viaje. En fin, sea un impuesto por mirar el lago o una tasa por servicios no bien definidos, las preguntas surgen: ¿Quién autorizó? ¿Por qué $ 2? ¿No sería mejor $ 3 o más? Es decir, el cuento de la gallina de los huevos de oro se queda corto ante la viveza de quienes dicen ser dueños de ‘parte’ de la laguna y amenazan detener a quien se niegue a pagar. No es el valor, es el porqué. (O)
E. Armando Duque D.