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El Telégrafo

Los poderes regionales y el fortalecimiento del Estado

21 de julio de 2016

Hablar del poder de las élites regionales en América Latina no es algo nuevo. La formación de nuestros países, en mucho, se debe a pactos entre las regiones y sus representantes.

Quizá por ello el modelo de Estado fuerte, y más aún el de una nación consolidada, ha sido una tarea difícil de librar y en la que siempre han estado involucrados los poderes regionales.

Históricamente esa fortaleza regional ha significado dos cosas: o son tomados en cuenta o no hay gobierno que dure. Estados como Ecuador, Bolivia e incluso Colombia saben muy bien de estos condicionamientos, las élites de Guayaquil, Santa Cruz, Medellín, han logrado constituirse en verdaderas fortalezas regionales -en ocasiones- más poderosas que el centro, y no solo porque han logrado delimitar muy bien sus privilegios con los políticos de turno, sino porque tradicionalmente han ocupado importantes puestos de la estructura nacional.

Con la llegada de Rafael Correa y Evo Morales, estos pactos implícitos con las élites regionales se rompen en Ecuador y Bolivia, algo que no ha ocurrido en Colombia. La solución en el caso cruceño llegó al extremo de proponer la desintegración territorial, la secesión de los departamentos de la famosa media luna, hecho que le costó la vida a 30 personas en 2008.

En Ecuador la realidad no ha sido muy diferente. El presidente Correa ha tenido que lidiar constantemente con los intereses de estos grupos, quienes no han cesado en sus intentos de desestabilización, lo que se ha convertido en un grave problema para la consolidación de un plan nacional a largo plazo.

¿Pero se puede consolidar un Estado sin la participación de estos territorios, sin el apoyo de sus élites económicas?

Las historia política de la mayoría de Estados nos dice que no. Es decir, si no hay un plan coordinado entre los principales actores económicos y sociales, la consolidación del Estado es casi imposible. Quizá ello explica por qué un Estado fuerte siempre va precedido de cruentas batallas, no es fácil aglutinar esfuerzos en función de una causa, y más cuando para ello tienes que eliminar unos cuantos privilegios.

Hoy en día podemos decir que el desarrollo de varios Estados depende en gran medida de acciones coordinadas entre élites económicas y élites políticas. Lo que sin duda es una regla aceptada, tanto en EE.UU., como en Rusia, y ahora en Bolivia.

Después de 2008, Morales pactó con las élites cruceñas, no sin antes poner en la cárcel a algunas de ellas, por corruptas y secesionistas, otras abandonaron el país por la revelación de escandalosos casos de corrupción, pero una buena parte se quedó en el país y acordó un plan de acción con el mandatario boliviano. Ese pacto ha sido casi imposible en Ecuador, y es quizá porque muchos de los grupos económicos influyentes creen que pueden ser poderosos aun sin el Estado.

La actual reestructuración de las derechas, Partido Social Cristiano-Madera de Guerrero (SC-MG), CREO y SUMA, en función de la élite guayaquileña, no es casualidad, ellas saben que el único poder capaz de hacerle un frente importante al Gobierno está en Guayaquil. ¿Entonces?

Quizá es momento de apuntar lo que ya señalaba el sociólogo norteamericano Charles Tilly: No hay Estado si no hay control del territorio, y no hay control del territorio si no hay control de sus élites regionales. Para ello, o sucumbes a los intereses de estas, o las cooptas y las coordinas en función del interés general. (O)

Verónica Silva

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