Parecen tener su origen en tiempos del emperador Tiberio para el servicio de Apolo y de los demás dioses de Roma, pero ahora son de carne y hueso, para servir al imperio de las armas de la excepcional diosa de la imposición y de la destrucción masivas. Sus sacerdotes son los gobiernos lacayos afines a su sabor negociado con cadenas de papeles verdes bajo la lupa de la CIA y el FBI. Y cuando esos gobiernos no son sus flexibles ni mamertos adláteres, los mandaderos se encargan de crear cadenas de corifeos o monaguillos embrujados por la plata, con el título de periodistas anudados al poder dependiente de su sórdida voluntad.
Es de ver cómo se manejan entre las ruinas del honor y de la dignidad, las cuales han sido vencidas por el tintineo del metal maléfico al compás del Clarín argentino, de la Folha y Veja brasileñas o de la Aedep nacional, pero todos con la membresía de la SIP. Algo así como la OEA de los medios, que para maldita la cosa que sirve. Cómo se afanan los monaguillos para regar el incienso recibido de sus patrones de la noticia, sesgándola, oscureciéndola, lustrándola o elevándola altanera y escandalosa cuando conviene al interés de sus regordetes mandamases, súbditos directos del imperio, repartiéndoles migas mendicantes a sus expositores, presentadores y noveleros marchantes llamados aliados en el urbi et orbi del planeta, como si se tratara realmente de una guerra mediática en forma.
Y es de ver cómo comparecen los sumos sacerdotes Nebot y Lasso de la papelería de Panamá, dando recetas paternales para que alcance al pueblo el oxígeno embotellado en los paraísos fiscales regados por los vericuetos desvergonzados de la sorna universal.
Y cómo rebuscan las voces disonantes los monaguillos solemnes o gritones, pero interruptores de siempre, para envolver y revolver hasta el punto de cortar la entrevista si se vuelve difícil de entreverarla o confundirla para el público lector o visor.
Los esguinces del engranaje aceitoso los conocen como hábiles obreros de Ecuavisa la también panameña, siempre a la vista de sus amos, destacándose una de voz entubada que nos hace la venia para disimular la tablet del escritorio y ver cómo amasa con las manos la noticia, en lenguaje de señas, para darle fuerza a lo que quiere que se oiga en su maña de brujita.
Y es de ver a los analistas visitados en sus estudios o domicilios para que expresen el rechazo determinado por sus escrutadores, como el canónigo Artieda, de nombre diabólico, hasta el punto de provocar risa o ira, según la mentira sea demasiado mefistofélica o rastrera.
Mientras tanto, los obispos y arzobispos, como Pinargote y Alfonso Espinosa, y la sacerdotisa Arboleda eructan las impúdicas llenuras de sus contactos visitados en sus poltronas de casa reportadas por sus mandaderos. Saben discernir los malos olores que mellan y los que no afectan a los oyentes para ocultarlos, mientras los más estrepitosos los expiden satisfechos. Bueno, y no se diga nada de los titulares de los Adefesios, perdón, Aedep estólidos que se solazan en las ‘medias verdades que son mentiras completas’, según el proverbio judío.
La comunicación de la SIP no es más que la excomunión atrevida de la verdad y del honor.
Fausto Abad Zúñiga